La buena decisión original de instaurar una cuarentena estricta lo puso al Presidente en el mejor momento de su vida política. Con índices de aprobación jamás soñados. La flexibilización de la cuarentena lo irá bajando, de manera paulatina, a la tierra de los mortales. Y lo que es peor: lo enfrentará con una economía destrozada. Además pondrá en evidencia las fallas de gestión que hasta ahora aparecían disimuladas o tapadas por el coronavirus.

El único camino que le queda a Alberto Fernández, para ensamblarlo con una salida de la cuarentena no traumática, es lograr un acuerdo con los acreedores externos por el pago de la deuda. Si el jefe de Estado lo consigue, tendrá, para las elecciones legislativas del año que viene, dos banderas listas para flamear: su posición que habrá servido para evitar miles de muertes; su muñeca política para evitar el default. Sin embargo, en el medio de ambas posibilidades, deberá seguir lidiando con el mayor problema de su administración: el plan de Cristina Fernández para garantizar su impunidad, y al mismo tiempo transformarse en alternativa de poder, con ella misma, su hijo Máximo Kirchner y el gobernador Axel Kicillof a la cabeza. Cristina ya se aseguró lo que necesita todo candidato: mucho dinero a través de las grandes cajas políticas del Estado, organización territorial y una audacia ilimitada. El Presidente, en ese terreno, parece a la defensiva. No cree que sea el momento de fundar el albertismo. Ni siquiera de incomodar un poquito a la dirigente que lo ungió.