Lunes. Titular ibérico: “Un jabalí sale del mar en Alicante y muerde a una bañista de Cuenca.”
Más tarde. Las preguntas que se hace Cheever en su diario: “¿Qué está mal? ¿Dónde he fallado? No estoy lo suficientemente loco ni suficientemente cuerdo. Me parece que no tengo una concepción clara del mundo. ¿Puedo acusarme de falta de color, esa falta de claridad que respeto en otros? ¿Qué debo evitar? ¿Lo artificial, lo que carezca de vitalidad?” El que lleva el diario siempre es ingenuo. No logra ser otra cosa que el hombre en estado de perplejidad. De una manera bastante extraña, el mejor diarista es el que resulta más honesto e ingenuo. Si en esa torpeza hay algo que sale, que emerge, es un pequeño milagro. I shame to wear a heart so white. Leo la entrada de Wikipedia de Beckett y repaso algunas de sus obras para televisión, unas traducciones de la década de la 90, publicadas por la revista Confines. (Una revista bastante basurera y progresista, basura de los escrúpulos.) Las obras de Beckett son aburridisimas pero también me convocan. Puedo ensayar a partir de ellas. Pienso que podría escribir un diario sobre Beckett. Tengo varias lecturas. Es un autor que me gusta pero con el que mantengo cierta distancia. Eso, para escribir, es una ventaja. Mi gran error, ay, qué error, fue estudiar esa carrera horrible llena de fóbicos y estériles. En vez de Letras, debería haber estudiado arquitectura o medicina. O algo ligado a los barcos. La Armada habría sido la mejor opción. Todas esas variantes me habrían ayudado mucho más a ser un mejor escritor. Si hubiésemos tenido Internet en los 90… Pero no, la biblioteca me llamaba, los libros, el canto de las sirenas.
Martes. No sé qué estoy escribiendo. No sé qué estoy leyendo. Tengo que hacer memoria para responder.
Miércoles. Almuerzo con Robles en el centro. Coincidimos en que nos vamos transformando en la gente, los protagonistas, los personajes secundarios, de lo que escribimos. Hay que tener cuidado, dice él. Sí, escribamos que alguien se salva, que alguien es feliz, le digo yo. El sábado me voy a Gaiman. Me preparo rezando.
Jueves. Pasolini: “Io avevo voglia di stare da solo, perché soltanto solo, sperduto, muto, a piedi, riesco a riconoscere le cose.”
Sábado. Me levanto a las cuatro y voy en colectivo hasta Ezeiza, lo que me lleva una hora y media. A las siete salgo en avión a Trelew. Llegó hacia las nueve de la mañana. Un taxista amable me lleva hasta Gaiman. Mi hospedaje está en las afueras, en una estancia que se llama Los Mimbres. El taxista me señala una casa. Y se va. Entró a la casa, la recorro y está todo en su lugar. La calefacción prendida, las camas hechas, la cocina en orden. Pero no hay nadie. Como en el cuento de los osos, como en una película de zombies. Doy algunas vueltas, duermo un rato. Cuando estoy empezando a disfrutar esa soledad, llega una mujer joven que entra, no me saluda y prende una radio en la cocina. Le escribo al taxista que viene a los quince minutos y huyo. El paisaje de Gaiman es hermoso en otoño. Seco, árido, pero lleno de verdes pálidos, naranjas y amarillos. En Gaiman desayuno, visito la primera casa y el museo del primer ferrocarril patagónico, un atractivo turístico digno de David Lynch. Es un túnel de trescientos metros, en el que cada veinte metros, cortando la oscuridad, hay un panel iluminado con fragmentos de la historia de ese lugar. Después, voy a la feria y en el stand de Malvinas, habló con un grupo de veteranos del Regimiento 8 que estuvieron en Fox. Más tarde, doy mi charla sobre cómo se realiza una investigación historiográfica que trabaja con la historia reciente. Y después me quedo a la presentación del libro Rugen las islas, la causa Malvinas en la voz del metal pesado nacional de Martín Müller. La presentación me encanta. Müller es joven y habla de forma concreta y expresiva. Cuando termina me acerco porque quiero regalarle un libro mío y comprar el suyo. Pero él me lo regala a su vez. Nos sacamos una foto juntos. Ya por eso el viaje valió el esfuerzo. Me voy a descansar a Los Mimbres, exhausto.
Domingo. Tomo el avión de vuelta. Llegó a Trelew a las siete y llego para el mediodía a Buenos Aires. En el avión leo los Diarios de viaje de la familia Freeman durante las expediciones de poblamiento de la Colonia 16 de Octubre en una edición bilingüe traducida y preparada por Elizabeth Mary Green y prologada por Pablo Lo Presti. La edición de la Biblioteca del Sesquicentenario Tegai Roberts me gusta mucho. Mi viaje al Chubut duró veinticuatro horas. El de ellos, una vida. Solo estando solo y sordo puedo conocer las cosas.