Domingo. Mañana salimos para Tierra del Fuego. Vamos con mucho entusiasmo. También sé muy bien que el viaje anterior fue bueno y entonces los dos viajes, el que hicimos en el 19 y este del 2021, van a competir en nuestra percepción. El plan es viajar por la ruta 3 de Ushuaia a Rio Grande, una parte desconocida y lejana de esa ruta conocida.

Lunes. En el aeropuerto, una librería de cadena con precios altos. Si uno se queda encerrado en el aeropuerto por un ataque zombie supongo que algún libro rescatable tendrán. El viaje se da con buen tiempo pero también con una escala en Calafate. Mucho sueño y malestar en la cabina por la presurización. Había comprado y empecé a leer, con alegre ingenuidad, De caminar sobre el hielo, el diario de Herzog yendo a pie de Berlín a París. Pero durante el viaje apenas pude pasar de las primeras páginas. Ushuaia nos recibe con un clima ideal. Nada de frío, sol. El taxista que nos lleva del aeropuerto a la ciudad es amable y ocurrente: “¿La cuarentena? Estábamos como Leonardo Di Caprio en esa película…” Nos miramos. “La que está encerrado en una isla con una máscara de hierro.” En el centro, comemos una hamburguesa de cordero y después subimos la montaña, muy de a poco, hasta una hostería tradicional en la calle Rivadavia. Estoy cansado, dormimos la siesta, nos despertamos de noche. No hace frío al punto que dejamos la ventana abierta. Hace años que no viajo con tan pocos libros. Esta vez, el de Herzog y algunos de Ediciones Paco para mis amigos Marcel y Rodriguez.

Martes. Desayuno a las nueve y salida a la ciudad. ¿Qué buscamos? Fotografiar casas, curiosear, recorrer. Llego primero al desayuno que se sirve en un lugar de techos bajos y cabreadas de madera. Me sirvo café. Escribo un rato. Enseguida llegan dos hombres, uno es calvo y el otro, muy alto. La mujer de la cocina se les acerca y el alto dice: “hablele con decisión porque es discapacitado auditivo.” La mujer es amable y les ofrece café, manteca y huevos revueltos. El pelado dice que sí con un gesto. Tiene un gran audífono transparente, que parece hecho de cartílago. Luego desayunamos en silencio. Me doy cuenta de que son viajantes de comercio o algo similar. El alto lee un diario en papel y habla por teléfono de tarjetas de crédito. “Bueno, me voy a bañar” dice el alto cuando corta la comunicación. “El agua sale muy caliente” dice el sordo. “Entonces hago una sopa” responde el alto. Desde un ventanal se llega a ver el Canal de Beagle.

Más tarde. Subo y bajo las escaleras de madera con los cordones desatados. Una sorpresa desconcertante: la posada tiene una pared llena de libros, bien ordenados. Empiezo repasar los títulos. Más sorpresas. Novelas en alemán, italiano e inglés, autores como Unamuno, Merleau Ponty, Hemingway, Richard Ford, obras de divulgación de psicoanálisis y filosofía. Hay autoayuda pero muy poca. La mayor parte de los libros forman una biblioteca que parece personal, con una impronta personal, no esas bibliotecas que se forman en los hoteles con los best-sellers que abandonan los pasajeros. Pienso en la novela que quiero escribir. ¿Quién va a leerla? ¿Para qué seguir insistiendo? Pero en esa biblioteca encontrada hay autores que me respaldan. En el mueble de madera veo la previsible enciclopedia de pájaros de la National Geographic y las guías de Argentina pero también una vieja edición del Quijote. Si una tormenta nos deja aislados, bien puedo pasar unos meses leyendo estos libros. Si no hay nevada, mi tormenta interior va a seguir su plan de lecturas especulativo y poco sincero. En el fondo, todos queremos que una catástrofe nos modifique y nos salve.

Miércoles. No solo el aire y la luz son diferentes en el sur. Hay una combinación de clima, gente y geografía que insiste en diferenciarse. La gente, por ejemplo, es amable, y casi siempre llegó de otro lugar buscando trabajo y se toma el tiempo para charlar y contar su historia. Todos están agradecidos de poder vivir y prosperar en un lugar así.