Jueves. Llevo a Carmelo a natación. Lo llevo a Ferro, el club donde pasé parte de mi infancia. En vez de qudarme leyendo como siempre en la zona de los juegos, me voy a la farmacia y compro algunos comprimidos y una bolsa de agua caliente. Cuando vuelvo, leo la caja de cartón en la que viene la bolsa de agua caliente. No es la bolsa de goma, vintage, sino algo diferente que sirve para frio y calor. A partir de esa descripción y esas instrucciones de uso pienso un relato. Me tienta escribirlo. Pero sale Carmelo de la pileta y lo acompaño a los vestuarios. Le seco el pelo. Después caminamos por Caballito hasta Primera Junta y tomamos el subte por dos estaciones, Puan, Carabobo. Pienso que vivo y siempre viví en el barrio donde nací. Conozco todo. Todos los edificios, todos los lugares, las calles, el tren, los colectivos, las plazas, pero la gente siempre es diferente. Cada lugar tiene una memoria y una anécdota para mí. Las caras no, las caras son extrañas. Las caras son una invitación constante a la ficción.
Viernes. Ayer nos dormimos temprano. A las nueve Carmelo, cansado, ya roncaba. Yo leí un poco en la cama. Hoy nos despertamos a las siete. Ayer tomé notas para mi novela francesa. (Ya le digo así.) También empecé a pensar una novela italiana. Hace poco volví a leer por partes El caníbal: “Con esta técnica de novela sin trama, que es, en realidad, un ensayo desfigurado, puedo escribir cualquier cosa.” Siempre esas novelas sin trama. Son novelas. Pero sin trama. Por lo tanto, son novelas bastante pobres. Podría decirse novelas de tesis. (Cuando mis novelas tienen trama es porque la robé de otra parte, de la historia argentina, de otra novela.)
Más tarde. Siempre hay un artículo pendiente que debería estar escribiendo. Napo en Twitter: “Un artículo es como hacer un cover. La melodía se tiene que entender. Ahora, si querés hacer una sinfonía, podés hacerla, pero ya es otro terreno.”
Sábado. Cuando no podés escribir es porque no estás leyendo el libro correcto.
Más tarde. Carmelo se obsesionó con las plantas carnívoras. Mira videos y películas en YouTube. Se va haciendo experto. Recuerda nombres, me explica funcionamientos, repite información sobre insectos y nutrientes. Es un error muy grande no haberlo incluido antes en este diario. ¿O es que ahora está empezando a leer, dentro de sus posibilidades, está empezando a estudiar?
Domingo. Resfriado, leyendo en la cama. El libro de Sigfrido y El poder de la estupidez, que me capturó por su título. Al principio, casi sin abrirlo, me lo confundí con una historia de la estupidez, pero no, es otra cosa, no tan buena. En realidad, empieza lento, de forma recursiva, casi molesta, el autor se cita a sí mismo, y explica por demás la génesis del libro, algo que no interesa tanto. Pero ahí ya noto que la mirada no viene por donde me hubiera gustado. Se habla de la eficiencia, de cómo conocer la estupidez para superarla… Una y otra vez. Conocer para superar. Se hace demasiado énfasis en eso. Temo haber comprado, con ilusión vana, un libro de autoayuda de título muy bueno. Le regalo a Mia Antonella la bolsa de agua caliente de color celeste y diseño espacial. La termino usando yo mientras leo, para calentarme.
Más tarde. Un asesino entró a un supermercado en Buffalo, mató a diez personas con un fusil automático y lo transmitió en vivo por Internet. Leo en Twitter: “This happened Buffalo that was live streamed on Twitch and Racially motivated by 18yr old white supremacists.” El registro parece un video juego de los que se desarrollan en primera persona. Un burócrata salió a decir en el New York Times que lo iban a meter preso al asesino. Menos mal. En el video que me llega, el tirador apunta, dispara, acierta, se acerca al cuerpo de la víctima y la remata con un tiro en la cabeza. Pato dice: “Lo van a resolver contratando francotiradores. Dejar de vender armas automáticas en el super jamás. Te contratan más cana. Nunca van a Wall Street. Van a matar pobres al súper.” Mavrakis tiene razón: “Claramente si el tirador fuera negro no iría a juicio porque sería un colador.” El asesino que entra a matar sin razón es tan usual en los Estados Unidos que ya parece un género literario. Creo que es algo que se desprende de la ética protestante. Los shooters no son revolucionarios. Odian a la sociedad. No a los ricos o a los poderosos. Odian a esa sociedad donde ellos no encajan, donde ellos no son bendecidos con riquezas por Dios. Odian a esa sociedad donde los negros pueden prosperar y ser felices y ellos no.
Lunes. Tomo apuntes para futuras novelas. Interrumpí la escritura de una porque no lo estaba disfrutando como quería disfrutarlo. En la feria del libro me preguntan sobre mis libros de Malvinas. ¿Por qué los escribí? Porque es lo que había que hacer, respondí. Creo que es eso. Correspondía hacer eso. Sí, pero hay algo más.