Domingo. A quince días del accidente sigo con dolores. Pero ya son más concentrados. La zona de dolor se va haciendo más precisa. Sobre las costillas de la derecha, justo donde se empiezan a separar las dos partes del esternón, ahí se expande una zona que duele, y va comprometiendo dos costillas que se estiran y dan la vuelta hasta la espalda. De hecho, el dolor hace que se me contracture. Me sigo despertando de madrugada cuando me muevo. Paso los días somnoliento, un poco cansado. Mientras tanto el barbijo solo se usa en el subte, en el colectivo y casi como un adorno, como el recuerdo material de otro momento, de otra existencia. Leo el primer número de la revista Salvaje sur. Me gusta mucho. Leo también La limpieza, de Carlos Godoy,

Lunes. Al lado del colegio de mi hijo hay un taller mecánico pequeño. Lo administran dos hombres ya viejos y de corta estatura y un joven al que le falta un ojo. Por lo general el joven está afuera con un parche, tomando mate. Cuando los alumnos del colegio empiezan a salir, se mete. La escuela se llama República de Guatemala. No sé por qué. Leo sobre Malvinas. Leo esos versos de Pound que dicen: “Pueda yo contar la verdad en mi propia canción,/ Jerga de viaje, y de cómo en días difíciles/ Las penurias he resistido.”

Miércoles. Aprender a escribir es también aprender a leerse, pero no como crítico, leerse como escritor. Es difícil. Lleva tiempo.

Más tarde. Llevo a Carmelo al colegio. Hace frío. Después voy hasta el museo a votar en las elecciones del sindicato. De ahí a buscar un libro que compré por Mercado Libre. Y de ahí otra vez al colegio de Carmelo a la salida. Lo llevo a natación y me llevo un libro, otro, para leer en el bar del club. Sé que no lo voy a leer. Lo voy a hojear. Adentro de ese libro encuentro una hoja de papel con anotaciones abigarradas. La letra está muy junta pero igual es posible leerla. No tienen mucho valor esas notas. La caligrafía expresa mejor y de forma más consistente un pathos. ¿Por qué escribía esas notas? Ninguno de los autores que conozco hoy van a perdurar en unos años. Todos vamos a ser polvorientos jefes de tribus que no existen contando historias que no se entienden. Los clásicos argentinos del siglo XX se van a seguir leyendo. Es posible que Hernán Vanoli trascienda. Cataratas sobre todo. Es probable que Revista Paco sea mirada con interés. Mavrakis, Robles. Paco es una revista compacta y con una propuesta clara. Pero de nuestros tímidos libros, ¿qué puede quedar? Al menos de los mios… No lo sé. Están hechos para ser leídos hoy. Ni siquiera. Están pensados para ser escritos y disfrutados en su escritura. No hay mucho más. Ya siento el polvo, el arrumbamiento, la cita fría que se repite sin protocolo, por decir algo. Juan Terranova. Novelista y crítico de principios de siglo… “La meta es el olvido./ Yo he llegado antes.”

Jueves. Borges triunfa porque nos explica qué es la literatura, qué es eso que nos acompaña desde siempre. Y también triunfa porque no intenta ni siquiera una vez explicarnos qué es la experiencia, eso que no se puede explicar.

Viernes. Repetir sin pensar, sin dialéctica, una forma de olvido.

Más tarde. Hago listas de cuestiones pendientes. Me ocupo y voy tachando o borrando lo que hago. A veces la lista se puede liquidar en el día. A veces anticipa semanas o meses. “Lunes, zapatillas. Revisar prólogo. Pedir certificado. Fin de semana, viaje a Gaiman.” Hacer esas listas me trae, al mismo tiempo, angustia y alivio. Escucho los lieder de Wagner. Siento que no escucho música hace mucho. Aunque siempre estoy escuchando algo. Ser en la vana noche, el que hace listas.