Lunes. Medité un rato hoy a la tarde. No tenía actividades ni horarios. Estaba solo. Medité durante unos quince minutos ayudado por un guía de YouTube. (La máquina me hacía meditar.) No solo empecé a percibir lo que me costaba respirar, sino que sentí la irregularidad de mi pulso, la sangre queriéndome hervir la cabeza. Estoy grande y todo comienza a descomponerse con una lentitud ridícula, orgánica y risueñamente aterradora.

Martes. Tengo que encontrar el libro que sigue, el proyecto que sigue. Llega el mundial, termina el año. Se abre un abismo de sentidos. Existe a la vez deber y cansancio. Voy a cerrar lo que tengo pero también tengo que abrir, y las puertas laterales de la mente me pesan. Godoy me pasa una postal de la Antártida de la década del 50. Sin ganas de escuchar música. ¿Cuando se jugará el primer mundial en la Antártida? ¿Quién lo va a ganar? Me imagino estadios calefaccionados y blancos y el público abrigado y feliz gritando los goles para las cámaras montadas en drones.

Miércoles. Robles quiere que escriba sobre Murnau. Decido que voy a escribir sobre Murnau. Empiezo la investigación. Busco libros y citas. Empiezo a armar una trabajosa bibliografía. Miró Amanecer en YouTube. (Me gusta, creo entender que se trata de una historia del cine en cuatro o cinco partes.) Y acto seguido, organizo un viaje a Mar del Plata para seguir con el tema del ARA San Luis. ¿Qué quiere decir esto? Tengo que llamar a Robles y decirle: “Lo estuve pensando. Tengo que escribir los dos libros. Sé que eso no se puede. Pero no logro tomar la decisión.” Yá sé qué me va a contestar él. Robles va a decir: “No son dos libros. Es uno solo.” De hecho ya ocurrió, cuando le dije que un submarino era como un ataúd me mandó un fotograma de Nosferatus. Le respondí: “Son dos formas de oscuridad.” Los submarinos del siglo XX siempre se mueven en blanco y negro.

Viernes. Presentación en Guernica del libro de las cartas de la guerra. Me mudaría una semana o más a Guernica para trabajar con los veteranos de ahí.

Sábado. A la tarde voy al acto de colocación de la baldosa por los padres de Jerry en Palermo. A la noche, presento la novela de Godoy en La Paz Arriba. Después de la presentación, el lugar se transforma en una discoteca. Napolitano pone en Twitter:

“— Señor Grant, ¿quiere escribir un libro sobre esto?

—¿Un libro? —preguntó Grant, atónito—. Dios me libre. ¿Por qué?”

La cita, me dice, es de una novela escocesa titulada La hija del tiempo, de 1951. Me dice que es bastante buena. A mí con ese diálogo, una pregunta y una réplica, ya me compró.

¿Escribir un libro? Dios me libre. ¿Por qué?

Domingo. Presento con Hernán Vanoli El trabajo del escritor en el Centro Cultural El Limonero de Almagro.

Lunes. Viajo con mi madre a Ramos Mejía. Vamos a la casa de mis abuelos que está alquilada. A las seis tenemos cita con el agente inmobiliario que se ocupa del tema. En el viaje, hablamos de muchas cosas. (Mi madre solo puede hablar de trabajo.) Llegamos. Esperamos en la vereda tomando el sol de la tarde de noviembre. No lo decimos pero los dos extrañamos a mi padre. El domingo empieza el mundial. El sábado viajo a Mar del Plata. El lunes voy a la base a una entrega de medallas. El martes juega Argentina a las siete de la mañana. Partido debut contra Arabia Saudita.

Martes.

¿Escribir un libro? Dios me libre. ¿Por qué?

¿Escribir un libro? Dios me libre. ¿Por qué?