Lunes. A una cuadra de mi edificio se vende una casa de dos plantas. Paredes sólidas, algunos detalles en mármol, un diseño austero pero prolijo y elegante. La idea de que la van a comprar para demolerla y hacer un edificio sin gracia, como los que ya hicieron en la cuadra siguiente, me genera una angustia visceral y física. Son pocas cosas las que me angustian así. Pienso en vender todo lo que tengo e intentar comprarla. Pero ni siquiera sé cuánto vale. No reuno el coraje para llamar a la inmobiliaria y visitarla y preguntar el precio.

Debería hacerlo, pero sería insoportable que el vendedor resultara un fariseo desagradable que me hable de edificios, del fot y el fos. (La sorpresa resultaría de lo contrario, de un hombre que diga que la casa no se vende para hacer edificios.) Me cuesta pasar a verla porque es muy hermosa y sería un sueño vivir y trabajar ahí con mis hijos. La idea de perderla para siempre del paisaje de la calle Yerbal me recuerda a la mesa de la casa de la playa. Situaciones de pérdida. Aunque ver como demuelen esta casa sería peor. Son cosas materiales. Uno no debería expresar esas angustias. Pero al mismo tiempo son refinadas, sólidas e irremplazables. El paisaje interno y la vista externa se confunden. Ahora comprendo que hay algo ético en esa casa. Irremediablemente todo muere, los hombres, las ciudades, los planetas, las estrellas. Pero aun así no logro resignarme.

Martes. Compro por Mercado Libre Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX de Ferns. El vendedor me dice que está a dos cuadras de casa. Voy a buscar el libro y el que me lo vende es el portero del edificio. Me dice que tiene alrededor de tres mil libros en venta y que me puede hacer descuento. Pero después vuelvo y me conecto a Mercado Libre sin lograr ubicar su tienda o su espacio ahí. La pregunta es ¿de qué me pierdo? Empiezo a trabajar en la obra de Clara Peteers. Dejaría todo para escribir sobre ella y sus bodegones.

Jueves. Ayer nos dormimos temprano con Carmelo. Hoy nos teníamos que levantar a las siete porque ya está haciendo jornada completa. Le conté una historia. Se durmió enseguida. Estaba cansado. Yo no me podía dormir. Intenté leer. Seguí un poco con Colorado Kid pero me parece muy aburrido. (Espero que Robles no lea esto.) Unas horas después, cuando ya estaba dormido, tuve un episodio de sonambulismo. Me paré y grité, asustado. Carmelo también se asustó. Corrí a la puerta. ¿Qué veía? El sueño que estaba teniendo se me confundió con la realidad. Veía las paredes llenas de letras manuscritas. Y yo sabía en mi fuero interno que para salir de la habitación tenía que leerlas y que no iba a poder. Me iba a quedar ahí encerrado para siempre. Cuando abrí la puerta del cuarto, me desperté. Y Carmelo me preguntaba qué pasaba. Lo abracé rápido, nos consolamos juntos. Muy pronto ya estábamos dormidos otra vez. Toda la anécdota me deja una sensación amarga. Aunque leas, bien, mal, mucho, lo que sea, siempre vas a sentir que no es suficiente, vas a estar soñando y vas a ser una persona adulta en calzoncillos molestando a un niño que descansa. El vicio impune, decía Valery Larbaud. Pero siempre nos hace dejar una libra de carne.

Más tarde. Si tuve un mal día, un día sin libros, un día sin poder escribir nada, o escribiendo poco, me acuesto pensando en los libros que voy a escribir y los que voy a leer. Ese es mi consuelo. Pero ¿de qué sirve si después grito sonámbulo? Leo Colorado Kid de Stephen King y hago una lista de las modificaciones y variaciones que le haría al libro. Para empezar, sacaría esos rellenos horribles de “se tomaron una coca cola”, “querían un café” o “comieron una magdalena” y agregaría frustraciones personales de los dos viejos periodistas. Por ejemplo, al recordar algo de la historia que narran también recuerdan su propio pasado de miserias. Malos matrimonios, malas decisiones, peleas con sus padres, o sus hijos, momentos donde pudieron transformarse, ser escritores, ser mejores periodistas, tener más responsabilidades, ganar más, y no lo hicieron por falta de coraje, suerte o inteligencia. Quizás también alguna aventura, como una infidelidad con una mujer gorda, un acto pulsional de exhibicionismo, alguna estafa menor a un amigo, el descubrimiento de un tesoro. Hay mucho espacio en la narración de la narración que arma King para incluir escenas arbitrarias y sugerentes. Por momentos Colorado Kid se presenta atado a detalles triviales que no solo no suman, sino que resultan fastidiosos. El escenario donde sucede la acción y su narración está aislado, es ligeramente paradisíaco. ¿No pasa nada ahí, en el reverso de ese paisaje? En mi relato, uno de los dos viejos periodistas tendría talento para escribir historias pornográficas. Mantendría oculto un pasado lúbrico, ultra-masturbatorio. Con escenas y fantasias de sexo en la playa, sexo casual, homoerotismo. Y el otro habría hecho una pequeña y orgullosa fortuna ayudando a algunos de los ricos de la isla a lavar dinero. Ambos aparecen pintados como perspicaces y astutos y hasta inteligentes. ¿Por qué King los condena a ese diario vecinal sin una sola aventura más allá de todas esas conjeturas boludas sobre un muerto? Y ella. Oh, con ella, con la ingenua Stephanie, esa muchacha voluntariosa recién salida de TEA que tiene todo el futuro por delante, me haría una fiesta. Describiría a su familia. Un padre tierno pero depresivo, poeta o pintor amateur, incapaz de generar dinero o cumplir un horario. Del otro lado, una madre trabajadora pero sumida en un mundo confuso, que la golpeaba de chica, la menospreciaba y la lastimaba psicológicamente cada vez que podía. El clásico padre querible pero completamente inútil y la madre que la culpa a ella de eso. Le daría también una serie de relaciones malsanas. Hombres que la obligaban a tener sexo con otros hombres pero no por dinero sino por el placer de la degradación. Le daría experiencias con drogas, con autos robados, con viajes a países lejanos, a México, a Tailandia, a Israel. La haría valiente y pérfida, llena de secretos, que obviamente sus mentores ignorarían al momento del relato, y la dejaría tan sucia y golpeada que la historia del muerto se transformaría en un reflejo de toda su experiencia y sus desvíos y aciertos vitales. La isla y el trabajo en ese diario horrible serían para ella la paz necesaria, pero también poco deseable, aburrida. Lo curioso es que estas variaciones, que no son gran cosa y pueden expandirse con facilidad, esta artesanía de la ramificación de los relatos, la aprendí de King. Colorado Kid es un andamio listo para trabajar en un mosaico que forme muchas figuras. Como andamio solo, como estructura, me resulta insípido, desabrido.