Lunes. Leo en Crónica: “Un grupo de científicos rusos descongeló dos gusanos prehistóricos, uno de 32.000 años y el otro de 41.700, y ambos se despertaron, para sorpresa de propios y extraños. Según los resultados, luego de finalizar con la etapa de descongelamiento, los dos bichos se movieron y más tarde comieron.”
Al parecer esto fue hace dos años y recién ahora se conoce. En este 2020 no sé si estábamos para hacer estos experimentos de ciencia ficción siniestra. Siendo el año de la postergación, podrían haber esperado. Incluso para dar la noticia.
Más tarde. Un hambre antigua, de más de 30.000 años.
Martes. Le dije a Napolitano que durante mucho tiempo había pensando que la verdad era báquica, o sea, estaba en el ritmo, en la percusión. Pero ahora entiendo que no, que la verdad está en la melodía. Para la ideología queda la armonía. Me acepta la analogía y me dice que el ritmo es como la ropa.
Más tarde. La poesía literal de Twitter no tiene lectores, sino audiencia. Es doblemente literal, por los que la hacen y por los que la consumen, como lo fue una gran parte de la TV en sus inicios.
Anotación. La época niega la épica. La modernidad, se dice, puede prescindir de ese género anacrónico. Pero la épica vuelve siempre, porque está en lo humano tanto como la tragedia y la ligera neurosis lírica del drama. Lo de los soportes es otro tema. La épica usa el soporte que tiene a mano para salir. Algunos le son más empáticos, otros no tanto. Las series de Netflix son muy empáticas, la historieta. La literatura actual no busca en la épica. El por qué de esa negativa se remonta a principios de la modernidad. Por lo general, la épica no puede ser reprimida en los soportes populares o masivos. Por ahí siempre vuelve, siempre está presente.
Miércoles. El analista debe mostrarle al paciente que habla mal, que habla sin saber. Pero el analista tampoco sabe. Por eso el error trae de la mano la verdad. Pero esto ¿de cuándo es? ¿No está ya expresado en los mitos y mucho mejor en confesión católica? Encuentro con mi madre. Muy amable. La extrañaba. Hablamos de muchas cosas y de nada. En un momento le comento que a las siete de la tarde me voy a encontrar con un historiador de la Fuerza Aérea. Agrego que le quiero llevar uno de mis libros. Y ella responde, con sorna y jocosa, que no le lleve el último, donde se la pasan cogiendo. Entonces, sin responder, pienso que ella se dedica a escuchar las chanchadas mentales y perversiones de sus pacientes, ¿y yo soy el impúdico? Mi novela de coger cuenta una relación de pareja y ella estudia hace años, de toda la vida, una teoría y una clínica que dice que todos queremos fornicar a nuestra madre y matar a nuestro padre. Debería preguntarle al historiador de la Fuerza Aérea qué piensa del tema. Luego, en una segunda instancia, pienso que así se sentían quizás las primeras tensiones entre las letras y el psicoanálisis, y eso, de una forma algo tonta, me reconforta.
Jueves. La postergación ¿es parte de nuestro adn paranóico argentino? ¿Un síntoma fóbico? Este fue el año de la postergación pero también el año de la excusa. Todos poníamos excusas… ¿Cómo va a ser volver de ese estado de excepción? Porque vamos a volver. Sin excepción, las excepciones no duran. Ahora leo En París son las once de Francisca Mauas. Con mucha mano para narrar, mejora la herencia de Silvina Ocampo. La operación parece sencilla, aunque no lo es. Mauas toma esos mismo ambientes y los actualiza y vuelve realistas. Todo se postergó pero este libro salió. Lo que se aceleró fue la cultura Zoom. Ahí avanzamos. Si se podía hacer por Zoom, no se postergó. Por eso un libro en papel significa tanto.
Viernes. De golpe, muchas ganas de releer 20.000 leguas de viaje submarino de Verne. Y enseguida la pregunta ¿qué libros me hicieron lector? ¿Por qué me dediqué a leer? ¿Qué tuvo que ver ese libro con la lectura, que es un pozo del cual se quiere salir cavando? Yo diría más bien la letra. La verdad solo se revela al rechazado. Ahora toquemos.