Sábado. Ayer o anteayer murió Elizabeth II, reina de Inglaterra. El cipayismo local la saluda. Muy desagradable todo. No me gustan los Windsor.
Domingo. Me levanto tarde. Hace dos días que duermo mal. No encuentro la posición y las cervicales castigadas me hacen doler la cabeza. Puntadas, malestar, dolor. Pienso que tengo la presión alta pero son las cervicales. Imposible leer así. Igual intento, sin éxito. Prefiero escribir. Me levanto y escribo, pese al malestar. Después me voy a lo de Mia Antonella en Constitución. El barrio está igual que siempre. Malandras vendiendo droga, travestis vendiendo droga, borrachos, tugurios. (La mejor arquitectura porteña está ahí, sin embargo.) Vemos juntos la final de la copa américa de básquet en la cual Argentina le gana a Brasil. Campeones, entonces, jugando bastante mal pero no importa. El dolor de cabeza pasa con una ducha caliente y aspirinas. Cocino pastas para ambos. (La placidez del bienestar me llega con el final del domingo. Mañana tengo mucho trabajo, muchas llamadas por teléfono.)
Lunes. Por la calle Pavón, el patrullero pasa de forma constante. Constitución debe ser el barrio con más contravenciones y delitos, y es el que más presencia policial tiene. Ahora Mia Antonella mira por el balcón como un motociclista se fue al suelo por esquivar un ciego que cruzaba en rojo. Ella dice que no es ciego. Por la noche, desde luego, se escuchan gritos y peleas de todo tipo. El departamento de Mia Antonella por su parte es hermoso, pisos de madera, muchas habitaciones y techos altos. Pero ella vive en un perpetuo desorden. Yo no se lo señalo pero sé que ella sabe. Por otra parte es evidente. Alguna vez opinó algo sobre mi desorden, que es, en términos objetivos, mucho menos desordenado. Entonces comprendí que cada uno tiene su orden y a cada uno le gusta su orden o su desorden. (Pero que haya que tirar el agua en el baño con un balde me parece un límite. Como fuere me gusta estar en su casa. Mientras ella estudia, o se va a trabajar, yo escribo.)
Más tarde. Escribo un poema sobre Pasolini en Mar del Plata. Pero sale seco, sin ideas. Todo cuesta. ¿Por qué? Porque no estoy en Mar del Plata. Tengo que hacer un viaje. Y de ser posible ver películas de Pasolini allá, leer sus libros, ver fotos de su cara angulosa estando en Mar del Plata. (Solo de esas notas saldrá el poema. Mi fantasía es leer los nombres de las calles e inspirarme. Mi fantasía es ser Pasolini en Mar del Plata.) ¿Qué me gusta de Buenos Aires? El anonimato, el vagabundeo por los barrios o por el centro. La posibilidad de perder el tiempo, de leer en los cafés, poder, una vez que termina la jornada laboral, caminar sin destino. La lectura y la escritura tiene que ver con esa pérdida de tiempo. Son esa pérdida de tiempo. Del otro lado, la familia. Primero, madre y padre, luego hijos, esposa, ex esposa, novia, parejas. La familia te ata, te fija, te da una identidad. No se puede disponer del tiempo. No se puede huir a la ciudad. O sea, la Buenos Aires de la neurosis y la contra-neurosis.
Martes. Compro libros por cien pesos en la librería del barrio. (La librería que no me gusta.) Miro por arriba el cajón de cien pesos y cada tanto elijo algo. Entre agosto y septiembre compré una edición de Kapeluz del Lazarillo de Tormes, un libro sobre Hemingway publicado en los 90 por Página/12 para los cien años, un número de La Revista de Occidente. Hoy me enteré que Godard murió en Suiza.
Más tarde. Detesto ir a esas reuniones donde no pasa nada, nadie toma una decisión y se comparten ideas que no son ideas. Pero a esas reuniones se las llama trabajar y te pagan por eso.
Miércoles. Escucho un poco de Mendelshon. Lieder ohne Worte. Canciones sin palabras. ¿Qué me gusta de Buenos Aires? Siempre leo a Piglia. Me gustó tratarlo lo poco que lo traté y también escribir sobre él y escribirle correos cuando enfermó. Creo que es noble, incluso cuando engaña. A veces demasiado pudoroso. Siempre lo vi como un solitario, como un tipo que era feliz leyendo, escribiendo y enseñando en soledad. Prefiero la amargura de Piglia, al empalagamiento de Aira. (Son sabores diferentes.) Ese tango piadoso, un poco demasiado formal de Piglia le gana al pop histérico de vanguardia frívola de Aira. (Creo que finalmente el tema es la frivolidad. Ambos son afectados, ¿qué escritor no lo es? Pero la frivolidad es un vicio que el lector puede rechazar en preferencia de otros vicios, desde ya.)