Libros y Lecturas
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Viernes. Fui al Hospital Italiano a buscar mis lentes nuevos. Llegué a las dos, puntual, y estaba cerrado. Esperé a que abrieran. Ya había gente, dos o tres viejos sentados en los bancos del hospital. Me dieron un número y luego me llamaron y me dieron los lentes. Me los probé. Desde luego, sentí que me mareaba. Salí a la calle. Volví a casa caminando. Cada tanto me los ponía, miraba los edificios y pensaba en la suerte de nacer en Buenos Aires y en la mala dicha de tener que lidiar con los oftalmólogos del Hospital Italiano.
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Viernes. Sócrates debería haber elegido el camino de los bárbaros, el ostracismo, los velos de Oriente. Nos habría hecho la vida mucho más fácil a todos.
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Viernes. Escuchando los últimos cuartetos de cuerdas de Beethoven, muy famosos y comentados. Pero no termino de sacar nada. Me suenan todavía muy clásicos. O quizás haya algo que no entienda. El disonante de Mozart me sigue pareciendo más atractivo o incluso también los de Haydn. Escucho los de Beethoven y como no logran conmoverme, me angustio. (Me gustaría que me inspiren, que me empujen, como una droga. A veces podemos pedirle eso a la música.) Después pongo Das Ring des Nibelungen y presto atención a la obertura con curiosidad. Cuando empiezan a sonar las voces siento, sin mediaciones, que vuelvo a casa.
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Miércoles. La mujer de los tatuajes en la cara que ordenaba la castración del lector subió un video a su cuenta de Twitter donde se está sometiendo a un tratamiento láser que se los borra. Nada dura en este presente bestial.
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Viernes. Veo un breve video donde un androide se cambia las baterías a sí mismo. Se saca una caja de la espalda, que es la batería, la pone en un estante con mucho cuidado y procede a instalarse otra caja, que es una batería nueva. También encuentro otro video donde un robot baila maquinalmente rodeado de gente, se cae y no se puede levantar.
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Viernes a la noche. Leo en una noticia que un grupo de científicos le puso un hongo, una determinada variedad de hongo, a la cabeza de un robot y ahora el robot responde a los estímulos de esa cabeza de hongo y se mueve y actúa en consecuencia. Napo me había señalado que los robots se iban a llevar bien con los animales, mucho mejor que con los seres humanos, y me citaba como ejemplo a un pulpo que se había hecho amigo de un robot con forma de pulpo. Esto es un paso más en esas colaboraciones que podríamos llamar no humanas o incluso antihumanas. Desde luego, el hongo no tiene formación piadosa, humanista o empática que le permita, cuando esté al comando de un robot, no destruir todo lo que lo rodea. No la tienen los animales, no la tiene el mundo vegetal, mucho menos la van a tener los hongos. Le digo a Napo que cuando el hongo pueda hablar nos va a insultar. El me responde: “sería lo menos malo.”
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Viernes. En Facebook alguien pone en un grupo que no recuerdo este poema chino con forma de relato. Lo pone para ejemplificar no sé qué teoría sobre la fonética del chino mandarín y otras formas del chino. Pero no importa. Lo que me gusta es el relato y el remate. La narración, los personajes, la trama, el estilo. Copio el relato: “En una guarida de piedra estaba el poeta Shi, al que le encantaba comer leones, y decidió comerse diez. Solía ir al mercado a buscar leones. Un día a las diez en punto, diez leones acababan de llegar al mercado. Viendo esos diez leones, los mató con flechas. Trajo los cadáveres de los diez leones a la guarida de piedra. La guarida de piedra estaba húmeda. Pidió a sus siervos que la limpiaran. Después de que la guarida de piedra fuese limpiada, intentó comerse esos diez leones. Cuando los comió, se dio cuenta de que esos diez leones eran en realidad diez cadáveres de leones de piedra.”
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Viernes. Última del libro de Badiou. Sobre el final, a cuento de nada, sin pudor, se regala un elogio a sí mismo. “Vitez leyó la pieza Ahmed le subtil an Chaillot en 1988. Declaró bajo juramento que el público estaba muerto de risa.” Ahmed le subtil, por supuesto, es una pieza de su autoría. El teatro, el arte performativo, reducido acá a un evocación de un tercero que hace mucho leyó su pieza, entendemos, a un grupo de personas que, al parecer, reían. Qué raro presumir de eso, qué ineficiente. Y esa declaración bajo juramento no puede ser más débil. El progresismo y su oronda y constante necesidad de autofelicitarse. La frase mejora mucho si sacamos las dos palabras finales: “Declaró bajo juramento que el público estaba muerto.”
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Sábado. Del libro de Badiou rescato una sola idea, que el teatro sea obligatorio. Aunque ¿no es siempre obligatorio el teatro? Hoy tomo el tren en Retiro. Tarda en llegar. Desde que asumió Milei los trenes andan mal. Apenas salimos de la estación, con el vagón lleno, una mujer larga un sermón de forma teatral. Pide dinero y comida. Habla de Dios, del cáncer, de sus hijos perdidos, de Internet que es el diablo. “Ayudenme a comer, no jueguen con Dios, la ley no existe, no es nada.” Habla con claridad, de forma pausada. Dos, tres frases cortas y hace silencio. Por momentos parece una maestra retando a sus alumnos que se portaron mal. En un momento, me doy cuenta que su mensaje no es muy diferente al de cualquier intelectual porteño. O al menos podría insertarse sin problemas en esa trama de denuncias, chicanas y discusión. Por lo demás, ayer de madrugada y en un ataque de sonambulismo, arranqué las cortinas de mi habitación.
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Jueves. Ayer salimos para Mar del Plata. Pasé una noche muy incómoda con la garganta cerrada y doliendo. Pero me automedique a tiempo con Amoxidal y durante el viaje me fui componiendo. Cuando salimos, había mucha niebla en la ruta y, a medida que se fue disipando, también me fui sintiendo mejor. Hoy, presentación del libro de los submarinos en el Museo de la Fuerza de Submarinos, en escollera norte, con la presencia del comandante de base y veteranos de la tripulación del San Luis. El museo me gusta, es de los museos que más me gustan. Lo dije, me preguntaron por qué y dudé. Después dije: “Me gusta porque me gusta la historia de los submarinos argentinos.” Y es verdad. A la tarde pasé por el Centro de Veteranos de Malvinas de la ciudad y más hacia la noche fui a la presentación del libro nuevo de Hugo Emilio en Dickens. De las posibles anginas, no hay rastros de fiebre pero sí me queda un mareo que va y viene y una falta de fuerza general.


