(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) Los analistas finos del poder en la Argentina siguen sosteniendo que Mauricio Macri asumió la Presidencia como producto de una serie de factores entre los que la suerte fue determinante.

Aunque no lo entienden como excluyentes, expertos como Sergio Berenzstein y Rosendo Fraga, cada tanto, se preguntan, qué habría pasado, por ejemplo, si Cristina Fernández no le hubiese bajado el pulgar a Florencio Randazzo como candidato a presidente. O si, en vez de auspiciar la candidatura Aníbal Fernández contra María Eugenia Vidal, la ex presidenta habría apoyado la de Julián Domínguez.

También se preguntan si Macri habría podido ganar sin el acuerdo -justo antes de armar las listas- con Elisa Carrió y Ernesto Sanz, lo que hoy se entiende como una coalición parlamentaria y no gubernamental, con el efectivo y marketinero nombre de Cambiemos.

Aunque parezca una idea superficial, muchos piensan que para llegar a Presidente de la Argentina, además de estar un poco loco y juntar mucho dinero, se necesita una buena dosis de suerte.

Bien: cuando falta poco menos de un año para las PASO del año que viene, parece obvio que el Jefe de Estado necesitará bastante más suerte de la que le viene regalando la vida. Sin necesidad de profundizar demasiado, está claro que, por ejemplo, para ganar la elección, precisará, entre otras cosas, que Cristina no vaya presa antes y se presente como candidata a Presidenta una vez más; que el peronismo racional o federal no alcance a configurar un armado atractivo como para ingresar a la segunda vuelta electoral; que la crisis económica presente no se acentúe y potencie al malhumor social que ya mismo resulta evidente y justificado; y que la enorme masa de votantes que lo eligió en diciembre y que ahora está enojada, decepcionada o desencantada lo vuelva a elegir, aunque sea con la nariz tapada e insultando por lo bajo.

No es poco, pero tampoco es descabellado imaginar que, si se analiza cada hecho por separado, Macri lo podría lograr, aunque sea raspando, tal como se impuso en segunda vuelta. Y digo raspando para recordar, en especial, la última parte de la campaña negativa, que casi transforma a Daniel Scioli en presidente de todes les argentines.

Los que manejaban los números finos todavía siguen diciendo que si la campaña hubiese durado una semana más, el resultado habría sido el inverso. Incluso, algunos de ellos insisten en que "Daniel se apuró demasiado en reconocer la derrota". Es que el timing electoral también es imprescindible para ayudar a la suerte. O, para citar el pensamiento del mayor ganador de elecciones de los últimos años, el asesor ecuatoriano Jaime Durán Barba, siempre es mejor no parecer ganando con mucho tiempo de anticipación a la fecha de la elección, porque lo más efectivo es hacerlo durante la última arremetida, cuando el adversario ya no tiene tiempo ni espacio para dar vuelta el resultado. Igual, los análisis poselectorales son los más fáciles de todos.

Porque si Macri llega a ser reelecto, con la lengua afuera, o por muy poco, no faltarán quienes argumentarán la existencia de una maquinaria perfecta y mucha magia de campaña. De hecho, las previsiones que ahora mismo se hacen sobre el nivel de satisfacción con respecto al rumbo de la economía y el estado de ánimo en general, ofrecen un resultado tan ajustado, que, si se lleva al nivel de la exageración, dan como posible un cambio de humor favorable, a horas del domingo de la primera vuelta electoral, en octubre del año que viene.

No se sabe si a esta idea que alienta la mesa chica del Presidente hay que encuadrarla, necesariamente, en el sesgo optimista que el propio Berensztein le adjudica a Cambiemos. Lo que parece imprescindible es leer las encuestas como corresponde, y no según el deseo de cada uno. Sin ir más lejos, en la última tapa de la revista Noticias aparecen fuentes cercanas a Unidad Ciudadana que hablan de la alegría de Cristina Kirchner por el supuesto crecimiento de su intención de voto, cuando en realidad el dato nuevo sería exactamente el inverso.

Para ser más precisos: según la consultora Federico González y Asociados, la ex presidenta perforó, hacia abajo, el techo del 30 por ciento que tenía antes que se conociera la megacausa denominada "Los cuadernos de la corrupción K". Es verdad que no se trata de una caída abrupta. Sólo habría perdido un par de puntos. Pero lo que parece más importante es lo simbólico: por primera vez en mucho tiempo, una parte de los votantes hasta ahora incondicionales de Cristina, empiezan a experimentar un cierto cansancio moral.

Un principio de hartazgo que indicaría que las evidencias sobre su participación directa en el sistema de coimas la terminarían haciendo indefendible. Los cuadernos, por otra parte, tampoco ayudarían mucho, por lo menos hasta el momento, al peronismo no K. Ni a Miguel Ángel Pichetto, quien se sigue inmolando con su postura de mantener los fueros para Cristina Fernández y Carlos Menem, ni al resto de los principales referentes, quienes evitan atacar en público a la ex presidenta de la Nación, para no perder los votos de una buena parte de los peronistas que la siguen bancando y el que el día de mañana, en una lección presidencial, los podría llegar a elegir.

De cualquier manera, la buena estrella de Macri, para que dure hasta el final, debería garantizar la no aparición de un nuevo cisne negro, en cualquiera de sus variantes. Esto es: la guerra comercial entre los Estados Unidos y China, la meteorología que afecta los productos del campo o situaciones de violencia espontáneas o prefabricadas, como el caso de la desaparición de Santiago Maldonado, o los robos organizados a hipermercados a lo largo y a lo ancho del país. "Rezo todo los días para que a Patricia Bulrich no le hagan una zancadilla que la ponga al borde de la represión indiscriminada" me dijo un miembro del gabinete que habla con Macri casi todos los días.