Viernes. Viajamos bien. Ruta 2 hasta Mar del Plata. Almorzamos mariscos en el puerto. Omar nos llevó a El timón donde lo conocen y lo estaban esperando. De ahí un último tramo a Necochea. Llegamos de tarde, pero Necochea sigue fiel a sí misma. Envejece, se descascara, se derrumba, sin haber llegado a ser lo que tenía que ser. O sea, transita su momento de decadencia sin pasar por un comprobable esplendor. Esto la hace una ciudad extremadamente atractiva. Hay ruinas, construcciones abandonadas y luego edificios altísimos, cuadrados, más o menos soviéticos, más o menos bien mantenidos. Todas las calles, tienen algo que recuerda a Lynch y a Twin Peaks. También a Edward Hooper. El ambiente siempre es fantasmal y opaco, incluso de día.

Más tarde. ¿Cuántos libros se escribieron sobre la guerra? ¿Cuántos leí? Muchos menos se escribieron sobre la posguerra. La posguerra va a terminar cuando ya no queden veteranos para dar su testimonio o cuando recuperemos las islas.

Sábado 2 de abril. Ceremonia y desfile en el monumento a los caídos de Quequén. El monumento es impresionante. Parece un fragmento perdido de la Europa del siglo XX en la pampa. Verlo es abismarse. Antes de que empiece el acto, saco fotos y me encuentro con Pilar que me lleva hasta su museo, a unos cincuenta metros, para que use el baño. Entramos por atrás. Veo esqueletos y animales embalsamados de pasada. El museo funciona en una casa de madera pintada de celeste. “Tengo que volver” pienso. (Una escena de la novela que estoy escribiendo podría ocurrir ahí.) Le digo que yo visité otro museo en la ciudad y ella me dice que no, que ese museo es el museo de Necochea. Nos apuramos y volvemos al monumento. Se hace el acto. Aplauso. Los veteranos desfilan. Me gusta ver a Gustavo Asta, a Daniel Perez, a Alejandro Quirós, que eran conscriptos del Bahía Paraíso. Después nos vamos a almorzar a la playa de Quequén. Caminamos. Hay una estructura de hormigón y una estatua de Baco derruida a la que le faltan los brazos. En ese lugar todo queda a medio hacer o se degrada. Necochea, el balneario irredento.

Domingo 3 de abril. Ceremonia de recuerdo de los compañeros que no están en el monumento pero esta vez solo del Bahía Paraíso. Somos menos y eso me gusta. Saco algunas fotos. Luego hay una recepción con todo el grupo y sus familias en un salón. Almorzamos y me toca una mesa de chafas, los suboficiales de mar, y un enfermero. Hablamos bastante. Un chafa dice “pasaron cuarenta años, pero no fueron cuarenta años, fueron más, o menos, no sé.”

Lunes. Regreso. Ruta 2. Pasamos por un pueblo que tiene doce casas y una estación de tren abandonada que se llama Monasterio.

Martes. Bajo las fotos del fin de semana de la cámara a la computadora. Las reviso. Leo que el hijo de Albert Speer va a hacer o hizo estadios en Qatar para la copa del mundo. Escucho algunos temas que Marco Bellini grabó en vivo. Me emociona. Le paso mis fotos de Necochea a Robles y me dice que se imagina a una actor filipino o ruso ahí pensando: “Estoy en el culo del mundo pero estos lugares están llenos de mármol.” Cuando Gogui ve las fotos dice “qué belleza fría y oscura.”