Lunes. Ayer, elecciones primarias de medio término. Al peronismo, en una de sus mil facetas, no le fue del todo bien. ¿Tengo que hacer un análisis? Lo analizo así: hace diez años que escribo este diario de lecturas. Empecé el 2 de septiembre del 2011. Son cuatrocientas ochenta semanas. No siento que haya pasado tanto tiempo. Al menos, en estas notas. Tampoco sé bien qué me llevó a fijarme cuál fue el momento de inicio. Busqué en mi computadora el primer archivo y esa era la fecha. Parafraseando a Matt Groening sobre los Simpsons: “Mientras me sigan pagando, lo voy a seguir haciendo.” De madrugada le cuento a Robles. Brindamos en secreto, o al menos sin estridencias, como son los brindis sobre el arte de leer y escribir en Buenos Aires.

Más tarde. Lo que más me gusta de este diario de lecturas es que la mayor parte del tiempo simulo escribir sobre lecturas pero, en realidad, escribo sobre otras rutinas y otras actividades, que, de forma indirecta o no tan indirecta, tiene que ver con leer y con cómo se lee y qué sé lee. También sobre escribir, pero sobre todo con ese leer desenfocado, lateral. El rodeo me resulta no solo necesario sino deseable. Siempre leemos, cuando nacemos y cuando morimos, en la vigilia y en los sueños. El problema, de hecho, no es que leemos poco, como se suele decir, repetir y reclamar, sino que leemos mal. Y ni siquiera ese es el problema. Yo diría que el problema es que leemos demasiado, que leemos apurados, que leemos sin ganas de leer. El día que se nos prohiba leer… Como decía Stendhal, qué lástima que el agua no esté prohibida, si no, ¡con qué gusto la tomaríamos! Mientras tanto la epidemia se deshilacha cada vez más. Los barbijos siguen ahí. Las cifras de muertos y enfermos gravitan nuestra vida. Pero el horizonte se dibuja muy nítido. Vamos hacia una época de transición. Y la semana que viene me dan la segunda dosis.

Martes. Para la clase del sábado, releo Los siete locos de Roberto Arlt. Programo una excursión breve, unas treinta cuadras, hasta una librería de los límites del barrio, y me propongo pensar un poco en cómo recorrió esos lugares Arlt. ¿En qué se inspiraba? No es tan difícil hacer la lista. Se puede leer en su misma escritura. Pero ¿cómo veía y recorría el barrio de Flores? Vuelvo a hablar con Robles. Le digo que, a la hora de escribir, la disciplina siempre atiende al deseo. Si hay ganas, el ejército se alinea. Me insiste en que compre y lea Memoria para el olvido de Robert Louis Stevenson que se transformó en su autor recurrente por ahora. De paso, el 14 de septiembre de 1321, esto es hace exactamente setescientos años, moría en Ravena el poeta más importante que conoció la humanidad. Lo bautizaron Durante di Alighiero degli Alighieri y le decían Dante. Entre otras cosas, inventó la forma de las redes sociales y el castigo para los que las usan.

Miércoles. Soñé que escribía la contratapa de mi libro sobre Aira y me desagradaba el estilo hastiado de contratapa. Juan Terranova ofrece en este libro una reflexión sobre la obra… En realidad no lo soñé. Estaba despertando y todavía algo dormido la idea de tener que redactar ese texto me fastidió. “Otra vez lo mismo” pensé. Ahora creo que quizás debería poner parte de la introducción o contar la historia de escritura del libro pero no hay mucho margen para escaparme de esos verbos formales, esa prosa entre institucional y jactanciosa. Hacia los festejos del Bicentenario de la Revolución de Mayo, Juan Terranova escribió una serie de columnas monográficas sobre César Aira y su obra... Otro sueño desagradable: estoy descalzo. ¿Dónde? No importa donde. Sin dolor, con un bisturí de acero inoxidable me cortó el pie, por arriba del talón, y empiezo a extraer lo que entiendo son parásitos. Están apretados ahí. Cuando los saco se expanden. Saco tres iguales, gelatinosos, con espinazo de pescado, sin cabeza, pero con una boca con forma de tubo, llena de filamentos. No me duele pero la sensación es de asco profundo. Después saco tres parásitos más, con otra forma, más parecidos a lombrices de tierra. No me duele. La sensación es de liberación también. Como si defecara. Siguen saliendo. ¿Pudo estar tanto tiempo todo eso ahí sin que yo lo notara? Me despierto incómodo. Le atribuyo el sueño a que pasé la tarde y parte de la noche viendo naturalezas muertas flamencas, llenas de frutos de mar, cangrejos y piezas de pesca. También a los bodegones de Clara Peeters, sobre los que pienso escribir.

Jueves. Napolitano en Twitter: “Los verdaderos precursores de Aira son Cortázar, Dolina y Fontanarrosa.”

Más tarde. La censura nunca se va. Ni siquiera cambia de dueño. A lo sumo, modula sus prácticas. Compro el libro de Stevenson y me lo reservo. Pero ¿para cuando? Sé que lo voy a subrayar y a comentar con Robles. Eso hace que me apure para entrar en esas páginas. Un libro compartido siempre mejora.