Jueves. Volvimos a Buenos Aires. Pasamos la noche en el micro. Buenos Aires nos recibió con la indiferencia de siempre, lo cual me da una secreta alegría. Sobre el mundial y Argentina campeón: había y hay una gran necesidad de emociones verdaderas e identitarias. En un siglo de mentiras y espejismos, volvimos a la tradición.

Sábado. Hoy, Nochebuena. Viajamos a Las Heras. Hago fuego para asar. Pasó mucho tiempo desde la última vez. Pierina lee a Nabokov. Lee con la sorpresa tibia con la que leen los adolescentes. Lee Mashenka, la primera novela de Nabokov que yo no leí. La veo leer y tomar notas. Qué peligro.

Más tarde. Estuvimos en la pileta y después hablé con Jerry para desearnos buena navidad. Él no puede parar de trabajar y yo tampoco. Somos parecidos. Después, me acordé de ese poema que escribí hace años sobre la navidad en el microcentro porteño. Todas las navidades lo recuerdo. No suelo escribir versos, pero esos me gustan.

Domingo. Ayer abrimos los regalos. A Pierina, Papa Noel le trajo una guitarra. A Carmelo, un pistola que tira dardos con la forma de un triceratops. Hablo con mi madre sobre el pesimismo intrínseco del psicoanálisis. Ella lo niega pero después acepta que se trata de una razón cínica. Luego tampoco dice que eso sea cierto. Encontramos una araña con Carmelo. Es grande y tiene patas peludas. La metimos en un vaso y la soltamos en las plantas. Carmelo me preguntó si alguna vez había visto una araña tan grande. Le dije que no.

Lunes. Escucho ópera, algo de la Traviata, arias conocidas. Durante estos días pude perfilar mejor un tema que para mi es viejo y hasta diría contínuo. Podemos llamarlo el dilema del poeta maldito. Yo tomo a Baudelaire. Se podrían tomar otros artistas. Baudelaire fue un hombre entregado a sus pasiones. Vivió endeudado, algo que en su época se usaba. Trabajó poco. Padeció la pobreza e incluso la miseria. Esa es la imagen que nos llega hasta nuestros días. Y, para nuestro experimento, la damos por válida. Su poesía y su prosa tematizan esta vocación de bohemia, el elogio y el análisis de lo inútil, de lo fútil, de lo malo, de lo esteril. Sin embargo, la vida social nos exige el espejo y un día Baudelaire comenzó a preparar su candidatura a la Academia Francesa de Letras, fundada en el 1600. Cuando el poeta de los bares y los excesos buscó adhesiones no recibió respuesta. Ningún académico le respondió sus cartas. O no lo conocían, o lo conocían demasiado. Todos los poetas de Francia alguna vez sueñan con ese honor entre pares, ese prestigio, ese lugar… Baudelaire no fue la excepción. Desde el fondo del callejón de los ebrios, pensó que su aporte a la lengua francesa podía llevarlo al lugar de la élite de su tiempo. ¿Fue una broma? No lo sé. Tiendo a pensar que no. Había algo gallardo en el flâneur, ese dandismo, ese orgullo creador que desdeñaba el montón, la mugre que tanto lo seducía. Una dialéctica similar está en su obra y en su biografía. Pero el poeta no había hecho ese camino piadoso de ligera servidumbre, de concesiones abnegadas en salones, aulas y redacciones, esa gestualidad cultural que tiene que acompañar al genio para posicionarlo frente a sus pares, el mercado y la academia. Baudelaire veía en esos rostros esforzados la especulación y la putrefacción burguesa, la cobardía del administrador. Había corrido el velo demasiadas veces. Un sólo académico respondió su carta y le negó su ayuda y su voto con amabilidad. Los demás, como dije, lo ignoraron. Baudelaire murió de sífilis, sucio y postrado. Su amplio recorrido de humillaciones casi públicas y éxitos privados, de escarnio, juicio, cárcel y versos luminosos publicados de forma rudimentaria se condensa en la mirada que nos ofrece en el daguerrotipo hoy famoso que le hizo Étienne Carjat. Una vez que Baudelaire dejó nuestro mundo, la inmortalidad comenzó a rodearlo. En el siglo XX sus poemas se volvieron algo más que una ingeniosa intoxicación. Hubo que esperar hasta 1939 para que su obra completa se publicara completa, pero la parresía con la escribió dejó de ser condena y se transformó en canon. De los académicos que le negaron el saludo hoy nadie recuerda nada. Ni el nombre. Ni un verso. Ni un título. Mientras que Las flores del mal sirvieron de inspiración a miles de artistas de todo tipo. De hecho, los libros de Baudelaire se traducen, estudian e imprimen en todas las lenguas de todas las naciones del mundo. ¿Qué significa ese gran equívoco? ¿Qué encierra esta breve anécdota de las torsiones a las que nos someten la lectura? Esa ceguera contemporánea que condenó a Baudelaire, y que fue buscada de forma masoquista y autodestructiva por el mismo poeta, ¿qué nos enseña? ¿Hay alguna moraleja en esa fábula que va de la droga más nocturna a la bibliografía obligatoria? Muchos escritores la usan para justificar su intrascendencia. En breve el pensamiento sería así: Baudelaire era genial y pocos lo reconocieron en su tiempo. Si se me niega el reconocimiento, entonces soy genial. Sin embargo, el novelista mediocre de la actualidad, el poeta perezoso y el periodista chambón que nos rodean multiplicados se equivocan si creen en ese silogismo como un paliativo. Baudelaire fue leído y celebrado por sus pares. Fueron pocos los que lo entendieron en vida, pero eran inteligentes, perceptivos y atinaron a avisarnos a nosotros, los lectores del futuro, que, más allá de toda burocracia, esa escritura valía y se impondría por su propio peso. Baudelaire no fue un solitario. Tuvo lectores. Es verdad que hay algo misterioso y hasta cierto punto inescrutable en cómo los escritores logran su popularidad y canonización. ¿Por qué un escritor es leído y otro olvidado? No hay una sola respuesta para esa pregunta. Casi diría que no hay respuesta general, todas son particulares y hacer futurología es difícil, casi imposible. Lo único que puede hacer un escritor es escribir sabiendo que toda especulación sobre su destino es banal. Hoy hace cuarenta años, Charly García presentaba su primer disco solista en Ferro y lo llenaba. Yo tenía seis años. Faltaban dos días para que cumpliera siete. El recital está entero en YouTube. Sus canciones envejecieron poco, diría casi nada.