Viernes. Nos levantamos tarde y llevé a Carmelo con la madre. Fui con Pierina a comprar libros a Corrientes. (Ella eligió dos Shakespeare y una edición muy simple de El lazarillo de Tormes que necesita para el colegio. Yo compré una biografía de Faulkner que editó Losada.) Después tomamos un café y ella volvió en subte. Marco pasó por Congreso y me llevó en auto al aeropuerto. Mia me esperaba ahí y visitamos el monumento a Colón. El vuelo salió en hora y tuve tiempo, antes de embarcar, de leer un poco a Jünger y especular sobre cómo podría llegar a ser percibido en el futuro cercano por oportunos lectores. ¿Quién es Terranova? Un hombre viejo, que escribió mucho, sin éxito, pero con un dejo de conciencia atendible sobre los procesos creativos, Malvinas, la lectura, la política y el mercado. (No tan mal.) Llegué al aeropuerto de La Rioja y me esperaba un veterano, Eduardo Barrera. Me llevó en auto hasta el hotel y me contó que navegó en la corbeta Drummond y en el destructor Storni, con el que en 1976 le tiraron un par de cañonazos al Shackleton. En el hotel, de golpe me empecé a sentir raro. Sacando algunos libros y la computadora de la mochila, no entendía qué pasaba. “Estoy respirando” pensé. El clima seco y cálido del desierto riojano me curó enseguida los mocos del invierno porteño. ¿Qué clase de ruido? Un regalo de Dios.

Sábado. Presentación del libro del Bahía Paraíso en la feria provincial, que es muy grande y tiene varias sedes. Muchos veteranos y ex-combatientes, sobre todo el grupo que vino de Córdoba, que me lleva de acá para allá. En el centro de veteranos de la ciudad, me regalan un cuadro con una foto del monumento local. Me emociona el gesto. Claudio Nieto me cuenta la historia provincial, me remarca nociones de geografía y nombres de caudillos locales. Facundo y el Chacho, siempre presentes. Contra mi escepticismo inicial e ignorante, La Rioja me cautiva. No me gusta mucho el NOA, pero La Rioja es otra cosa. Es el paso del Cuyo al norte, y tiene una historia y un presente que me resultan empáticos. Me escapo a sacarle fotos al monumento del Chacho.

Domingo. Presentación del libro de Jorge Racca, un cordobés inteligente y sensible que estuvo con el Regimiento 8 en Bahía Zorro, en la Gran Malvina, durante la guerra. El libro es un diario que llevó. Resulta difícil relativizar el valor de ese documento. Me regala el libro pero aparte me muestra los papeles manuscritos, que lleva en un folio. Veo la letra clara y prolija que se escribe sobre la guerra. Más tarde, Eduardo me devuelve al aeropuerto. Volvemos a hablar de la armada y del funcionamiento del radar en el mar, cuando no había computadoras. Antes de dejarme, nos sacamos una foto. Cuando hago el check in, me entero que los vuelos están demorados por la niebla de Buenos Aires. En el aeropuerto no hay agua en los baños. Finalmente, cuarenta minutos de espera y el vuelo sale lleno. Leo la biografía de Faulkner y escribo un poco a mano en mi libreta. Una hora y media después, la ciudad me recibe con un clima frío y húmedo y mucho tráfico en las inmediaciones del aeropuerto.

Lunes. La guerra sigue en Ucrania pero no tanto en los medios argentinos. Las noticias se apagan. La muerte sigue su paso, banal, rutinaria, perenne, como siempre que se asoma y persiste. Macke: “Después de Youtube medio que no estamos más solos. Vicentico tendría que haberle escrito esa letra a Youtube, no al hijo. No me quedo nunca más solo.” En el viaje de ida me pidieron que usara el barbijo, en el viaje de vuelta no.

Más tarde. Paso mis notas. ¿La lectura considerada y practicada como una forma de suicidio? Según Cristino Bogado, Conde August von Platen le escribió en una carta a un amigo: Ich habe mein Leben verlesen. “Me pasé toda la vida leyendo.” Ahora toquemos.