Lunes. Compré un libro por Internet y cuando lo fui a buscar el vendedor, que era un hombre alto, viejo y canoso, me dijo que era coleccionista de antigüedades y que tenía mucho material de Mussolini. Me contó que el hijo del dictador había vivido en Argentina y que él le había comprado unas quince cajas de libros, cartas y otros papeles. Hablamos un poco más. En ningún momento me preguntó por qué compraba ese libro y si me interesaba la figura de Mussolini. Yo tampoco dije nada. Me mostró unas postales dirigidas a Mussolini por gente de la farándula italiana, un corredor de autos, una cantante, hasta un torero.

Martes. Voy a escribir el guión de una comedia que pasa en la Antártida. Creo que puedo, más o menos, imaginarme y fundar el humor antártico.

Miércoles. Hace un rato, primera clase con Napo del curso Introducción a Wagner. Terminé agotado. Pero, al mismo tiempo, también en un raro éxtasis productivo. No sé bien en qué me metí. Dentro de unas semanas se viene el Heidegger de Mavrakis. Estamos trabajando, de eso no hay duda. (Ahora, de madrugada, escucho los lieder de Wagner: “Wagner could also portray these elements on a much smaller scale and was adept at capturing the more intimate subtleties of the genre known as the Lied...)

Jueves. Charla sobre la novela chaqueña con Lucia Caminada Rosetti, Marcos Apolo Benitez y Mariano Quiroz para la Feria del Libro de Resistencia. La charla sale bien. La grabamos, se hace pública y me vuelvo a ver con cara de dormido. Los novelistas chaqueños son buenos. Los envidio un poco. La familia, amenazante, en la naturaleza que no salva, sino condena. Más cerca de Herzog que del melifluo Juan José Saer. Digo que me autopercibido provinciano. Lo federal, lo cosmopolita enterrado, la negatividad. Mi vocación sigue siendo convertirme en un escritor de provincias como decía Rojas. Luego, excelentes piezas de Nicolás Caresano sobre ópera y feminismo y de Luciano Rosé sobre clínica y tv en RevistaPaco.com. Conseguí una excelente edición de Tristán e Isolda, libreto, argumento y un comentario de Wagner. Pienso a Pollock, a Jackson Pollock, el pintor, como un comentarista de los cromatismos wagnerianos. (Redacto en mi cabeza un artículo sobre el tema. El siglo XX empieza, más bien se anticipa en toda su complejidad, con el primer acorde de Tristán e Isolda. Langsam und schmachtend. Ahora toquemos.)

Viernes. No hay que perder el tiempo con los espejismos del siglo XXI, hay que ir al corazón del siglo XX, y de ahí pasar al siglo XIX. Y si es posible seguir al siglo XVIII. El siglo XXI por ahora simplemente no sirve.