Libros y Lecturas

Lunes. Vemos cinco películas de Jurassic Park con Carmelo. En orden, de la primera hasta la última, que él vio el año pasado en el cine. Me hizo acordar a que, para Halloween, se probó diferentes disfraces. En un momento le saqué una foto con una máscara de velociraptor que le regalé para una navidad pasada.

Sábado. Ayer, primera vez desde la vuelta de la democracia y la guerra que un presidente abre las sesiones del congreso y no habla de Malvinas. Más tarde, leo una nota en Infobae donde se dice que los británicos ampliaron su zona de influencia en el Atlántico Sur.

Lunes. Ayer, Medida por medida en el Teatro Sarmiento con adaptación y dirección de Gabriel Chamé. Teatro de clown pero con actores –sobre todo Bassi y Gentile, que hacen del Conde y Angelo– muy virtuosos desde lo físico y lo vocal. Pese a que entierran la Máquina Shakespeare, su verba, abajo de gags físicos y miles de chistes coyunturales, en algunos parlamentos, y dada la calidad de los actores, la poesía sigue ahí, se siente, se abre paso. La idea es desafiar el prestigio del autor, una vez más, y eso se dice todo el tiempo. Andá a cantarle a Shakespeare, hablalo con Shakespeare si tenés algún problema, etcétera. Una de las actrices en un momento se para y grita “¡Shakespeare, mi garcha!” Supongo que a Shakespeare le habría gustado. La sala estaba llena y era receptiva. Por mi parte me hubiera gustado un poco más de texto y un poco menos de trama, y también un poco menos de pantomima y despliegue físico. La obra se me estaba haciendo un poco larga porque se respeta la trama completa y Gentile que venía de correr entre el público dijo: “Qué larga esta obra.”

Martes. Me compré un mate hecho con la pata de una vaca forrada en cuero que termina en una pezuña completa. Las mujeres a las que se lo muestran se indignan. Tiene olor a muerte.

Domingo. Viajamos a Las Heras y limpiamos un poco la pileta. Tenía solo la mitad del agua. Llenamos lo que faltaba. (Siempre es rara, incómoda, una pileta a medio llenar.) Después de almorzar, nadamos. Hacía calor y el agua estaba fresca. Hablé con Pierina de Virginia Woolf. Hablamos de Orlando, y de cómo el periodismo emocional busca resaltar sus breves relaciones lésbicas en vez de analizar mejor sus ideas sobre el amor, el humor y la amistad, el grupo de Bloomsbury y también hablamos de Horace, al que nadie le prestó la atención que se merecía. Le pregunté si le gustaría escribir un libro sobre Virginia y me respondió que le gustaría hacer una película. No oculté mi sorpresa. El pronóstico del clima decía que a la madrugada iba a haber tormenta pero dudamos porque la noche estaba muy tranquila. Cenamos y cerramos y guardamos algunas cosas como la ropa que se estaba secando. Cuando todos se fueron a dormir, me acosté a leer en un colchón en el piso del living. Hacía calor y cerré los ojos sin darme cuenta. La tormenta me despertó. Ya había luz, aunque era muy temprano, y me quedé un rato despierto, sintiendo el viento y viendo los árboles moverse hasta que me volví a dormir.

Lunes. No me gustaron las primeras páginas de La Ribera de Wernicke. Muchos errores de todo tipo. Un estilo que se podría corregir sin esfuerzo, y ese estilo pobre y previsible se usa para contar banalidades. El personaje se despierta, el sol es vivificante, él se siente vivo, motivado, sale a ver el río, etcétera, etcétera. El diario sigue siendo mucho más potente, asertivo y honesto.

Lunes. Leo que Nicolas Cage compró el cráneo de un Tiranosaurio Rex y después lo tuvo que devolver. Encuentro un textual. El actor dijo: “Fue algo desafortunado, porque gasté 276.000 dólares en eso. Lo compré en una subasta legítima, y descubrí que había sido extraído ilegalmente de Mongolia, y luego tuve que devolverlo. Por supuesto que debía entregarse a su país. Nunca recuperé mi dinero.” Nunca confies en un paleontólogo mongol, Nicolas, nunca.

Jueves. De ayer a hoy me quedo a dormir en lo de mi madre. Duermo en la habitación de servicio y me levanto a las seis. Hoy a las siete de la mañana cargamos los libros y cajas con ropa y otros objetos en un pequeño vehículo utilitario. Llevamos todo a la nueva casa y después hacemos otro viaje con sillas y alfombras. La operación termina a las diez y media de la mañana. Sin novedad, como dicen los militares. Hoy vuelvo a la casa de mi madre para mañana repetir el movimiento con los muebles grandes.

Domingo. Mi madre se muda. Desde hace una semana embala muebles y libros, desarma su cocina, guarda su ropa en valijas. Durante todo ese movimiento, hablamos por teléfono. La inestabilidad la tensiona. En un momento me dice que encontró algunas revistas y otras cosas mías. Me dice que las va a tirar porque no se puede vivir en la nostalgia. Le pido que no las tire. Cuando llego a su casa, las revistas son viejos ejemplares de las Rolling Stone, y hay también un diario en papel, donde alguna vez, hace veinte años, me hicieron una entrevista y una carpeta que tiene mis dibujos de cuando iba al jardín de infantes, muchísimo más vieja. La empiezo a revisar. Está fechada en 1981. Catorce años fui a la escuela normal Número 4 Estanislao Severo Ceballos, antiguo pro hombre de la patria que escribía libros y coleccionaba cráneos de indios. De jardín de infantes hasta el final del secundario. Nunca estuve catorce años en ninguna parte, salvo quizás en el Club Italiano. Los dibujos de la carpeta son, desde ya, infantiles. Hay uno de tema patrio donde dibujé, con mis limitadas habilidades de los cinco años, dos granaderos saludando a la bandera.

Martes. Volver siempre es difícil. Uno arrastra los lugares en la cabeza, en los ojos y en las manos. Los precios de los libros, imposibles, me empujan a la web. Hoy, almuerzo con Néstor en El Federal. Me comenta de su novela que está terminada, que terminó de escribir hace meses y que, sin embargo, sigue escribiendo. Come media tortilla de papa y cada tanto dice frases geniales. Tiene una que cito de memoria: “Me hablan de tecnología y yo no paro de ver Edad Media en todos lados.” Quedamos en que le voy a mandar unas preguntas para una entrevista. Me hace con muecas una refinada lectura de El matemático nocturno de Chiesa. Cierra con un “qué bárbaro.”