Libros y Lecturas

Lunes. Soñé que le explicaba a alguien dónde y qué cosas había estudiado. No recuerdo nada más. Ahora en la web, miro óleos de Marinus van Reymerswaele que se dedicaba a pintar banqueros y usureros. (También pintaba a su mujer.) ¿Cómo empieza una historia? A veces con un titular de diario: “El stripper argentino que le pateó el auto a una mujer en Chile aseguró: No soy violento.”

Lunes. Ayer River le ganó a Boca la final de la Copa Libertadores. Se lo dediqué a nuestro presidente Mauricio Macri desde las redes sociales. Y después también se lo dediqué a Martín Kohan por “bostero kosher”. Hoy me despierto y me llegan comentarios que me señalan como la última reencarnación del alma aterradora Reinhard Heydrich. Las redes sociales se volvieron un mono enfermo que intenta llegar a la conciencia inyectándose su propia sangre contaminada. Un mono que no se ríe, como los indios del Martín Fierro.

Domingo. En la casa de mi abuela duermo la siesta. Ella de noventa años habla con mi hijo de cuatro. Los escucho hablar desde la cama, en otro cuarto. Hablan y rehacen la vida privada de mi familia.

Lunes. El tiempo avanza. Crezco poco. Tampoco envejezco gravemente. Más bien transito la vida adulta tratando de... ¿de qué? Tratando de leer. Sí. Qué karma, qué destino. Sentarse a la mesa, charlar, amar, dormir.

Lunes. Soñé que levitaba y con un poco de esfuerzo y equilibrio podía volar a unos treinta centímetro del agua. Como estaba cerca del mar, de un mar con costa rocosa, practicaba y lo lograba con cierta destreza. El paisaje por el cual volaba era radiante, mar verde, cielo azul, risco y acantilados. En una de esas playas estaba Carlos Godoy que me felicitaba por mi habilidad con su parsimonia habitual. Luego aparecía en una zona fabril que se había inundado y donde el agua era negra. No sentía miedo pero el paisaje me desagradaba. En un puerto techado, como un hangar, unos nadadores me decían que volar era imposible. Yo estaba cansado y no lo lograba, no podía demostrarles que estaban equivocados. El agua se veía iluminada en algunos lugares con lámparas de luz blanca.

Lunes. Cansancio permanente. Se usa decir que es “por la altura del año.” Intento leer un poco a Leautaud de madrugada pero no termino de entrar en sus correrías sexuales en esa París mítica de los sobres, las cartas y los salones. Cuando estoy mal dormido, le exijo más a lo que leo, y Leautaud y sus mujeres me parecen muñecos polvorientos.

Lunes. Lo que antes te entusiasmaba ahora tiene el olor y el sabor de la ceniza. El arte es eso que queda cuando el artista se decepciona de todo pero igual sigue trabajando.

Lunes. Los lectores literales no entienden los sacrificios de la democracia. Quieren ser más democráticos que la democracia. Pero son ignorantes, impacientes y arrogantes y promueven los experimentos políticos extremos. Cuidar la democracia implica distribuir el ingreso. Una democracia que concentra el capital prepara el terreno para el final de los derechos. Pero también hay que cuidarse de las lecturas literales. El totalitarismo ¿no brilla más en la oscuridad de las democracias poco representativas? La clave es la representación, la metáfora, la sinécdoque democrática. Sin embargo, es la democracia directa la que fomenta la ignorancia, no los totalitarismos. Es el estado de derecho el que ablanda a los hombres otorgándoles derechos por los que no pelearon y de los que muchas veces desconocen toda historia. La democracia directa es un sistema imperfecto, sí. Los que dicen que es perfecto son los que se benefician de su imperfección. La democracia gusta mientras no muestre la cara aberrante del hombre. Hay, entonces, una higiene de la democracia.

Lunes. No leo ni escribo nada. Estoy cansado. Trabajo en un libro, en dos, en tres, en varios más, pero no escribo. También intento descansar sin éxito. A la tarde voy a la librería Aguilar y compro el ejemplar de la revista El Banquete que elegí no comprar hace unos días. Estaba ahí, como riéndose en silencio.

Sábado. Hacia las diez de la noche tomo el 152 hasta Retiro. Saliendo del centro, el colectivo para en un semáforo y desde la ventanilla veo al conserje de un edificio. El edificio es señorial, antiguo. La puerta es de hierro y vidrio, y atrás, en el palier mal iluminado, el conserje lee. El semáforo es largo y eso me da tiempo para estudiar los detalles. Pero no sé qué lee. No logro ver qué lee. Es un libro, pero ¿cuál? Pienso en el silencio, en la noche larga. Lo envidio. Cuando el colectivo arranca leo dos líneas más de un cuento de fantasmas de Henry James. Unos minutos después me anticipo. Tengo tiempo. Falta una hora para la partida. Así que camino un poco por El Bajo. Encuentro una parada de Metrobus que se llama Ricardo Rojas. No hay mucha gente, aunque se ve algo de tráfico nocturno. Le dedico un pensamiento a Rojas. Es un pensamiento amable, de entendimiento. Después llego a la terminal con esa mezcla de euforia y soledad ansiosa que me agarra cada vez que voy a dejar Buenos Aires.