Lunes. El fin de semana hablo con Macke de nuestros hijos. El suyo pinta para jugar bien, de hecho, juega bien y es el goleador de su equipo. Carmelo no juega, aunque a veces ataja. Hablamos del entrenamiento de los arqueros. Me gusta que los arqueros se entrenen aparte. Cerca de Vélez hay una canchita que hace entrenamiento de arqueros. Empiezan de muy chicos, seis o siete años. Se llama Cero Gol. Me gusta el nombre. Hay algo noble, dramático, casi trágico en ser arquero. Algo de base, proletario. No se puede fallar.

Martes. Me gustaría escribir un diario donde cada entrada sea una línea. Nada más.

Más tarde. Y me gustaría escribirlo en Malvinas. Recorriendo la isla a pie, acampando, sacando fotos, caminando entre el frío y el viento.

Más tarde. No sería como Twitter. O quizás sí. No importa. En todo caso, no lo publicaría en Twitter. Por lo tanto, no sería Twitter.

Miércoles. Voy a transformar este diario en un diario de una sola línea por entrada. No, no puedo. Necesito expandirme sobre algunos temas, desplegarme. Mi deber es opinar. (Qué pesado.)

Viernes. Ayudo a Godoy a mudarse. Lo espero en la esquina del departamento que alquilo de Piedras y Brasil. Como tarda en llegar con el flete, me cruzo a Parque Lezama. (Qué buen parque, porteño y antiguo.) Cuando llega, subimos todo por el ascensor y el somier por la escalera. Son seis pisos en los que no solo luchamos con la cama sino que también comentamos la edición de los cuentos de Lamberti que hizo ahora Ramdon House. (Uno de los libros del año.) Después llega Napo. Hablamos de la canción y la novela otra vez. Al mismo tiempo que señala la espontaneidad de la escritura de una canción, compara ese proceso con una novela. (Género de la obsesión, cuyo rendimiento está en relación proporcional a la cuota de verdad, a la libra de carne, que uno entregue mientras escribe.) Vamos a almorzar con Godoy, Napo y llegan Rodrigo Terranova y Andrea, su mujer. Godoy pide una porción de chinchulines, nada más. Hablamos de métrica, de las comidas típicas de San Luis y de restaurantes de Buenos Aires. Napo, que anda batallador, dice que hay prejuicios con los músicos que escriben. Yo cito a Nick Cave con énfasis porque me gusta mucho su blog y él lo toma como ejemplo: “¿Ves? ¿Porque no habría de escribir bien Nick Cave?” Mi respuesta debería haber sido: “Porque, en general, nadie escribe bien.” Siempre una prosa ajustada y sin ansiedad llama la atención. Godoy dijo que el ochenta por ciento de los músicos eran unos brutos.

Lunes. Hoy, hacia la una, venía con la bici por Palermo. No rápido pero pedaleando y a la altura de una escuela, de atrás de una camioneta, me salió un pibe que se me puso adelante. Cuando me quise dar cuenta ya estaba en el piso. Se ve que el porrazo fue fuerte porque no me podía levantar. Se me acercaron con timidez unos alumnos. Pensé que me había roto la rodilla izquierda. Pero igual decía “estoy bien, estoy bien.” Entonces sentí que me ponían una mano en el hombro, suave pero firme, y una voz que me decía: “Esperá, no te muevas, tranquilo, reponete. ¿Qué te duele?” Empecé a recuperar el aliento. Me dolía todo. Pero seguía diciendo: “Estoy bien, estoy bien.” Y el señor este que me contenía, mientras los pibes miraban, me preguntó: “¿Cuántos años tenés?” Me di cuenta que me miraba la cabeza, a ver si tenía un golpe. “46” le respondí. “No tenés edad para haber estado en Malvinas…” agregó. Ahí yo: ¿qué? “No, no” le digo. Y el tipo: “Yo estuve en Puerto Argentino.” Recién ahí lo miro a la cara y en la campera tenía unos parches que no vi bien. ¿Eran de fuerza aérea? ¿Había visto que yo tenía puesta una escarapela en la campera verde? Y pensé: “No puedo estar tirado adelante de este señor.” Me levanté como pude. Le pregunté el nombre. “Lucho, Luis Delgado” me dijo. Creo que escuché eso. Cuando vio que estaba bien, que me podía parar, me dijo: “Esa es mi camioneta.” Tenía ploteado un Malvinas, carajo. Me volvió a preguntar si estaba bien. Le dije que sí. Los autos paraban y una señora se ofreció a llevarme al hospital. Le dije que no hacía falta. Un pibe se me acercó y me dio cinta para pegar la campera. La manga derecha se había abierto toda y las plumas salían para afuera. (La campera con la que fui a Malvinas en el 2017.) Los pibes volvieron al colegio y me quedé revisando la bici, pero me sentía pésimo. El veterano se despidió. Los guardias de seguridad del colegio me miraban desde lejos sin decir nada. La rueda de adelante de la bici estaba bastante deformada.

Le tuve que suspender un café a Omar Busson que me esperaba a las cuatro. Llevé la bici a arreglar y ahora si me sigue doliendo el lado derecho me voy a hacer una placa al Italiano. De todo me quedo con el veterano. No sé si ese es su nombre, si lo retuve bien. Pero los veteranos siempre están ahí para ayudar, para darte una mano. Gracias, Lucho. Por lo que hiciste allá en Puerto Argentino y por lo que hiciste hoy al mediodía. Ojalá pudiera entrevistarte algún día y darte las gracias en persona.