El presidente anunció ayer medidas a las que él mismo denominó confinamiento, pero que, en los hechos, no son muy distintas o lo que se conoce como “fase uno”, o, para que se entienda mejor: al conjunto de restricciones de la cuarentena original que rigió durante el principio de la pandemia. La diferencia entre aquel momento y éste es que todos estamos más cansados, más insatisfechos y más enojados que antes. Sin las vacunas suficientes, en medio de una economía destrozada y con una sola herramienta a disposición.

Una herramienta que se usó durante demasiado tiempo y que ahora resulta casi insoportable: el aislamiento preventivo social obligatorio. ¿Cómo y porqué llegamos hasta aquí? Por la carencia de un plan y una estrategia. Como resultado de la improvisación, el vamos viendo, y la lucha interna del Frente de Todos por cuestiones de poder, ajenas a la política sanitaria. Así como un avión necesita un plan de vuelo o una hoja de ruta para saber por dónde viajará y evitar, por ejemplo, el choque contra una montaña, la Argentina necesitaba, además de vacunas suficientes, un sistema de testeos que nunca terminó de desarrollar, un amplio consenso político y científico sobre cómo enfrentar el virus y una amplia mesa integrada, por ejemplo, por economistas y psicólogos y incluso filósofos de todas las fuerzas políticas, sin distinciones partidarias. También necesitaba de un jefe de estado capaz de reconocer sus propios errores, en vez de echar la culpa a todos lo demás; de una vicepresidenta que se involucrara en las propuestas para neutralizar el virus, en vez de imponer su propia agenda, chiquita, personalísima, dominada por su deseo de impunidad y venganza, y lejos de las necesidades básicas inmediatas insatisfechas de la mayoría de los argentinos. Dicen ahora, cerca del poder, que en junio terminaran de llegar las vacunas suficientes como para alcanzar un empate digno en la carrera que hoy está ganando el COVID con una distancia considerable. Y que a fines julio estará vacunada una cantidad suficiente de personas como para empezar a bajar considerablemente la cuerva de contagios y cantidad de muertos diarios que no para de crecer. Ojalá. Por ahora ese horizonte de optimismo no se alcanza a ver. Y ni siquiera tenemos una respuesta clara de porqué Argentina todavía no cuenta con la decena de millones de vacunas que debía haber obtenido de Pfizer, el laboratorio que eligió nuestro país para los primeros ensayos de la vacuna. Hay discusiones ahora mismo sobre si la Argentina está primera, segunda, tercera o cuarta en el triste ranking de muertos por millón de habitantes. Ya pasamos los 70 mil decesos y todo indica que, para el mes de agosto, superaremos la simbólica barrera de los cien mil. El Presidente debería empezar a prepararse para hacer una profunda autocrítica, cuando llegue ese momento.

Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia