Lunes. Releo y traduzco, de a poco, casi sin quererlo, algunos fragmentos de Paul Léautaud. Personaje, autor y escritura se funden en una experiencia que no es excepcional. De alguna forma, su diario es la continuación de Montaigne, pero decepcionada. Michel no era un escéptico. Aunque se diga mucho no es cierto. En la comparación queda claro que el escéptico es el viejo editor del Mercure de France. Lo extraño o atípico es la vitalidad de Léautaud para decepcionarse y seguir escribiendo. Eso es singular, atractivo. Un espectáculo continuo en la inmovilidad. La semana pasada releí El viejo y el mar y también pensé que Hemingway era un heredero directo de la ética de Montaigne. La experiencia, la gallardía, los caballos para uno, la caza y la pesca para el otro, la guerra y los viajes para ambos… Pero resulta imposible pensar a Hemingway y a Léautaud juntos. Aunque ahora que los reviso entiendo que sus personajes son más lejanos, y se repelen mucho más que sus libros.

Martes. Compro libros en Mercado Libre y luego un día salgo a buscarlos. Ayer me tocó. Salí al mediodía. Hago una lista de lo que traje. Gide, Hemingway, Charles Carr y una vieja edición de la Comedia editada por Tor, que estaba barata y me dio curiosidad. La distancia en precio entre las novedades editoriales y los libros viejos y no tan viejos es tan grande que parece un chiste. Hay algo muy desbalanceado ahí.

Miércoles. Hace tres meses volví a pedir un turno con el oftalmólogo. Hoy fui a su consultorio. Como las otras veces, una espera interminable en un salón con varias personas y sus barbijos. Silencio, diez minutos, veinte, media hora… Yo leía. Pero poco, espaciado. Cincuenta minutos más tarde me llamó por mi nombre. Entré. Enseguida, afabilidad y comprensión. Pero al mismo tiempo subiendo por la ventana, abierta debido al virus y la necesidad de ventilación, un sonido fuerte, incluso muy fuerte. Un motor,o una máquina. Médico y paciente decidimos ignorarlo. Los anteojos recetados están perfectos. Sí, me va a doler la cabeza, me van a dar mareos. Mis ojos se lastimaron o gastaron de forma diferente. Eso hace que los lentes no puedan responder de forma exacta a lo que necesita uno y lo que necesita el otro. Me voy como entré, entendiendo que mis lentes son los que son y mis ojos son los que son, y que, si uso los anteojos, voy en algún momento a mejorar mi visión de cerca. Cuando salí, el ruido seguía con la misma intensidad.

Más tarde. Demoledor ensayo de Mavrakis sobre Benjamin en Revista Paco. Es la primera vez que leo un ensayo contra Benjamin. ¡La primera vez que alguien lo lee! Leerlo en vez de prostrarse como un idiota, como un indio frente al totem. Mavrakis usa a Anna Arendt, un texto que descubre y expone mucha de la opacidad del escritor alemán. Al leerlo necesito, de golpe, expresar algunas ideas sobre el trotskismo en Twitter. ¿Por qué? No es tan difícil notar que el trotskismo como ideología es una forma estrangulada de amor solipsista, una de las formas de vanidad de ese que siempre se toma todo en serio, del que no puede reírse de nada, mucho menos de sí mismo. En un plano teórico, el trotskismo es un narcisismo sin reparos, una forma de egoísmo liberal. Por eso cala tan bien en el ámbito universitario, entre profesores sin imaginación y alumnos de clase media.

Jueves. Napolitano me pregunta si no podríamos dar una introducción a Wagner. Qué desafío. Con muy poco me obsesiono. Voy a hacer las compras y seguimos intercambiando mensajes. Wagner en el supermercado. Los productos en las góndolas y yo pensando en mis vinilos, en la música, en cómo y qué intentar enseñar. Introducción a Wagner. El título puede ser simple pero jamás pobre. Después, Napo me pasa una cita de Chesterton que quiero atesorar: “A nuestro parecer, una descripción general de la locura podría ser que consiste en preferir el símbolo a lo que éste representa. El ejemplo más obvio es el maniático religioso, en quien la adoración del cristianismo implica precisamente la negación de todas las ideas de integridad y caridad que el cristianismo defiende. Pero hay muchos otros ejemplos. El dinero, por ejemplo, es un símbolo; simboliza el vino, los caballos, la ropa elegante, las casas de lujo, las grandes ciudades del mundo y la quieta vivienda junto al río. El avaro es un loco porque prefiere el dinero a todas estas cosas; porque prefiere el símbolo a la realidad. Mas los libros son también un símbolo; representan la impresión que el hombre tiene de la existencia, y puede sostenerse al menos esto: que el hombre que ha llegado a preferir los libros a la vida es un maniático del mismo tipo que el avaro. Un libro es, sin duda, un objeto sagrado. En él están las mayores joyas encerradas en el cofre más pequeño. Pero eso no altera el hecho de que cuando se valora más el cofre que las joyas ha empezado la superstición. Éste es el gran pecado de idolatría contra el que la religión nos ha advertido tanto.”

Viernes. Dispersión versus concentración. Dos estados necesarios pero peligrosos. La dispersión más. Esa es mi paranoia. Mi gran pecado de idolatría.

Domingo. Ayer, larga comunicación de sábado a la noche con Robles sobre libros. Casi de forma excluyente sobre Henry James, al cuál él considera un escritor de historias de fantasmas. Me rebelo muy rápido contra esta lectura que entiendo es sesgada. Robles me cita, cómo no, Otra vuelta de tuerca y luego los cuentos que leyó. Por supuesto, son todos cuentos de fantasmas. Lo demás, dice, no lo leyó y no le importa leerlo. Trato de matizar su lectura. James es un escritor realista pero inteligente, los fantasmas no aparecen en el centro de su obra, su preocupaciones centrales eran otras, por ejemplo, la relación con Europa, la neurosis de la clase media acomodada, sus consumos, sus contradicciones, su forma de amar… Pero Robles insisite. De a poco voy entendiendo que sí, que el gran tema, el tema central de James, es la representación. Y que el fantasma, en un sentido estructuralista, lacaniano, se acerca mucho a ser el personaje de ese tema. El fantasma como duplicidad espectral, de forma psicoanalítica como fantasía, como la otra realidad con la que se mantiene una relación equívoca. Lo que está y no está, lo que asusta y perturba sin ser. Hoy volví en el tren Sarmiento leyendo el libro de Enrique Sordo sobre Hemingway. Es bastante malo pero es pequeño, y sus equívocos me hacen pensar. Aparte está publicado en el 62, un año después del suicidio del novelista.