La decisión de Alberto Fernández de quitar un punto de coparticipación a la Ciudad para emparchar el conflicto con la policía bonaerense tiene el perfume de lo peor del peronismo. El Presidente lo hizo a las apuradas, y casi a traición, más para complacer a la vice Cristina Fernández y al gobernador Axel Kicillof que como la meditada solución de un hombre de Estado a un problema estructural. Además de inconsulta y prepotente, la respuesta oficial es peligrosa.

Peligrosa por partida triple. Una: por la manera en que la bonaerense lo consiguió. Dos: porque detrás de la policía, podrían venir, con la misma fuerza y la misma prepotencia, otras organizaciones tan poderosas y con capacidad de doblegar a un gobierno débil, como los docentes o el sector de la salud. Y tres: porque, por la vía de la imitación, un día Alberto Fernández se puede levantar confundido y quitar varios puntos de coparticipación a un distrito para dárselos a otro, como si estuviera dirimiendo una pelea entre muchos hermanos, pero de manera compulsiva. Pero lo que acaba de hacer el Presidente, en términos políticos, es más preocupante todavía. Equivale a un millonario financiamiento de la campaña electoral para apuntalar a Cristina Fernández, Axel Kicillof, Máximo Kirchner, y eventualmente, también a Sergio Berni. Lo que, para decirlo sin rodeos, es soñar un país que atrasa. Uno que apunta más al siglo pasado que al futuro inmediato.