Libros y Lecturas

Lunes. No hay horizonte. El tema covid no parece poder resolverse. Se habla de cerrar o no cerrar como si eso fuera una solución. Eventualmente se puede y se va a hacer, pero solo como un atenuante, nunca como una solución. El siglo XXI, cada vez más antisocial. Y ahora aboliendo la perspectiva. Lo que llega es una capa más de paranoia a nuestra gruesa existencia.

Jueves Santo. Escribí “Buen viaje, Carlos” y ahora al releerlo, me siento un tonto. Al parecer Busqued tuvo un infarto y se cayó por las escaleras del edificio donde vivía. No murió de forma serena. Hoy estuve releyendo su antiguo blog y el ensayo que le dediqué a Bajo este sol tremendo, mientras el periodismo devora su cuerpo y parasita su mente.

Martes. Lo personal es político. El género es político. La lengua es política. Para ellas, lo único que no es político es la distribución de la riqueza. “The sky above the port was the color of television, tuned to a dead channel.” Salgo a la calle, me olvido el barbijo y vuelvo a buscarlo. Vamos a tener otro año así y va a ser más aburrido incluso que el anterior porque no va a tener sorpresa.

Aprendí lo que era el ritmo con el profesor Lentino nadando en la pileta del Club Italiano. Tres veces por semana, lunes, miércoles y jueves, Lentino daba su clase. Miles y miles de pibes aprendieron con él. Me acuerdo que hice el jardín de infantes en el club a principios de la década del 80 y ya Lentino nos enseñaba a respirar, los estilos, la patada agarrados del borde. Seguí yendo cuando empecé la primaria. En un momento Lentino le preguntó a mi madre si quería entrenar con los cadetes los sábados a la mañana. Así que empecé a ir con chicos más grandes. A veces los entrenaba Lentino, a veces otro profesor de quién no recuerdo el nombre. “Prolijo, a ritmo, a ritmo, no te vayas, la brazada a ritmo, prolijo, vamos” decía Lentino. No era rápido, no era lento, no tenía que ver con la velocidad, tenía que ver con el ritmo. Había que buscar la misma brazada, diez veces, cien veces, miles veces. La patada tenía que ir sincronizada. ¿Me salía? Sí, había encontrado mi ritmo.

Miércoles. Hace un mes saqué turno para visitar al oftalmólogo. El Hospital Italiano tiene esos tiempos. Llega el día. Voy a la sede en Caballito. Espero bastante, una media hora. Leo a Bloom. La sala de espera está vacía. Sobre el final de la tarde, me atiende un hombre vestido de calle, robusto, de unos sesenta años. Me saluda con bonhomía. Me pide mis lentes actuales. Se los paso. Los mete en una pequeña máquina. Murmura algo. “Bueno, veamos” dice y me hace sentar en una silla y empieza a señalar letras en un cartel luminoso. Me pide que lea. Yo, que me dedico a leer, leo poco, casi nada. Y enseguida no puedo leer. No veo bien. “Bueno, quiero que me hagas trabajar lo menos posible” confiesa, risueño, el oftalmólogo. Y me hace acomodarme en un aparato en el que me mira las retinas, primero la derecha, luego la izquierda.

7. Los ensayos de Aira y las novelas de Aira. La novela presurizada, la experimentación con el punteo sobre la extensión. Lo corto, lo largo, lo rápido, lo extenso. Aira nos propone otra forma de leer pero no nos explica nunca cómo hacerlo. Lo sabe, desde ya. Diríamos que Aira sabe cómo debe ser leída su obra, incluso los defectos de su obra, sus limitaciones. Y se cuida mucho de señalar ese cómo. Pero también hay algo que se le escapa. Nadie leyó todos los libros de Aira, ni siquiera el mismo Aira. Quizás Ricardo Strafacce lo haya hecho, pero Strafacce es un escritor más dotado que Aira, no tan prodigioso, más conflictivo y reflexivo.

1. Leído desde Borges, César Aira sería un autor oceánico, abundante, expansivo. El periodismo usa la palabra "prolífico." Borges sería el escritor de la miopía, de ver poco o nada, de escribir poco, de condensar y concentrar, de intervenir con pequeños movimientos, con pequeños puntos, todo lo cual lo llevaría finalmente de la ceguera. Y Aira sería un escritor anti-microscopio, más bien lo contrario: plano, liso, sin porosidades. Esto se transmite a sus personajes que recorren sus obras privados de psicología. Y mientras Borges hace de la entrevista un arte y un arte casi de masas, Aira niega ese espacio, lo retacea, lo concede poco. Borges es conferencista. Aira se propone ausente de los medios de comunicación.

Miércoles. Titular: “Condenan a mujer trans por abusar sexualmente de un hombre discapacitado.” La noticia pasó en Córdoba. Otro titular: Las cucarachas son caníbales. Bajada: “Insects nibble on each other's wings after they have mated in unusual case of sexual cannibalism.” Leo, de a poco, Manifiesto Suprematista de Kasimir Malevich: “Por suprematismo entiendo la supremacía de la sensibilidad pura en las artes figurativas.”

Lunes. Twitter conforma, en su acceso irrestricto y en su inmediatez, una idea de sujeto y, por lo tanto, una idea de saber y de democracia, y todo eso está hoy en un estado crítico de angustia. La teoría del sujeto que emana de las redes sociales como facebook, Instagram y Twitter ¿quién revisa eso? Todas las redes sociales proyectan de una u otra manera una teoría del sujeto y una moral. Chesterton: “We shall soon be in a world in which a man may be howled down for saying that two and two make four, in which people will persecute the heresy of calling a triangle a three-sided figure, and hang a man for maddening a mob with the news that grass is green.”

Lunes. Viaje nocturno a la costa. De madrugada, saco fotos de la ruta 2. Escenarios ominosos, lentos, oscuros. No hay autos, no hay gente, la iluminación de edificios abandonados o clausurados es mínima. Le mando una foto que me gusta a Robles y me responde enseguida. Está despierto, trabajando. Me pregunta: “¿dónde estás? Parece Chernobyl.”