Lunes. Me encanta el subtítulo de Totem und tabu: “Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos.” ¿Hay que leerlo como una respuesta tardía al Facundo de Sarmiento? Cuando era joven la ansiedad me llevaba a buscar atajos. ¿A dónde quería llegar? A Revista Paco, a Malvinas, a la novela que siempre estoy pensando y escribiendo, a Montaigne, a Heidegger. También a Europa. Al trabajo. Al dinero. Quería conocer a Mavrakis, a Robles, a Godoy. Pero todo era muy lento. Cuando uno es joven todo es muy lento, sobre todo si fue joven en la década del 90.

Martes. Escribir es limpiar lo que hay entre la neurosis y la pantalla. La idea es de Deleuze y me la pasó Thomas Rifé. Todo lo que no sea leer y subrayar un texto me aburre, me hastía, de forma inmediata o a futuro. Eram quod es, eris quod sum decía en una lápida sobre la Via Appia.

Miércoles. No existe patria sin ironía.

Jueves. Ayer, un taxi en el centro de la ciudad. Por primera vez en bastante tiempo un taxista que parece la parodia de sí mismo: la clase política roba, la pandemia no mata a nadie, pero al mismo tiempo la pandemia mata muchísimo, él es un buen hombre pero todos los demás son unos tontos o unos malvados... Es cansador. No le respondo pero sigue porque habla solo. En el lapso breve del viaje entiendo que está condenado, como Judas, por que no se perdona.

Más tarde. Mi hijo, de la nada y en voz alta: “Tantas preguntas y tan pocas respuestas.”

Viernes. Fuimos con mis hijos al Museo del Barrio de Flores. Es un gran salón en un primer piso donde funciona una biblioteca y tiene vitrinas dedicadas a la historia de Flores, al cementerio, a sus hospitales, a la Avenida Rivadavia y sus comercios. También hay pequeñas muestras de las personalidades del barrio, por ejemplo, del Papa Francisco, de Roberto Arlt, de Alejandro Dolina. De Alfonsin Storni hay fotos y de todos, libros y recortes de diarios. Me interesó mucho la parte dedicada a la vez que Perón vivió en Flores. Hace poco Aira estuvo en el museo y como vecino famoso donó varios de sus libros en ediciones recientes o traducciones. En un estante de vidrio se exhibe Moreira, su primera novela, editada por Achával Solo. El libro, muy breve, tiene una historia rara. Aira la negó por mucho tiempo, trató de borrarla de su obra. ¿Por qué? No encuentro explicación. Que esté ahí exhibida quizás sea una muestra de reconciliación, o tal vez una casualidad. El libro tiene en la tapa la frase con la que empieza la novela: “Un día, de madrugada, por las lomas inmóviles del pensamiento bajaba montado en potro amarillo un horrible gaucho…” ¿Quién es ese gaucho primero, ese gaucho inicial, que baja en ese comienzo del larguísimo recorrido de la obra de Aira? ¿Es el mismo Aira, feo, que rompe el silencio y baja al libro, se vuelve objeto, producto, tradición? ¿O es el lector argentino que llega al libro y se encuentra retratado de inmediato, reflejado en esa primera línea? Como Aira pasó por el museo hace poco, sobre la pared hay una foto suya con un barbijo negro. Se intuye que está sonriendo aunque la sonrisa no se ve. Aira, feliz, sin mostrarlo, en el museo del barrio de Flores. Que Dios lo cuide.