Lunes. Abre la Feria del libro. Repercusiones del discurso de apertura que hizo Guillermo Saccomano. ¿Polémico? Y sí, un poco de trotskismo impúdico, un poco de marxismo de segunda, alcanzó para que la cosa vibre más de lo esperado. Me gustó que señalara que nadie guarda los discursos anteriores porque a la cámara del libro, la organizadora del evento, lo único que le importa es lucrar. Después rescato una frase: “¿Quiénes son los lectores que llegan al libro sino los de una clase media pauperizada siempre y cuando no gasten demasiado en la gaseosa y los panchos?” Conozco a esos lectores, yo soy uno de ellos. Los lectores del pancho y la coca. Nada de sofisticadas bibliotecas borgeanas, nada de ediciones antiguas. Malas traducciones, libros baratos, de saldo.

Martes. Ayer, con la redacción de Revista Paco en la feria del libro. Muy divertido. Fue una mesa de amigos con un poco de público.

Miércoles. Tengo unos euros y quiero ir a cambiarlos al mercado negro, esto es una casa de cambio de mi barrio, por el solo hecho de sentir el placer de especular, de ser un sujeto mercantil.

Jueves. El hijo de Paul Auster se inyectó heroína y se fue a dormir la siesta. Cuando se despertó su hija, una beba de meses, estaba muerta. La autopsia mostró que la beba había muerto de sobredosis. La noticia recorrió el mundo enseguida. Ahora parece que fue el mismo hijo de Paul, Daniel, el que murió de sobredosis. En la feria me compré El legado de Sigfrido de Lucas Molina Franco, sobre la ayuda militar alemana a la España de Franco durante la guerra civil. Me impresiona el peso del libro, la tapa dura y la calidad del papel. Desde luego estaba en una mesa de tres por mil trescientos, así que también compré uno de Diderot y una novela de enigmas que sucede en la antigua Roma. Me gustaría pensar cuál es nuestro legado de Sigfrido. Supongo que todos los países, de una u otra forma, recibieron un poco de ese legado. Mientras tanto sigo teniendo que elegir entre el pancho, los libros y la coca. ¿Qué clase de ruido? Ahora toquemos.