En el oficialismo están haciendo cuentas muy finas: cuántas vacunas se necesitan para ganar las elecciones. Se responden: por lo menos 30 millones de dosis más, antes de agosto. Y eso, siempre y cuando no aparezcan nuevas variantes de las cepa de Wuhan, más contagiosas y agresivas, lo que nadie se atreve a aventurar. Por supuesto, las cuentas se hacen en secreto, igual que las hace en secreto la oposición.

Cuando se habla de 30 millones más, se le agrega las 10 millones de dosis que, dentro de un par de semanas, estarían terminando de recibir la Argentina, desde que comenzó la pandemia. Los cráneos del Frente de Todos, eternos optimistas, también dan por hecho tres supuestos. Uno: que unidos, y en especial en la provincia de Buenos Aires, son imbatibles. Dos: que casi ninguno de sus errores no forzados han sido aprovechados por la oposición. Y tres: que el enojo y la decepción que hoy impera entre los votantes de la fórmula Alberto y Cristina, desaparece casi al instante entre quienes se dieron la vacuna, no importa la edad, el género ni la condición socioeconómica. En este contexto, la posibilidad cierta de que el laboratorio Richmond, asociado con otros dos más, y con la ayuda de un subsidio del Estado, pueda estar produciendo, en junio, en Argentina, por los menos un millón de vacunas para ser aplicada a argentinos, es vista como el pasaporte definitivo a la obtención de una mayoría absoluta en Diputados, que les permita hacer lo que quieran y como quieran, sin la más mínima resistencia de la oposición. Las promesas no incumplidas sobre el regreso del asado, las mentiras del vacunatorio VIP y también el enojo de las mamás y los papás que reclaman por el cierre de las aulas, quedarían, según esta visión optimista, opacadas por la expectativa de un futuro mejor.

Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia