Ocupados en cómo atravesar la pandemia primero y en su propia supervivencia, al mismo tiempo, la clase dirigente no piensa en el día después, sino en cómo quedarse con la cuota de poder correspondiente. Al Presidente le quedan tres años y medio de gobierno. Como buen animal político, intentará que sean cuatro más. La Cámpora viene trabajando para la candidatura de Máximo a presidente 2023 desde hace varios años, pero la sombra de Axel Kicillof ha despertado una interna subterránea, que todavía no se terminó de expresar en la superficie.

En Juntos por el Cambio Horacio Rodríguez Larreta ya avisó que quiere ser candidato y que tiene una estrategia distinta a la de Mauricio Macri para transformarse en líder del espacio. María Eugenia Vidal no tiene apuro, pero tampoco le falta ambición de poder. El expresidente no se resigna a entregar la jefatura de la oposición, pero, al final del día, si las encuestas mandan, aceptará convivir en igualdad de condiciones con el postulante que mejor mida, si le aseguran que ocupará un lugar de relevancia en el momento que corresponda. El radicalismo todavía no tiene aspirantes con demasiado peso. Por eso algunos apuran la marcha hacia la competencia interna, como Alfredo Cornejo. Gerardo Morales pide pista, y Martín Lousteau también se va a anotar, aunque debería pararse en otro lado, porque sus antecedentes como ministro de Cristina Fernández no lo ayudan demasiado. ¿Y Cristina? Ella necesita sacarse las causas judiciales de encima, porque si no lo hace cuánto antes su futuro se empezará a reducir, juntos con sus posibilidades. Pero ninguno de ellos tendrá la más mínima chance si cada uno, desde el lugar que le corresponde, no empieza a pensar en el día después de la pandemia. Porque la economía, la salud, la educación, las empresas y el tejido social estarán tan deteriorados que quizá emerja una nueva sociedad, donde ninguno sea tan imprescindible.