Lunes. Constitución es un barrio de transas, putas y travestis. Se los ve en la calle a cualquier hora y conviven con los vecinos. Los dos grupos, los marginales y los vecinos, existen en realidades paralelas y hacen de la indiferencia, un arte. Una madre con una nena pasa por una vereda donde una gorda se ofrece semidesnuda. Un travesti se muestra a un taxista que la ignora. Un viejo saca la basura mientras un pibe de gorra y campera adidas espera en la esquina. La policía pertenece a los dos grupos. Es como un nexo de seguridad y violencia latente entre ambos. Los grupos de angoleños y dominicanos que van y vienen están en un tercer plano. Hay un cuarto grupo que son los viandantes, hombres de paso, trabajadores del proletariado suburbano que llegan o salen de la estación de trenes. No hay librerías en el barrio y desde el segundo piso en el que estamos siempre se escuchan gritos. A veces son borrachos, a veces los vecinos. Con “vecinos”, me refiero a gente sin personalidad social, que no participa del negocio de la calle ni de su administración.

Desde que estamos acá, en realidad, desde que Mia Antonella está acá y yo la visito, ya vimos tres peleas a golpes de puño y manotazos entre travestis. Ella dice que hubo más. El barrio cambia en cuadras, a veces incluso en metros. En una esquina hay algo oscuro y sórdido que desaparece un poco más allá. El radio de acción de esas infamias cotidianas es muy breve. Si caminamos cinco cuadras en cualquier dirección, el ambiente de ligera perversión desaparece. Ayer terminamos de ver For All Mankind y escuchamos insultos. Nos asomamos al balcón. Ya era de madrugada. La serie es muy buena, la disfruté mucho. Afuera una mujer le gritaba a dos tipos que se alejaban caminando. El otoño que trae frío, el virus y la cuarentena hacen que el barrio sea mucho más tranquilo de lo que nos habían anticipado.

Martes. Escribo y leo una lista de lo que tengo que hacer en junio. Luego la estiro a julio. Pienso en volver a editar algunos de mis libros y eso me lleva a una situación rara, que me da al mismo tiempo incomodidad y curiosidad. Tengo que leerme a mí mismo. Ya no corregir algo blando y nuevo, sino algo cocido y publicado. ¿Por qué? ¿No sería mejor dejarlos ir y escribir algo nuevo? No, quiero volver. Quiero administrarlos mejor, administrarlos en muchos sentidos. Podría decir curarlos, usando la palabra en su acepción de curaduría estética pero también en su sentido médico.

Más tarde. Leo en Twitter: “Récord de uso de camas de terapia intensiva. Escala sin parar desde hace más de dos semanas.”

Miércoles. Leo Malvinas, cinco días decisivos. Por qué la guerra pudo tener otro final de Jose Enrique Garcia Enciso y Benito L. Rótolo. Me enteré por las redes que Emecé va a publicar un Wilcock de Bioy. Matías Serra Bradford escribe en Clarín: “El infinito Borges, de Adolfo Bioy Casares, fabricó el espejo más cercano posible para el autor de El Aleph. Fundó un género –el diario como retrato ajeno– y demarcó un lugar inapelable en la literatura argentina.” Tres ideas audaces. ¿Por qué? No sé si es justo decir que el diario de Bioy es un espejo ni cercano ni fiable de Borges, al mismo tiempo todo diario es un diario de otro. Pero lo de “lugar inapelable en la literatura argentina”, eso sí es cierto y contundente. Como fuere, su nota en Clarín es muy buena. Y la semana que viene voy a comprar el libro. La noticia me hace pensar en mi propio diario. ¿Qué quiere un lector de diarios? Chismes, sin dudas. Juicios apurados y bochornosos de otros. Pero por desgracia no puedo escribir eso. No tengo una faceta íntima, de escarnio a mis contemporáneos. Mi diario es al aire libre, es público, es pobre. Ofrezco solo fragmentos de lecturas, hilachas, ecos de palabras de otros. Lástima. Quizás un mejor equilibrio sería el diario de Eliade… Aunque no creo. No conozco muchos lectores de ese diario.

Jueves. 40.000 contagios diarios. En diez días, 400.000. En un mes, 1.200.000. En diez meses, 12.000.000. Si somos 40.000.000, uno de cada cuatro argentinos va a cursar o haber cursado la enfermedad a fin de año. Y las probabilidades crecen mucho más en el AMBA. Robles en Twitter: “El apocalipsis, al final, era una red social donde los usuarios discuten los prospectos de los medicamentos.”

Viernes. Nada genial para anotar hoy. Pero sí mucho cansancio. Cansancio. Sí. ¿Pero de qué? El diario como retrato ajeno. Me quedó esa frase.

Domingo, de madrugada. Se termina el fin de semana. Mañana empieza otro lunes. Bien, eso, que parece una estupidez, es algo bueno, afirmativo. Solo, y agradecido de mi soledad, escribo y mientras escribo escucho Out to lunch de Dolphy. El disco es infinito, estridente, lleno de vida y matices. A esta hora, este día, esa música suena a música sacra.