Lunes. Rafael Spregelburd, que es un muy buen lector de sí mismo, y en ocasión de comentar Bizarra, una de sus obras más ambiciosas, dice: “El problema del género telenovela en la Argentina es que ya es bizarro de por sí, y para que tenga éxito tiene que no respetar una de sus propias reglas. Dicho de mejor manera, el género posee un montón de reglas fijas que tienen que ver con el género gótico y con el fantasy en la literatura. Pero el éxito de una telenovela depende de respetar todas las reglas, pero violar una. Si la telenovela no viola una de estas reglas básicas se constituye en una telenovela más...” Es un párrafo sencillo y una idea simple. Pero “hay que cumplir todas las reglas menos una” es mucho mejor frase que “hay que conocer las reglas para romperlas.”

Martes. Hay que conocer las reglas para romperlas. No es cierto. Lo que importa nunca son las reglas, sino el deseo.

Miércoles. Leo la saga de Stalin que escribe Robles con admiración. Termino El mal menor de Feiling con bastante sorpresa. Leo Hipólito Nueva Arcadia de Demián Panello, una novela sobre las invasiones inglesas.

Jueves. Leo Romanos de Pablo, la traducción de Reina Valera, en una versión que encuentro en la web. La genialidad nunca está en lo escrito, siempre está en la lectura. Miro también viejos capítulos de La dimensión desconocida. Me sirven para replantear la relación de los libros con la tv.

Jueves, más tarde. Nunca hay castigo para los malos escritores.

Viernes. La conciencia se transformó en una especie de commodity pero si la querés apurar producís paranoia y con la paranoia siempre te quedás afuera. Pero ¿afuera de qué? Afuera de la conciencia para empezar. Pero esa opacidad, después de todo, ¿no genera un goce? La paranoia como la droga dura, el estadio superior, de la droga blanda del narcisismo. El proceso de adquisición de la conciencia es lento, difícil, a veces incluso aburrido y se atraviesa sin garantías.