(Columna publicada en Diario La Nación) Mauricio Macri tardó casi un año y medio en entenderlo, pero lo comprendió. Será la política y no la economía lo que le permitirá, eventualmente, ganar las elecciones de medio término del 22 de octubre. Dentro de su mesa chica ya descuentan que el PBI no crecerá, este año, ni el 3 y medio ni el 3 por ciento. Es más: algunos miembros de su ecléctico equipo firmarían sin dudarlo si supieran que, de enero a diciembre de 2017, la economía del país registrara una suba superior al 2 por ciento.

El Presidente sabe, además, que la persistencia del aumento del déficit fiscal combinado con altas tasas de interés, dólar barato y endeudamiento para bancar el desajuste no puede durar mucho más allá de octubre. Macri entiende que estamos a las puertas de una estanflación (estancamiento con suba de precios). Por eso empezó a endurecer su discurso e identificar a sus enemigos más impresentables. Por eso ahora habla de los mafiosos que buscan "sacar ventajita" y los coloca, en el imaginario colectivo, frente a los argentinos que desean un puesto de trabajo "formal" y persiguen el camino "de la felicidad".

Es su estrategia de negociar por sectores y por actividad, y no el éxito de su política económica lo que le está permitiendo aparecer como ganando la pulseada frente al sindicalismo. Es la fragmentación gremial evidenciada en los seis actos del 1° de mayo lo que le da a Macri una imagen de fortaleza que hasta hace poco no exhibía. Eso, y bastante del marketing made in Jaime Durán Barba: un par de frases de Perón y un poco de Obama style.

El Presidente entendió que es tan importante parecer como ser. Tan importante presentar el Plan Empalme, aunque no mueva de inmediato la aguja de la recuperación del empleo, como la baja real de la desocupación. Tan determinante la campaña publicitaria denominada "Haciendo lo que hay que hacer" como la misma construcción de las viviendas que se están fabricando a un ritmo sostenido, pero que no van a alcanzar para mover el amperímetro de las estadísticas de crecimiento de la macroeconomía.

No es muy diferente lo que está haciendo Macri de lo que hizo ni bien asumió Néstor Kirchner, de manera más intuitiva y con menos "trabajo de campo". Había asumido Kirchner con apenas el 22% de los votos. El "trabajo sucio" que ya había realizado Eduardo Duhalde todavía no mostraba los primeros "brotes verdes". Entonces la emprendió, primero, contra la "mayoría automática" de la Corte Suprema con peor prensa desde 1983 hasta entonces. Después eligió como "enemigo ideal" al sindicalista José Luis Barrionuevo. Y así fue reconstruyendo la "autoridad presidencial", un activo imprescindible para ejercer el poder después de la crisis de diciembre de 2001.

Es la política y no la economía, estúpido, se podría decir con una sonrisa, parafraseando al asesor de Bill Clinton, pero al revés. Y dentro de la política, lo que hará ganar, eventualmente, a Cambiemos, es la campaña gratis para favorecer al Gobierno que protagoniza la ex presidenta Cristina Fernández junto con Hebe de Bonafini y otros dirigentes políticos y sociales que crecieron al calor del kirchnerismo, como Aníbal Fernández, Roberto Baradel, Luis D'Elía o Fernando Esteche. Todos ellos parecen los piantavotos perfectos. Son ideales para garantizar la fidelidad e identificación del núcleo duro de los electores del conurbano de la tercera sección electoral. Pero en el resto de la provincia de Buenos Aires y del país provocan el efecto contrario: son como el cajón de Herminio Iglesias, multiplicado por varios miles de votos. Son, al mismo tiempo, los garantes de la grieta y la polarización.

Por otra parte, en la ciudad de Buenos Aires y los centros urbanos, los que "trabajan gratis" para Macri son gente aparentemente ilustrada. Gente como las actrices y los actores que compusieron un personaje y lo subieron a las redes para protestar contra los cambios en el Incaa. Gente como los integrantes de Carta Abierta, quienes presentan al Presidente como un monstruo de derecha que asumió el poder para asustar a los niños y a las mujeres. Macri se dio cuenta a tiempo, y con las encuestas en la mano, que será este humor social imperante el que le ayudará a ganar las elecciones. Pero sería mejor que comprendiera cuanto antes que esto no le alcanzará para hacer lo que se juró a sí mismo: liderar un cambio cultural y desterrar para siempre el populismo. Porque necesitará de la economía, además de la política, para lograr un cambio real.