Lunes. Releer. ¿Qué releer? Lo que se puede seleccionar del siglo XXI: Cataratas, La construcción, Las redes invisibles, Estrógenos, los relatos de Maria Lobo y de Lamberti, los ensayos de Mavrakis. Por zoom, asisto a una clase de mi madre en la que habla de Althusser y Lacan. Dice “Todo psicoanálisis historiza, es inevitable.” Althusser se llamaba Louis por un tío que amó a su madre y murió volando un avión en los cielos de Verdún. Luego la madre se casó con el hermano de ese aviador. El padre de Althusser no escuchaba, inventaba palabras, era “violento y sensual” y siempre lo trató con indiferencia. Althusser se masturbó por primera vez a los veintiséis años estando preso. Eyaculó y se desmayó. Eso confiesa. En su biografía dice que siempre se sintió un impostor. Escribe que padece “el miedo a verme expuesto en mi desnudez: la de un hombre de nada, sin más existencia que la de sus artificios e imposturas.”
Martes. A la tarde para cortar un poco el día de trabajo caminé unas quince cuadras hasta la librería El Gaucho de la calle Boyacá. Ya había estado una vez, hace unos años. El Gaucho seguía igual de grande, polvorienta y llena de libros viejos. Apenas entré a los techos bajos, y caminé dos pasos por los anaqueles y pasillos encontré una edición de Los densudos y los muertos a doscientos pesos. La separé. Fui revisando de a poco hasta que llegué al escritorio del dueño, un gordo de unos sesenta años, con un buzo polar. Estaba atrás de un gran anaquel así que veía la escena fragmentada. Alguien le hablaba de la compraventa de inmuebles, con precios en dólares y pesos. El gordo respondía con diciendo “sí”, “no”, “no entiendo”, “no puede ser” y alguna palabra más. Cuando el cliente de la compraventa se fue encontré el estante dedicado a Malvinas y vi aparecer por los fondos del local a un viejo, flaco con una gorra de corderoy gris. Yo seguí viendo libros, los lomos sobre todo. No había ediciones posteriores a la década del 80. Alguien entró y preguntó por libros de gastronomía. No vi la cara. Escuchaba su voz con claridad. Pero sin verlo. “¿Astronomía?” preguntó el viejo de la gorra de corderoy. “No, gastronomía” respondió el gordo. Le indicaron con señas un pasillo al cliente. En la parte de Malvinas, encontré el libro sobre Jewett, el estadounidense que, mandado por los patriotas de mayo, levantó la bandera argentina por primera vez en las islas. Después escuché una voz joven que gritaba desde la puerta. La discusión fue así: “¿Qué hacés gaucho?/ Qué hacés./ Dame 500 pesos, gaucho./ Te voy a dar... (El gordo del polar respondía sin levantar la vista de la planilla.) / Dale, gaucho./ ¿Cómo está tu madre?/ Gaucho, en serio, necesito que me ayudes con lo del otro día./ ¿Qué era lo del otro día?/ La fotocopia del DNI./ Vení mañana y la hacemos./ Gracias, gaucho.” Antes de pagar el libro de Mailer y el de Jewett saqué algunas fotos de los estantes y los libros.
Miércoles. ¿Un lector? John Byrd, que dijo en Alone, su libro sobre la invernada en solitario en la Antártida, que hacía todo eso para poder leer algunos libros que de otra manera, por su vida de aventuras, no podía leer. Algunos dijeron que lo hacía para poder dedicarse a tomar. Esto me parece todavía más extravagante. Ni lectura ni bebida. Lo hizo porque le gustaba ir a un extremo y volver para contarlo. Aparte de libros se llevó un tocadiscos. No es un detalle menor. ¿Qué habrá leído y escuchado? ¿Cómo? No cuenta mucho sobre eso. Me acuerdo porque estuvo haciendo frío en estos días. Y es muy incómodo para escribir. Robles me dice que le gusta, que lo pasa con té y estufa de cuarzo. Para mí es incómodo.
Jueves. Una de las grandes fuerzas de la existencia es la envidia, sentimiento natural, fuerte, arraigado, atávico. ¿Por qué el otro tiene eso que tiene? La Argentina es una nación iluminista y romántica y como tal llena de envidia. La envidia siempre es vieja, por muchos motivos. Y hay dos envidiosos. El que envidia y niega que envidia y se disfraza. O sea que aparte es hipócrita. Y está el que envidia y se la banca. Sí, dice, lo que él tiene lo quiero para mí porque yo soy yo y él es él. Este último no deja de ser miserable pero al menos es honesto.
Viernes. Leo sobre la vida de Köchel en Wikipedia. Ninguno de los experimentos con la cuarentena salen bien. En cuarentena salen bien los experimentos de siempre.