No todo el mundo quiere volver a la normalidad, si uno con esto se refiere a colapso, caos, transporte desbordado, y una vida signada por la incertidumbre y el empujón. La normalidad será normal, pero no es muy digerible que digamos. Es por eso que, aquellos que han invertido en sofá, balcón con plantas, y piso elevado, en la vil ciudad, descubrieron que la cuarentena no está tan mal que digamos. Y el hogar dulce hogar, es más dulce si todo allá afuera, arde y sucumbe, cual película del acabose.

Los jefes, zoom mediante, son menos amenazadores. Los compañeros de trabajo, sin la cotidianeidad abusiva del roce permamente, están más callados. Uno se evita, por si fuera poco, un sinfín de charlas casuales al divino botón. Reduce colas, acorta tiempos de espera. Es, puede decirse, una persona libre. Una fruta sin cáscara ni carozo.  

El encierro tiene un beneficio colateral al que pocos, en medio del tedio de la soledad, le prestan atención: uno se saca de encima a mucho mequetrefe. El cuarentenismo da tiempo libre para disponerlo a gusto, así se suceden un tendal de fotografías de macetitas de balcón, gatito ensiestado, y álbum fotográfico del pasado al que nadie le importa. Mucha gente que conservó sus empleos, vamos a decirlo de una vez, cuarentena mediante, y sin la vista de supervisores se ha dedicado al rascado intensivo de ombligo en horario de trabajo. Y algunos, pobres de ellos, descubren con cierta alarma que toda su vida trabajaron para tener ocio, un recreo, pero cuando lo tienen a mano no saben muy bien qué hacer con él. Se apuntan en cursos de origami, bonsai, cine surcoreano con tal de salir del sopor de tener tiempo libre. Estos sí que la pasan mal. 

Piense la cuarentena, casa dentro, como oportunidad para sacar la nariz en libertad, las fosas nasales abiertas y receptivas, y respirar sin barbijo. Piénselo como oportunidad para saldar las asignaturas pendientes de su niñez: llene los álbumes de figuritas faltantes, reviva discusiones inacabadas con viejos amigos y, sobre todo, putee a la señorita que tanto lo jorobó. 

Enamórese de la cuarentena, en todas sus fases. Y después cuando le digan que la vacuna esté lista, que ya puede salir, que todo volvió a la normalidad, propóngase seriamente en encontrar algún murciélago –siempre hay alguno escondido en los taparollos-, déle una mordida y todos de vuelta en casa.