Lunes. Hago una lista de los episodios de La dimensión desconocida en los cuales aparece un androide. Voy lento. Mientras tanto leo en Infobae este titular: “Escándalo: la editorial Espasa debió salir a desmentir que premió a un bot en su concurso de poesía.”
Más tarde. The Twilight Zone me gusta. Pero La dimensión desconocida es muchisimo mejor título. La traducción mejora el nombre. La cuarentena en la que veo los capítulos también empuja la experiencia.
Martes. Salimos con Mia a andar en bicicleta por Nuñez. La idea era ir hasta un bar que queda cerca de mi trabajo, al cual no vuelvo desde marzo. En el camino, Mia me pide que pare. Me grita “¡Juan!” Freno y vuelvo. Desandamos camino y al lado de un contenedor de basura encontramos una pila de lo que parecen revistas atadas con un hilo plástico. Me bajo de la bici y desarmo el paquete. Son revistas de arquitectura. Muchas, unas treinta. Empezamos a seleccionar y meto algunas en mi mochila. Pero Mia después de revisarlas quiere que las llevemos todas. “Las quiero llevar todas” me dice. Cuando mi mochila no da más, ella decide rearmar el paquete y llevarlo sobre el caño de su bici, algo que es muy difícil porque las revistas son muchas y pesadas. Hay ejemplares de la Ottagono italiana, otras argentinas, y unas de formato raro, catalanas. Con Mia pedaleando de forma muy lenta hacemos una cuadra más y encontramos en otro contenedor una mochila, casi nueva, por no decir nueva. Metemos las revistas ahí. Entran perfecto. Cuando llegamos al bar las empezamos a hojear. Nos pasamos unas dos horas hablando de arquitectura, mirando fotos y planos y tomando una cerveza. A Mia le sorprende que conozca tantos nombres de arquitectos.
Miércoles. Hoy fuimos a comprar discos de vinilo a la disquería de usados de Blanco Encalada. La librería, al lado, no había abierto. La última vez que fuimos compramos cinco discos por 590 pesos. Ahora habían subido el precio a cinco discos por 890. Me pareció que para las sinfonías y los conciertos de piano que ofrecen es mucho. Cuando salíamos de disquería nos cruzamos a Mavrakis y a Lucia que venían con el carrito de Ulises, nacido en cuarentena. Sin tocarnos y con barbijos nos saludamos y charlamos un rato muy breve. Me di cuenta de que lo extrañaba mucho a Mavrakis, aunque nos escribimos a diario, y me hubiera gustado abrazar y levantar a su hijo. Nos sacamos una foto. En relación a los discos, rescaté un Wagner por Karajan, dos preludios, y alguna pieza más, pero sobre todo unas sonatas de Beethoven tocadas por Richter en el Carnegi Hall y un disco más raro con una sonata de Samuel Barber, la 26, en una lado y una de Ginastera en el otro. El pianista es Robert Guralnik. El disco no tiene fecha y está hecho en New Jersey. En la tapa a alguien se le ocurrió que iba bien una reproducción de Modigliani. Me demoro leyendo la contratapa escrita por un tal Tom Carlson: Ginastera has evolved a style of composition which incorporates music with a Latin flavor… La mayúscula está así. Necesito más esa música, menos orquestas, más y trabajar con sofisticación la disonancia. El ritmo también me seduce, ese trabajo con el ritmo.
Jueves. ¿Qué pasaría si consignara todo lo que leo en este diario? Me refiero a los artículos que empiezo y abandono, las páginas que corrijo, las conversaciones vía mensajes digitales, los titulares, los títulos, los párrafos accidentales, las palabras de las redes sociales, los epígrafes, las notas manuscritas mías o ajenas?
Viernes. Leo la entrevista a Carlos Correas que le hicieron en El ojo mocho. Está fechada en el 96 y es una mezcla de sociología de los intelectuales, génesis del existencialismo porteño y bildungsroman argentino La subió Matías Raia a su blog. Es lo mejor que leí durante la cuarentena.