(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) Incluso desde antes de asumir, el presidente Mauricio Macri viene corriendo detrás de los acontecimientos. Y ahora esa falta de timming político y carencia de sensibilidad social lo están poniendo contra las cuerdas.
Para decirlo sin vueltas: es su peor momento desde diciembre de 2015, cuando se calzó sin demasiada pompa la banda presidencial. Y el principal responsable no es otro que él mismo, desde el primer día. Veamos.
Subestimó la capacidad de daño de la ex presidenta Cristina Fernández cuando interpretó, entonces, su no participación en el traspaso de mando como un arrebato emocional y personal.
En realidad fue un serio intento de deslegitimación que le sirvió para fidelizar su liderazgo y colocarse, una vez más, en el eje central de la oposición. Y siguió subestimando la capacidad de daño de la líder del Frente para la Victoria, hasta que el escándalo del Correo lo obligó a tomar nota de otro gran inconveniente que parece crecer de manera veloz y constante: las causas penales contra él y sus principales ministros, secretarios, parientes y amigos.
Es verdad que la enorme mayoría de las denuncias parecen inconsistentes. Pero ya pasaron el número de doscientas y eso obliga a los involucrados a emplear energía para enfrentarlas y neutralizarlas, un trabajo extra que requiere un poco más que experiencia en el plano judicial.
Es cierto que Macri pareció detener la sangría de desprestigio cuando se paró en el centro de la escena y anunció que el litigio pasaría a fojas cero.
Pero eso no borrará la percepción de que el Jefe de Estado estaba al tanto de lo que reclamaba su padre Franco desde el principio ¿Habrá tomado nota, por ejemplo, el Presidente, de lo que significa, más allá de lo anecdótico, que unos cuántos militantes de La Cámpora y otras organizaciones afines hayan corrido por izquierda a los gordos de la CGT para que le pongan fecha al paro?
En Cambiemos, hay dos miradas diferentes y contradictorias. Unos están felices porque suponen que los incidentes repercutirán sobre la intención de voto de todo el peronismo. Otros, los menos superficiales y frívolos, empezaron a comprender que el verdadero plan político de Cristina, Roberto Baradel, Nuevo Encuentro, las organizaciones sociales que reclaman la puesta en marcha de la ayuda por la emergencia social, y una buena parte de los sindicatos, es ganar la calle de aquí a las elecciones de octubre, sin dar al gobierno el más mínimo respiro. Y no ganar la calle de cualquier manera, sino montados en reclamos legítimos y en situaciones reales.
Montados en los números de una economía que no termina de arrancar, los salarios que no se terminan de recuperar y la potenciación de las noticias sobre despidos y suspensiones en los sectores más castigados y las empresas más emblemáticas, como Sancor. En suma, una potente estrategia de desgaste. Una estrategia que tiene como objetivo de mínima la derrota del oficialismo en octubre y de máxima que el Presidente se vaya antes de tiempo.
No todos estos grupos forman parte del denominado club del helicóptero. La que posee, objetivamente, el mayor incentivo para voltear a su sucesor es, otra vez, Cristina Fernández. Porque si al jefe de Estado le va más o menos bien, ella sabe que su destino futuro podría ser la cárcel.
De cualquier manera, las estadísticas políticas y económicas de las últimas dos semanas son, para el gobierno, una catástrofe, si se las coloca todas juntas y se sale, por un momento, del clima de optimismo exagerado que le adjudican a ciertos líderes de Cambiemos, empezando por el propio Jefe de Estado. Las cifras más preocupantes, sin dudas, son la baja de las expectativas, el acortamiento de la paciencia y la caída de la imagen positiva de Macri e incluso de la gobernadora María Eugenia Vidal.
Las que más afectan el ánimo social, son las de la confirmación del crecimiento de la pobreza en el primer semestre de 2016. Un millón y medio de pobres más y 600.000 nuevos indigentes. La que más preocupa al gobierno, el 2.6 de inflación de febrero. Porque la interpreta como una señal de alarma para el futuro inmediato.
