Lunes. Una noticia en TELAM: “El escritor Alberto Manguel donará su biblioteca de 40.000 ejemplares a la ciudad de Lisboa. La ceremonia que oficializa la donación tendrá lugar el sábado próximo en la Feria del Libro de esa ciudad.” ¿Por qué Lisboa? Creo que es un buen título. ¿Por qué Lisboa? Un escritor argentino que nunca escribió ni vivió mucho en Argentina, que por una casualidad torpe dirigió la Biblioteca Nacional, sin mucha idea de nada, salvo, quizás, poder articular esos pensamientos que hablan de sí mismos como “cultura letrada”, busca una ceremonia perdida en la periferia de Europa. Allá él. Ojalá los lectores portugueses disfruten esos libros.

Más tarde. La Nación titula que Ben Laden tenía una colección de videos porno y los usaba para comunicarse con sus oficiales. Por lo demás, Buenos Aires está inmersa en esta cuarentena blanda, en esta locura sorda, con mucha politización del virus, con mucha desgastante politización de todo. Esto significa que el hastío tomó la capital y eso no es nada bueno. Hay que refugiarse. Tener paciencia. La ciudad, si no vive, se vuelve cruel. Somos porteños. Estamos muy acostumbrados a la paranoia pero tenemos muy poca tolerancia al encierro y a la incertidumbre. Necesitamos la vacuna ya, pero sobre todo por una cuestión de salud mental. Los que viven en Buenos Aires no aceptan que Dios les haya quitado sus rutinas vertiginosas.

Martes. Leo a Robles y, de madrugada, intercambio mensajes con él. Me dice que su Stalin tiene algo único, una forma de convocar su vida y su letra, sus acciones y sus registros, sus órdenes y esa manía por volver a redactar los sucesos de la víspera, poner y sacar gente en fotos, escribir y reescribir. Ahí estaría el centro de sus experimentos narrativos con Stalin. Les respondo de madrugada: “Me quedé pensando. Lo que ves en Stalin, en el tuyo, que vas armando, y en el otro, la persona física, el personaje, es el encuentro, yo diría encontronazo, frontal, evidente, de gran magnitud, entre las armas y las letras.” En la web, ¿dónde? ¿dónde?, encuentro una foto de Beckett haciendo un fuego, un fuego purificador.

Miércoles. Empiezo a leer el libro de Evo en el exilio titulado con una paráfrasis de un verso famoso del peronismo. El libro de Evo se llama Volveremos y seremos millones. El plural esconde un pudor. Ambos bandos desconfíaron de la democracia burguesa pero me da la sensación de que Evo fue más ingenuo. Quizás esto se deba a como está escrito el libro. La lectura fluye. Es simple, atractiva, oral. Evo sabe narrar. Por momentos parece una versión partidaria de Pedro Páramo. Todavía hay golpes de estado en latinoamérica.

Jueves. Un titular: “Anti-maskers forced to dig graves for COVID-19 victims in Indonesia.” Como dijo John Donne, no man is an island.

Viernes. Voy con mi hijo a una juguetería del barrio. Los dos usamos barbijo. Como él todavía no sabe leer, le leo los nombres de los juguetes y las inscripciones de las cajas. Al final no compramos ninguna de esas lecturas. Elegimos un brazo mecánico de plástico. Caminamos de vuelta de la juguetería hablando de cuál sería el juguete ideal y para él tiene que ver con los juegos que juega en Internet. El gobierno devaluó el peso esta semana y todos comentan eso con dramática y teatral afectación. Las formas del dinero y las formas del amor.