Libros y Lecturas

Lunes. Me encanta el subtítulo de Totem und tabu: “Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos.” ¿Hay que leerlo como una respuesta tardía al Facundo de Sarmiento? Cuando era joven la ansiedad me llevaba a buscar atajos. ¿A dónde quería llegar? A Revista Paco, a Malvinas, a la novela que siempre estoy pensando y escribiendo, a Montaigne, a Heidegger. También a Europa. Al trabajo. Al dinero. Quería conocer a Mavrakis, a Robles, a Godoy. Pero todo era muy lento. Cuando uno es joven todo es muy lento, sobre todo si fue joven en la década del 90.

Lunes. Ya no se lee tanto interés literario en el virus, la pandemia y la cuarentena. Ni siquiera el periodismo insiste. Las muertes siguen ahí pero la novedad se agotó hace tiempo. Cuando despertó, el dinosaurio… Hace unos días Chano, el cantante, tuvo un episodio psicótico y atacó a un policía con un cuchillo de cortar el pan. El policía reaccionó pegándole un tiro en la panza. Ahora Chano está internado y le tuvieron que extirpar parte del páncreas y un riñón.

Jueves. Algunas notas que me dejaron las clases de la primera mitad del año. El archivo se titula Problemas del novelista. En relación al tiempo y su administración, ¿cuándo escribir? ¿Cuánto tiempo escribir? Pero no importa el tiempo, importa el ritmo. La extensión. ¿Cómo sumar páginas? ¿Cómo hacer crecer la narración? Pensar desde ahí es un error. No pienso desde las páginas, pienso desde la historia. (Aunque miro la extensión.) Dos instancias. La decepción. Es inevitable. El entusiasmo. Hay que tener cuidado. El tema. ¿Qué es el tema? ¿Cómo elegirlo? A veces no lo elegimos, sino que lo descubrimos en lo que escribimos. Elementos de la narración. La escena, el personaje, el estilo.

Jueves. La caldera que calienta el agua en mi departamento no anda. No me puedo bañar ni calefaccionarme. El display electrónico da error cuando la enchufo. Busco el manual en la web y lo leo. No entiendo qué tengo que hacer y si puedo arreglar la caldera por mi cuenta. Llamo a mi tío y me dice que falta presión de agua. Arreglo eso abriendo una válvula oculta en la parte de abajo de la caldera. Así pasó de E07 a E01. La letra E es de error. El E01 demanda que haga un reset de la caldera pero no sé cómo hacerlo. Vuelvo al manual. Lo leo bastante a conciencia. La caldera sigue sin encender.

Jueves. Ayer empecé el curso virtual con Daniel Santoro. Se conectaron ciento cincuenta personas. En el comienzo de la clase Santoro pasó el fragmento de la construcción de la campana de Andrei Rubliov. La película va sin sonido y él la narra. Habla sobre las imágenes. Habla del coraje de crear. Al principio pienso ¿qué pasa acá? Y luego entiendo. Hay una traducción. Me emociona la escena final del huérfano llorando y diciendo que el padre no le había enseñado nada. Me emociona mucho escuchar a Santoro contando eso que veo. Luego dice “hay pintura y hay dibujo porque hay cristianismo.” Me vuelve a sorprender. Disfruto mucho de su análisis de Van Eyck y su comparación con Tintoretto.

Sábado. Le improviso una breve historia del teatro a mi hijo para que se duerma. Describo la vida en Atenas, los actores cómicos o trágicos, las obras y los dramaturgos. Cuando salto a los contadores de películas de los pueblos bonaerenses, ya está dormido. Son apenas 2400 años de historia.

Miércoles. Murió John Mcaffe.

Lunes. Cuando vuelvo en bicicleta desde Constitución a Flores paso por la biblioteca Miguel Cané en la que trabajó Borges. Me gusta recomponer la colección de trabajos que tuvo. Empezó a trabajar muy tarde. Fue periodista y renunció a ser editor del suplemento Multicolor de los sábados que salía en Crítica. Después fue auxiliar de biblioteca y lo echaron por contrera. Y luego se las arregló como conferencista y ocasional redactor de algunas revistas. Piglia dice que dirigió o escribió en una revista del subte. Es posible. A veces pienso qué habría pasado si el peronismo no lo hubiera echado. Se habría quedado ahí, supongo, en la biblioteca. A veces pienso en cuánto cambió el barrio desde que Borges caminaba esas cuadras. A veces no pienso en nada y me dedico a pedalear.

Lunes. Ayer domingo, paseo con Mia Antonella por la 9 de julio y San Telmo. Bastante gente en la calle y en los bares. Miramos y sacamos fotos de fachadas y edificios. La arquitectura de Buenos Aires, siempre amenazada, siempre vital, qué bien se deja fotografiar los domingos de sol. No hacía frío. Compramos dos libros en el mercado, donde hay librerías de viejo y discos de vinilo más ropa y lugares para comer. Después bajamos a ver el Canto al trabajo de Yrurtia que está enrejada y verde, como si hubiese sido afectada por una radiación. Es una de las mejores piezas que muestra la ciudad. No, es la mejor. Y la mejor de Argentina también.

Lunes. Corrijo un largo ensayo sobre Aira. Pienso que sus libros son la aplicación narrativa, sin amagues ni fisuras, de lo mejor —Roland Barthes— pero también lo peor —todos los imitadores de Barthes— del estructuralismo francés. ¿Cómo lo sé? Porque esos libros son fáciles de enseñar, una característica muy específica del estructuralismo francés. Útiles para ponerlos de ejemplo, para señalar los temas de la narración, sus recursos, sus herramientas… ¿Hay en los libros de Aira saberes que no atiendan a los de la mera literatura? Bueno, esto es imposible. La ficción siempre habla de otra cosa. Pero el esfuerzo está puesto en esa tonalidad autoreferencial en la disciplina elegida. De paso, no hay otro estructuralismo que el francés. No llega a haber, por ejemplo, un estructuralismo argentino.