Libros y Lecturas

Lunes. Titular ibérico: “Un jabalí sale del mar en Alicante y muerde a una bañista de Cuenca.”

Domingo. A quince días del accidente sigo con dolores. Pero ya son más concentrados. La zona de dolor se va haciendo más precisa. Sobre las costillas de la derecha, justo donde se empiezan a separar las dos partes del esternón, ahí se expande una zona que duele, y va comprometiendo dos costillas que se estiran y dan la vuelta hasta la espalda. De hecho, el dolor hace que se me contracture. Me sigo despertando de madrugada cuando me muevo. Paso los días somnoliento, un poco cansado. Mientras tanto el barbijo solo se usa en el subte, en el colectivo y casi como un adorno, como el recuerdo material de otro momento, de otra existencia. Leo el primer número de la revista Salvaje sur. Me gusta mucho. Leo también La limpieza, de Carlos Godoy,

Martes. ¿Qué pasó con el covid? Buena pregunta. El golpe de ayer se siente más hoy. Mala noche. Dormí poco. Cada vez que me daba vuelta en la cama, me dolía. Hoy no puedo leer ni estar acostado. (Las dos actividades que vertebran mi vida. Casi lo único que me gusta hacer.) Mavrakis dice que tengo que dejar de andar en bicicleta, que no tiene sentido hacer una actividad en la cual me puedo “romper la crisma gratis.” No logro contradecirlo. Tiene razón. Como no puedo escribir ni leer, escucho a Hugo Wolf.

Lunes. El fin de semana hablo con Macke de nuestros hijos. El suyo pinta para jugar bien, de hecho, juega bien y es el goleador de su equipo. Carmelo no juega, aunque a veces ataja. Hablamos del entrenamiento de los arqueros. Me gusta que los arqueros se entrenen aparte. Cerca de Vélez hay una canchita que hace entrenamiento de arqueros. Empiezan de muy chicos, seis o siete años. Se llama Cero Gol. Me gusta el nombre. Hay algo noble, dramático, casi trágico en ser arquero. Algo de base, proletario. No se puede fallar.

Jueves. Llevo a Carmelo a natación. Lo llevo a Ferro, el club donde pasé parte de mi infancia. En vez de qudarme leyendo como siempre en la zona de los juegos, me voy a la farmacia y compro algunos comprimidos y una bolsa de agua caliente. Cuando vuelvo, leo la caja de cartón en la que viene la bolsa de agua caliente. No es la bolsa de goma, vintage, sino algo diferente que sirve para frio y calor. A partir de esa descripción y esas instrucciones de uso pienso un relato. Me tienta escribirlo. Pero sale Carmelo de la pileta y lo acompaño a los vestuarios. Le seco el pelo. Después caminamos por Caballito hasta Primera Junta y tomamos el subte por dos estaciones, Puan, Carabobo. Pienso que vivo y siempre viví en el barrio donde nací. Conozco todo. Todos los edificios, todos los lugares, las calles, el tren, los colectivos, las plazas, pero la gente siempre es diferente. Cada lugar tiene una memoria y una anécdota para mí. Las caras no, las caras son extrañas. Las caras son una invitación constante a la ficción.

Lunes. Pron viene a la ciudad y pasa a verme por Flores. Su intención era conocer el barrio de César Aira. Pero terminamos tomando una cerveza en el bar de Lautaro casi Rivadavia. Carmelo vino con nosotros. Pron nos regaló su libro de los sueños que tiene un troquelado en las tapas y Carmelo le mostró sus cartas de Fornite. (El intercambio fue amable y atento.) Hablamos de libros y de autores como siempre, y un poco de cómo se perdió la escena literaria en Buenos Aires. Mi hipótesis es que entre el macrismo y la epidemia cortaron todo.

Lunes. Abre la Feria del libro. Repercusiones del discurso de apertura que hizo Guillermo Saccomano. ¿Polémico? Y sí, un poco de trotskismo impúdico, un poco de marxismo de segunda, alcanzó para que la cosa vibre más de lo esperado. Me gustó que señalara que nadie guarda los discursos anteriores porque a la cámara del libro, la organizadora del evento, lo único que le importa es lucrar. Después rescato una frase: “¿Quiénes son los lectores que llegan al libro sino los de una clase media pauperizada siempre y cuando no gasten demasiado en la gaseosa y los panchos?” Conozco a esos lectores, yo soy uno de ellos. Los lectores del pancho y la coca. Nada de sofisticadas bibliotecas borgeanas, nada de ediciones antiguas. Malas traducciones, libros baratos, de saldo.

Viernes. De vuelta en Buenos Aires, mucho trabajo. Trabajo editorial, reuniones, plazos. No tengo tiempo para dedicarle a escribir. Robles me carga porque le dije que no podía escribir porque tenía que terminar un libro. Pero es así. Terminar no significa necesariamente escribir. Por otra parte, no se puede escribir si uno no está dispuesto a perder tiempo. Escribir es básicamente prepararse para perder el tiempo. Tengo una bolsa de libros que traje de Mar del Plata. Regalos, compras. Pasé por la librería Dublín, donde atiende Gabriel y hablamos de Bernhard. Me mostró una edición de Corrección que ponderó mucho, le pregunté cuánto salía y me dijo que era suya, que no la vendía. “Es de mi biblioteca” fue la respuesta. (Ahora miro los libros que compré acá y me acompañaron durante el viaje.)

Viernes Santo. Llegamos a Las Heras. Durante el día el clima es agradable. Por la noche hay que encender la chimenea porque la temperatura baja a diez grados. Miro el clima en Malvinas. Once grados. La comparación me gusta. En un punto me reconforta. La pregunta es ¿podríamos vivir allá? La respuesta siempre es la misma: sí, podríamos.

Lunes. Gogui respondiéndole a Mavrakis: “A caballo de Alemania cualquiera te hace una guerra.”