Jueves. Ayer tomamos una combi que nos trajo de Ushuaia a Río Grande. El viaje dura tres horas y combina un principio de montañas y nieve con una caída abrupta en la estepa patagónica y el mar. Cenamos en un local tradicional con Federico Rodriguez y su familia y hoy nos invitaron a su casa en el barrio Malvinas Argentinas, que antes se llamaba Chacra 13. Antes de servir una moqueca de camarones que hizo Renata, nos contaron esta anécdota. Con el fin de juntar fondos para un viaje de estudios, Renata, que es de Porto Alegre y probada cocinera, accedió a preparar mil porciones de feijoada para la escuela local.

Se armó el equipo con padres y madres y ella pidió un máximo de concentración. Todo salió perfecto. Se usaron ollas industriales de doscientos litros para el arroz. La comida se hizo y se vendió en abundancia. El dinero se recaudó. Pero en un momento, Renata descubrió a Fede Rodriguez hablando con otros tres padres que oficiaban de peones de cocina. "¿Pero qué hacen? ¡Vuelvan al trabajo! ¡Están vagueando!" La situación se puso tensa. Fede Rodriguez se excusó: “Mi amor, les estaba contando una historia de Elvio Gandolfo…” Se ve que los padres se habían interesado al punto de abandonar sus puestos de trabajo. La excusa literaria no solo no sirvió sino que exacerbó el ánimo de Renata y el mitin fue disuelto de forma inmediata. Sin embargo, el nombre de Elvio quedó en la memoria de los interesados. Fede me dijo: “es un escritor sobresaliente”, tanto como para detener una feijoada comunitaria en Tierra del Fuego.

Viernes. Rio Grande es el lado más áspero y oscuro de la isla. Una belleza poco turística, más ligada a la experiencia vital e industrial del sur. Por momentos parece una ciudad diseñada por David Lynch. El hotel casino Status en el que nos quedamos es una escenografía perfecta para Twin Peaks.

Más tarde. Visita al Centro de Veteranos de Guerra de Rio Grande, calle Antonio Rivero, los organizadores de la primera vigilia del 2 de abril. El lugar es cálido, con una muestra pequeña sobre la guerra pero muy completa. Nos recibe Bernardo, un conscripto del 61 que estuvo en el portaaviones 25 de mayo. Nos habla de la guerra en general, recorremos la muestra y cuando llegamos a las fotos que él donó al centro, ya estamos en confianza. Bernardo me cuenta con un nivel de detalle apasionante su trabajo en la cubierta del portaaviones, me describe el sistema de despegue y de aterrizaje de los aviones, sus dificultades, sus maniobras, los momentos críticos y cada unos de los dispositivos de seguridad y emergencia. Es una clase maestra. La disfruto. En un momento pienso en ese veterano en esa ciudad lejana, recordando y estudiando durante cuarenta años el buque en el que sirvió a su patria. ¿Por qué lo hace? Yo sé por qué lo hace. Entiendo esa pasión y la admiro.

Sábado. Ya de vuelta en Ushuaia, cena en la casa de Federico Marcel y Flor con Nicolás Romano y Pablo Alonso. Buena tertulia, donde incluso con toda naturalidad se leyeron poemas y se compartieron historias. Lejos de toda afectación, con mucha naturalidad, hablamos de los yaganes, de escritores y poetas locales, de música, de política y militancia, de Buenos Aires, del canal y de la montaña. Nicolás me regaló dos de sus libros y me contó una historia donde donde un boxeador se metía adentro de una ballena varada.

Más tarde. El departamento que alquilamos por estos días tiene vista al canal y vista a las montañas. La cocina integrada al comedor da justo frente al aeropuerto y el dormitorio, a la montaña. Hace un rato salí a fotografiar casas y, desde una ventana, un hombre que estaba mirando la calle con un pequeño perro en brazos, me dijo que mañana llegaba un crucero al puerto, el primero después de la cuarentena. “Voy a estar atento” le dije. “Va a ver, señor, la alegría que trae ese barco” me respondió.