Pero a Macri lo agobia un problema todavía más preocupante. Algo que incide en la gestión y que pueda afectar seriamente el resultado de las próximas elecciones legislativas: hay muy pocos, en el gobierno y en el marco de Cambiemos, con verdadera capacidad para comunicar, discutir y convencer a los argentinos de que el Presidente está eligiendo el camino correcto.
Quizá el más lúcido y preparado de todos ni siquiera pertenece al Poder Ejecutivo ni forma parte de Cambiemos. Se llama Fernando Iglesias, acaba de publicar un libro que rápidamente de transformó en betseller, La década sakeada, y la semana pasada inventó un neologismo para probar su tesis de que ya no prevalece el periodismo de datos sino el perionismo.
Es decir: la manipulación de estadísticas de los peronistas para degradar los logros del gobierno y hacer aparecer a Macri como un Presidente rico, insensible, ignorante y corrupto. Iglesias, mientras atiende al mejor estilo Lilita Carrió a líderes de la oposición como Sergio Massa y Florencio Randazzo, pone, todas juntas, las cifras sobre la mesa para defender su tesis de que este gobierno tiene más sensibilidad social y combate la pobreza con mayor seriedad y rigor que cualquier otra administración peronista.
El viernes pasado, por ejemplo, mantuvo una apasionante discusión con Agustín Salvia, responsable del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, quien terminaba de difundir los datos de la pobreza que tanto impactaron a la opinión pública.
Iglesias nombró, sin repetir y sin soplar, la continuidad de los planes sociales incluida la asignación por hijo , el lanzamiento del plan Belgrano, el fin del cepo cambiario y la baja de inflación, entre otros logros sociales y económicos. Iglesias, además, le puso contexto al dato del aumento de la pobreza mientras Salvia terminaba de aceptar que el próximo índice marcaría una baja considerable por la desaceleración de la suba de precios y el aumento del empleo formal durante los últimos nueve meses. Iglesias recordó, con su habitual acidez, que mientras Cristina, Aníbal Fernández y Axel Kicillof mentían u ocultaba las verdaderas estadísticas oficiales, los números verdaderos demuestran que durante el mandato de la expresidenta la pobreza creció un 50%, y que fue durante esa etapa donde se terminó de consolidar la pobreza estructural.
El ala política de Cambiemos está llena de preguntas, a saber. ¿Por qué no hay más dirigentes lúcidos capaces de comunicar las cosas que se hicieron bien y salir a pelear los títulos de los diarios y los portales y los contenidos de los programas de radio y televisión?
También se preguntan si salir a confrontar directamente con Cristina Fernández no podría terminar en una derrota electoral que ponga en riesgo el incipiente crecimiento de la economía y también de la gobernabilidad. Unos de los políticos territoriales que recibe encuestas todos los días afirma que Cambiemos hará una inmejorable elección en las provincias y las localidades donde prevalecen las economías vinculadas con el campo.
Pero le asustan los datos que vienen de la primera y tercera sección electoral del conurbano. En este aspecto el oficialismo también parece correr de atrás. Porque todo parece indicar que la velocidad de realización que le están imprimiendo a las obras en el conurbano no sería suficiente para lograr un cambio de humor en agosto, cuando se celebren las PASO.
El sueño de Macri y Vidal es que aquellos vecinos del conurbano que vivieron durante años en calles de tierra sin cloacas ni agua potable empiecen a sentir que, de alguna manera, también forman parte del sistema. Pero los ministros, directores y secretarios les responden una y otra vez con frases lógicas que no les gusta escuchar.
"No se puede hacer todo de un día para el otro. No es mágico. No sabemos si vamos a llegar". El problema es que la paciencia de muchos, incluso de aquellos que votaron por la actual gobernadora, parece estar acabándose más rápido que el final de las obras.