Lunes. Fui a Mar del Plata y compré La ética picaresca de Horacio Gonzalez y un libro de Mircea Eliade. Saqué fotos de edificios. Eso pasó la semana pasada. No tengo mucho más para agregar. La ciudad, eso sí, me dio ganas de escribir. Mar del Plata siempre me da ganas de escribir.

Martes. Terminé un libro. Esta semana debería terminar otro. ¿Por qué quiero terminarlos? Para poder escribir uno nuevo de cero. Una novela. En ese tipo de congestión vivo.

Miércoles. En la redacción de Revista Paco se comenta la negativa de Quintín a vacunarse y luego su rápida confesión de víctima. Sin su salvo conducto sanitario, escribe Quintín en una columna, él se va a transformar en un muerto viviente. No va a poder viajar, ni moverse con libertad, ir a espectáculos, tomar un café (sic). “Bueno -se dice- tampoco es que se la pasa viajando, si mira doce horas diarias de futbol…” Otro comentario: “vive encerrado con una mujer que toma Xanax con el café descafeinado…” Hace poco se comentó un poema muy duro de la mujer de Quintín donde confesaba eso. Mavrakis: “Es insólito que le dejen publicar esos delirios.” Coincido, ¿pero quién sería el censor? A todos nos gusta como escribe. A mí me gusta mucho su personaje también. Es nuestro Ezra Pound.

Jueves. Leo el libro de Horacio Gonzalez. Me gusta. Me cuesta entender que no esté.

Viernes. Entre vanidad y vacuna, ¿qué elegís?

Sábados. Miro las fotos de Mar del Plata. Edificios y cielo azul. Me gustan.

Domingo. Me levanto tarde. Calor, cielo nublado. Hago café. Tengo el día entero para escribir. Qué tesoro. Empiezo con la sensación de que alguien va a venir a quebrar mi soledad, de que alguien me va a llamar con una urgencia. Qué paranoia dulce. Me aferro al día como un avaro a las monedas. El 12 de diciembre de 1821, hace exactamente doscientos años, nació Gustave Flaubert. Él entendería mi temor a ser molestado. Gustave, viejo amigo, ¿cuándo visitaremos juntos el Rio Paraná? Las provincias del sur te necesitan. Podemos beber y andar a caballo... En vez de hacer ese viaje, te fuiste a ver las pirámides. Te entiendo. Demasiada política, demasiada sangre y pocos salones, acá abajo. Y encima no hay celebración en el sur, Gustave. Nuestro periodismo atraviesa un momento de particular ajenidad a las cosas fuertes y bellas. Te prometo que todo irá mejor para tus trescientos años. O quizás no, pero es seguro que, en secreto, te vamos a seguir leyendo.