Martes. No picnic de Thompson es dos libros. Por un lado, el título. No picnic, título que Atlántida dejó en la tapa y subtituló con un paréntesis (No fue un paseo). ¿Era necesario? No, pero la redundancia, esa insistencia, creo que sirve. Luego una bajada explicativa: “La actuación de la 3ra Brigada de Comandos de Infantería Británica en la guerra de las Malvinas.” Pero ya esa negación inicial, ese no donde comienza la obra, desafía muchas, por no decir todas, las lecturas que se hicieron de la guerra en la década del 80 y que se siguen repitiendo. Thompson que estuvo ahí dice que no, lo niega. No fue un picnic como dicen y repiten ustedes. Luego, por otro lado, está el libro de una escritura y una prosa burocráticas y que se puede sintetizar en cómo y cuándo –sin estridencias ni apuros, con una racionalidad completa– los soldados británicos llevaron y repartieron sus “balas, porotos y combustible.” Si el título de Thompson implica cierto vértigo, el libro en sí es casi tedioso. Su lectura, como fuere, me acompaña.

Miércoles. Escucho Mordisquito, la emisión radial de Enrique Santos. Ojalá pudiera escribir un poema, un solo verso con esa fuerza, con esa convicción, con esa verdad..

Sábado. Ayer fuimos a ver a The Pixies y Jack White al Primavera Sound. Fue, en realidad, el sonido de un invierno porteño que no se va. Hacía frío. Llegamos cuando estaba cantando Cat Power. Nos gustó que nos recibieran con ese folk suave. Pixies estuvo muy bien. Tocaron todos los hits y algunas sorpresas más. Y Jack White arrancó con una energía insuperable. (Ahora leo algunas de sus letras que son impresionistas y a la vez muy narrativas. Daru Jones, el baterista, me sorprendió. Nunca, en todos mis años, vi nada parecido.)

Domingo. Día de la madre. Almuerzo familiar. En un momento, mi madre comenta que vio un cartel en la calle que decía: “Leer es perder el tiempo.” Estaba indignada. Sonreí. Me preguntó por qué. Respondí que me parecía bastante accurate. “No lo admito” dijo, taxativa. Quise argumentar que también había un poder implícito en perder el tiempo. Podría haber jugado de manual y haber dicho: “depende lo que se lea.” Pero me pareció que no era falsear el sentido de la frase. Mi madre, sarmientina, iluminista y pedagoga, seguía refunfuñando. Leer es perder el tiempo. ¿Quién puede decir que no? Quizás alguien que no lee. (Ella lee todo el tiempo pero a Freud y a Lacan.)

Lunes. Todo el mundo está cansado. El año se estira mucho. Muy pronto llega el Mundial de Fútbol y al año se termina. Pero todavía falta un poco. ¿Salir de la pandemia? No picnic.

Martes. La batalla es en nosotros mismos.

Más tarde. Discusión en la redacción virtual de Revista Paco sobre el valor y la calidad de la obra de Di Benedetto. (Mientras las opiniones van y vienen encuentro en mi casilla de correos un breve ensayo que leí en la Biblioteca Nacional en el 2006. No era un elogio. Recuerdo que una mujer que daba clases en la facultad, Argentina II, si mal no recuerdo, me miró indignado cuando terminé de leerlo. No recuerdo su nombre. Vieja bruja. Leer es perder el tiempo, señora.)

Miércoles. María, la bibliotecaria del museo, le da entrada a la donación. Lo hace de forma eficiente. Eso me alegra. Titular de Crónica: “Policía se pegó un tiro en la cabeza con su arma reglamentaria en el baño de una estación de servicio.” La nota no da mucha más información. Es eso. Esa historia. Ahí, con todo su potencial, en un título. Ordeno mi escritorio, pero antes saco una foto. (En esa superposición veo algo bello con lo que me identifico.)

Jueves. Hoy estuvimos navegando en una lancha de ACCUMAR por el Riachuelo, o Rio Matanza, con Carlos Godoy y Tomás Richards. Se lo ve recuperado al río. El agua verde parece sana. Hace años era un petróleo de olor insoportable. Hoy ya no. Una guía nos contó que la contaminación está en el fondo y por eso no es posible dragar ni navegar con buques de gran calado. No hay que remover ese fondo. No se sabe bien qué hay pero se sabe que es muy malo. Es algo casi lovecraftiano. Río Matanza… ¿Por qué perturbar lo que no se conoce?