Sábado. El año empieza con un titular: “Extreme Psychotic Symptoms Found In Some COVID-19 Patients.” Le cabe el adagio: The plot thickens. El 2020 fue un año de ciencia-ficción, está bien. Tuvo su virus global, su incertidumbre, sus barbijos obligatorios ciber punk y su guerra fría entre las farmaceúticas y los gobiernos. Pero el guionista mundial, que arrancó con todo, se fue quedando. Hoy se rumorea que volveríamos a alguna forma de cuarenta o restricciones. Pero ya no hay tanto miedo al virus. El miedo se parece mucho a un commodity político en nuestras sociedades paranoicas actuales.

Domingo. Salgo a andar en bicicleta. La ciudad está vacía. Hace calor. Me gustaría una Buenos Aires con menos autos. Rodeo el cementerio de Chacarita por el norte. Paso por la puerta del viejo cementerio alemán. Hay una plaza, viejas construcciones. ¿Qué habría pasado si Buenos Aires hubiese sido una colonia alemana? En algunos lugares de la Mesopotamia y de la Pampa gringa hay colonias alemanas, pero no me refiero a eso.

Lunes. Enero del 2021. El tiempo parece detenido. Ya somos veteranos de las malas noticias colectivas. ¿Qué voy a leer este año? Selecciono mis libros para esta semana. Me gustaría visitar Ganímedes, pero también me conformo con leer al menos tres buenos libros este verano. ¿Por qué tres? ¿Por qué no tres? ¿Es muy ambicioso o muy poco ambicioso?

Martes. Ayer llegamos con mis hijos a Las Heras. Para que el más chico se duerma le cuento la historia de Tormenta Negra. El protagonista de la historia es un gaucho muy joven que sale a buscar a Tormenta Negra, un caballo de pelo oscuro, que se dice, es el mejor caballo que jamás existió en la pampa. Como es un caballo salvaje, el joven gaucho sale entusiasmado a rastrearlo y recorre toda la provincia de Buenos Aires, parte de la provincia de la Pampa y el sur de Santa Fe. En los puestos y las pulperías se habla de Tormenta Negra, pero nadie lo vio. Se dice que es un caballo muy grande, se dice que no es negro sino gris con manchas negras, se dice que no es uno sino un grupo de caballos negros, se dice que es un fantasma. A veces le describo a mi hijo cómo es la llanura, qué encuentra el que decide recorrerla. Le describo la forma de los ombúes, los ranchos y los habitantes de esos ranchos. A veces también incluyo anacrónicas estaciones de servicio, autopistas, puertos espaciales y ciudades. El gaucho joven que va montado en diferentes caballos, todos muy buenos, durante su búsqueda, puede ocasionalmente trabajar como arriero, y acepta algunos encargos, conoce mucha gente diferente, y sobre el final del relato llega hasta Mendoza y visita la cordillera. Cuando mi hijo se queda dormido el gaucho ya es viejo pero sigue buscando. La historia nunca termina. El gaucho nunca deja de buscar.

Miércoles. Escribir es una práctica, un ejercicio. Leer también. Pero son actividades que, si bien se relacionan intrínsecamente, deben perfeccionarse por separado. En una reducción al absurdo, el que sabe leerlo todo no puede escribir nada. Luego, el que no lee tampoco puede escribir. Pero el lector tiende a creer que es posible escribir sin práctica, sin ejercicio. Quizás, abusando un poco de algo muy simple, se pueda decir que leer y escribir forman parte de una dialéctica.

Jueves. Paso la mañana en el borde de la pileta, con calor, leyendo, cada tanto, a Bloom. El sol me genera un escepticismo vital. ¿Para qué escribir? (Nunca me pregunto para qué leer.) Quizás sea el efecto del año terminado, cerrado, pero que persiste, el 2020 aun vivo, presionando todavía en la existencia. Tomo notas a mano en una gran mesa de madera que hay en esta casa. The plot thickens. Ahora toquemos.