Libros y Lecturas

Jueves. Ayer tomamos una combi que nos trajo de Ushuaia a Río Grande. El viaje dura tres horas y combina un principio de montañas y nieve con una caída abrupta en la estepa patagónica y el mar. Cenamos en un local tradicional con Federico Rodriguez y su familia y hoy nos invitaron a su casa en el barrio Malvinas Argentinas, que antes se llamaba Chacra 13. Antes de servir una moqueca de camarones que hizo Renata, nos contaron esta anécdota. Con el fin de juntar fondos para un viaje de estudios, Renata, que es de Porto Alegre y probada cocinera, accedió a preparar mil porciones de feijoada para la escuela local.

Domingo. Mañana salimos para Tierra del Fuego. Vamos con mucho entusiasmo. También sé muy bien que el viaje anterior fue bueno y entonces los dos viajes, el que hicimos en el 19 y este del 2021, van a competir en nuestra percepción. El plan es viajar por la ruta 3 de Ushuaia a Rio Grande, una parte desconocida y lejana de esa ruta conocida.

Lunes. Ayer, visita al Museo Histórico de San Telmo. Nos detuvimos un poco de más en la pequeña sala dedicada a la fiebre amarilla que sufrió la ciudad durante la presidencia de Sarmiento. En un panel se lee: “Todos amarillos: los muertos por la enfermedad, los vivos por el miedo.” Nuestra epidemia del siglo XXI fue otra cosa. ¿Se puede comparar? Miedo sí, pero poco, ajustado, nada desbordado, miedo como incisiones precisas, paranoides, ocasionales. Y sobre todo el miedo como incertidumbre, que es la verdadera epidemia de este siglo. Volviendo desde San Telmo hacia Constitución, sobre la calle Brasil, le saco fotos a la Parroquia Santa Catalina de Alejandría. La arquitectura dura y oscura me habla. ¿Qué pasa ahí? ¿Qué se puede imaginar en ese barrio? Quiero escribir un diccionario en el verano. Un diccionario gótico de Buenos Aires. O quizás eso sea mucho. Habría que ajustarlo, acotarlo. Debería ser un diccionario gótico de un barrio. Constitución y Flores son ambos barrios góticos. Ambos podrían servir. Un diccionario gótico de Buenos Aires es simplemente demasiado.

Lunes. Me entero de la muerte de Robin Wood muy temprano. Ayer domingo fue 17 de octubre que coincidió con el día de la madre. Hoy, lunes 18, moviliza la CGT. Pero la muerte del guionista parece ser mucho más importante que los miles y miles de hombres que van a ir al centro hoy. Aunque, bien mirado, quizás haya una empatía secreta. El mismo Robin me habría señalado que una movilización así, dibujada de forma a la vez detallada y esquemática por Mandrafina, ofrece un buen escenario para un diálogo inicial entre dos personajes.

Lunes. Compré un libro por Internet y cuando lo fui a buscar el vendedor, que era un hombre alto, viejo y canoso, me dijo que era coleccionista de antigüedades y que tenía mucho material de Mussolini. Me contó que el hijo del dictador había vivido en Argentina y que él le había comprado unas quince cajas de libros, cartas y otros papeles. Hablamos un poco más. En ningún momento me preguntó por qué compraba ese libro y si me interesaba la figura de Mussolini. Yo tampoco dije nada. Me mostró unas postales dirigidas a Mussolini por gente de la farándula italiana, un corredor de autos, una cantante, hasta un torero.

Lunes. Ayer le comparto a Robles el poema The Second Coming de Yeats. El poeta lo escribió en 1919. Se publicó por primera vez en 1920. Acababa de terminar la Primera Guerra y Yeats ya está viendo la Segunda. Llegaba también la guerra de la independencia de Irlanda. Pero lo que leímos fue diferente, no reparamos en el contexto y la coyuntura política, sino en el peso expresivo de los versos de Yeats. Turning and turning in the widening gyre /the falcon cannot hear the falconer.

Lunes. Vivir en un piso nueve no es gratis. Tres veces tres. Desde el balcón de mi departamento se ven los fondos de la casa que está en venta. Lo descubrí ayer, También empecé a notar que se venden muchísimas casas en la zona. El sábado pasado, clase compartida con Robles, como todos los sábados de los últimos meses. Robles habla de Stevenson, al que siempre vuelve. Toma el deseo del personaje como motor de la narración. Stevenson la usa desde el grado cero con su botella del diablo. El mecanismo en su forma más simple. No le interesa la representación, le interesa la elipsis. La elipsis como máquina, como herramienta, como vocación.

Lunes. Desde hace ya algunas semanas voy trabajando de a poco pero sin descanso en el curso sobre Wagner que vamos a dar con Napo. Sobre todo trato de pensar qué decir mientras escucho la música. ¿Wagner hoy? Nadie se encierra a ver y escuchar una ópera de tres horas. Está bien. Pero nos encerramos a ver una serie de seis episodios de cuarenta minutos cada uno. No es un problema de tiempo. ¿Podemos hacer un consumo fragmentado de la obra wagneriana? No solo podemos, es una ventaja. ¿Le gustaría al compositor? Desde luego que no. Entonces hay algo que es factible de ser ajustado, adaptado, comprendido. A la Gesamtkunstwerk del siglo XIX, el siglo XXI le opone una escucha fragmentaria. De hecho, la escucha hoy siempre está atravesada por una coyuntura que es diferente a la del siglo XIX. El tiempo, uno de los elementos más importantes de la obra wagneriana, es otro tema, siempre es otro tema. Pero, insisto, no es tema de tener el tiempo o no tener el tiempo. La forma de acercarse a Wagner entonces resulta de asumirse como un wagneriano débil, un viandante, un turista impertinente que llega con las herramientas vanas y vulgares del siglo XXI. Nunca se va a la conquista del territorio wagneriano, sino que llega en peregrinación piadosa pidiendo ser iluminado.

Lunes. Ayer, elecciones primarias de medio término. Al peronismo, en una de sus mil facetas, no le fue del todo bien. ¿Tengo que hacer un análisis? Lo analizo así: hace diez años que escribo este diario de lecturas. Empecé el 2 de septiembre del 2011. Son cuatrocientas ochenta semanas. No siento que haya pasado tanto tiempo. Al menos, en estas notas. Tampoco sé bien qué me llevó a fijarme cuál fue el momento de inicio. Busqué en mi computadora el primer archivo y esa era la fecha. Parafraseando a Matt Groening sobre los Simpsons: “Mientras me sigan pagando, lo voy a seguir haciendo.” De madrugada le cuento a Robles. Brindamos en secreto, o al menos sin estridencias, como son los brindis sobre el arte de leer y escribir en Buenos Aires.

Lunes. A una cuadra de mi edificio se vende una casa de dos plantas. Paredes sólidas, algunos detalles en mármol, un diseño austero pero prolijo y elegante. La idea de que la van a comprar para demolerla y hacer un edificio sin gracia, como los que ya hicieron en la cuadra siguiente, me genera una angustia visceral y física. Son pocas cosas las que me angustian así. Pienso en vender todo lo que tengo e intentar comprarla. Pero ni siquiera sé cuánto vale. No reuno el coraje para llamar a la inmobiliaria y visitarla y preguntar el precio.