Viernes. Ayer no teníamos agua en el departamento. Hoy me levanté, desperté a Carmelo y abrí la canilla. Salía apenas un hilo de agua sin fuerza. Media hora después, la portera estaba en la planta baja del edificio. “¿Hubo algún problema con el tanque? No tengo agua.” La portera se apuró a responder: “Nada, ninguno.” Hubo un segundo de silencio. Era muy temprano, la mañana de un viernes. “Bueno” dije yo. No podía decir otra cosa. Y ella: “Aunque ayer hubo un problema con las bombas.” Un segundo. Y enseguida: “Y ahora las están arreglando.” Me hubiera gustado decirle algo más. Pero ¿qué? Nos fuimos. ¿Hay algún problema? Nada, ninguno. Aunque… Cuando volví del colegio, abrí la canilla del baño y el agua salía con más fuerza pero turbia. Te conozco, límpido espíritu. ¿Qué clase de ruido?

Más tarde. Algunos usan barbijo en el supermercado y otros no. Algunos usan barbijo en el subte y otros no. Cada tanto me giro en la cama y vuelvo a sentir el golpe que me di en las costillas, a la derecha, cuando tuve el accidente con la bici. El fade out del dolor resulta por lo menos inquietante y aviva odios pasados. La desagradable situación de no poder despedirse, de no poder cortar, de no terminar. La impaciencia y la laxitud indolente de ver como lo que antes era importante ahora se deshilacha.

Sábado. Napolitano en Twitter “Un bibliotecario que le diga a los usuarios: No leas esa mierda.”

Lunes, a la noche. Hoy en el supermercado el cajero me dijo que no hacía falta que los clientes usaran barbijo. Aunque los cajeros sí tenían que usarlo. Respondí: “Qué buena noticia.” También pensé que no hay diario de la disforia. Siempre narramos en la euforia, como esos cronistas histéricos que van atrás de las noticias, de los hechos bizarros. Vicios de la modernidad, supongo. El Martín Fierro cumplió ciento cincuenta años. No sé si Ñ le dedicó una tapa porque ya no leo Ñ. Hace años que el periodismo especializado no regula ni incide en nada. Otro deshilachamiento. Alguno de los periodistas de Internet o las redes debería decir al menos algo sobre la tradición de la oralidad y la falsa oralidad argentina.

Martes. Leo La limpieza de Godoy y El teniente Sturm de Jünger al mismo tiempo. Entiendo que se comentan de forma mutua. La guerra siempre es un capital vital. Hay un deseo dentro de esa suciedad. Hay una voluntad del hombre por guerrear y explorar. Jünger le agrega lecturas. Godoy es más fragmentario y brutal. No somos la única especie que hace guerras. Los monos y las abejas también tienen guerras. Pero somos la única que luego las examina, las estudia, las narra, las niega y condena y vuelve a guerrear, mientras nunca termina de entender por qué las hace. Otro proceso más de euforia y disforia. ¿Hay una dialéctica ahí? El sístole y diástole de la historia, la lucha de clases, la vuelta a casa del soldado y la mar en coche.