Libros y Lecturas

Lunes. En 1919, Freud da a conocer su ensayo Das Unheimliche, traducido como Lo siniestro en su primera versión española que se hizo en Buenos Aires en 1943. Heimlich, Unheimlich. Heimlich, Unheimlich. Hay ahí una clave para pensar las contradicciones, todas las contradicciones, de la modernidad. Y eso que son muchas.

Lunes. Nelson Rodrigues decía que solamente un burro leía veinte mil volúmenes. Para él, la lectura sofisticada era la relectura. Hablo sobre el tema con Robles. Parafraseando a Heráclito, nunca se lee dos veces el mismo libro.

Lunes. David Lynch es de capricornio a 30 grados. Lo acabo de googlear. Era evidente. See the job. Do the job. Stay out of misery.

Lunes. Mis hijos tomando el sol del invierno en el balcón hablan sobre el coronavirus. Mi hijo de seis años dice: “Al final parece que no pasó nada, pero sí pasó algo.”

Lunes. Escorpio ¿es adicto al vértigo? Plutón, fuerza de la naturaleza, no entra en un cuerpo humano.

Lunes. “Lo real del vínculo social es la inexistencia de la relación sexual." Y sin embargo, la cuarentena viene a demostrar que algo había… Harold Bloom: “The center of my work as a critic is my own version of Freud's dry observation: every one of us wishes to die her or his own death, and not someone else's.” Traduzco: todos queremos morir nuestra propia vida. No la vida de otro, de alguien más. Solo un crítico puede desear eso y solo un crítico -o un psicoanalista, el hermano tendero del lector, el boticario de la lengua- está preparado para saber que siempre, siempre, morimos la muerte de otro.

Lunes. Me despierto, me conecto y me entero que murió Ennio Morricone a los noventa y un años. Leo la emotiva carta que dejó a los suyos. Empieza así: ““Yo, Ennio Morricone, he muerto.” Luego le dedico el resto del día a llamar a Telecentro, reclamar, amargarme y escuchar música. Por la noche, me emborracho. La cuarentena ya se vuelve rutina, y no una buena rutina. Si al menos pudiera escribir algo. Pero ¿qué cosa? Necesito fuerza para eso. Soy como un pasto seco que lucha para que no se lo lleve el viento. Eso es escribir. Esa neurosis, esa ansiedad, esa esperanza. Hang in there, pasto.

Lunes. El viernes pasado se me rompieron los cambios de la bicicleta. Estaba andando por Colegiales. Sentí el crack. Paré. La cadena estaba caída. Saqué la rueda. No había mucho qué hacer. Busqué en la zona con el celular. La terminé llevando a una bicicletería que encontré en el Google Maps. Me recibió un hombre canoso. Me explicó que se había roto el “fusible” y que el arreglo me iba a salir mil pesos. Le señalé que el brazo de los cambios también había hecho saltar dos rayos de la rueda de atrás. Me dijo que no había problemas. La dejé. No podía hacer mucho más. Empecé a caminar, crucé por Chacarita, caminé solo, a lo largo del paredón del cementerio por la calle Jorge Newbery. No es la primera vez que hago ese camino, ni a pie ni en bicicleta. También pasé muchas veces en auto. Pese a la ominosa cuarentena y a lo desolado del momento, el lugar me sigue gustando. Quizás porque se trata de una cita al romanticismo alemán. Tal vez por el silencio.

Lunes. Si buscamos desfallecer el ritmo del significante, deberíamos empezar por salir de Twitter. ¿Ritmo? Pienso en una historia que sea la historia alemana del lobo y la lavandera, contada una y otra vez, con variaciones. Aunque quizás las variaciones estén de más. Lacan: “el inconsciente es el sujeto, en tanto alienado en su historia, donde la síncopa del discurso se une con su deseo.” 

Lunes. Neonazis defienden la estatua de Churchill en Londres durante una acción convocada desde Black lives Matter. ¿Contradicción? Más bien la historia toma un camino que, como diría Mavrakis, transparenta algo más.