Lunes, 2 de enero. La ciudad está vacía. En una librería de Corrientes que tiene saldos compro La Argentina renegada y La Argentina Imperial de Daniel Larriqueta a ciento ochenta pesos cada uno. Con ciento ochenta pesos hoy no se puede comprar casi nada. Empiezo a leer La Argentina imperial porque me gusta mucho la tapa, una bandera de la ciudad de Buenos Aires. El prólogo es engolado y forzado. Larriqueta que escribe en la década del 90 y es un viejo cuadro de la UCR alfonsinista se ve en la necesidad de hablar de la democracia y explicar su sistema binario que divide El Plata de las provincias. Lo que sigue es excelente. Un Cuadernillo del mundo donde habla de la transformación española a partir del descubrimiento de América, un Cuadernillo portugués, donde explica la expansión y la decadencia del imperio portugués, y un Cuadernillo Argentina que se desarrolla en ese contexto. La prosa es justa e informativa, por momentos se permite incluso cierta lírica. Larriqueta se ocupa de una historia que es no solo hermosa y dramática, sino imprescindible para entendernos. Sin más, un libro excelente.

Martes. Una habitación ajena. Escribir en el cuarto del otro.

Miércoles. Empiezo a pensar mi año. ¿Qué libros tengo que escribir? ¿Cuál hay que terminar y publicar? Qué especulación pesada, y qué inútil.

Jueves. Sobre la avenida Boyacá, frente a un geriátrico, alguien tiró a la basura lo que parecen ser diplomas enmarcados. Levantó cuatro y un mapa de Tierra del fuego. Mi día sigue y a la noche me los reencuentro como algo pendiente. Los había olvidado. Les limpio el polvo. Todos están a nombre de Ricardo V, dos son diplomas que certifican de forma industrial e impersonal un curso de detective privado en la década de sesenta. Me imagino a un hombre viejo que muere solo en un geriátrico del barrio de Flores, guardando vagos certificados de esos cursos por carta para ser detective que se publicitaban en las revistas del siglo XX. Pero ambos diplomas están en inglés. Y el mapa no es de Tierra del Fuego. Es de Vancouver. Un tercer diploma, en español, certifica un curso de administración en la Universidad Argentina de la Empresa hacia fines de los años 60. Y el cuarto es una habilitación para funcionar como detective emitida en 1978 por la policía de la capital federal, con datos, firmas y sellos habilitantes. Ahí ya la cosa cambia. La fecha es oscura y reviste mi cirujeada de cierta sombra. El viejo ingenuo se transforma así en un espía industrial. Igual todo es de cotillón, pero ahora también tiene un dejo de ambigüedad. El ridículo y lo siniestro muchas veces se pegan y no se separan. Le cuento el hallazgo a Robles y convenimos en que lo más raro, lo que enrarece y hace seductor el conjunto es el mapa de Vancouver. ¿Viajó Ricardo V a Canadá a formarse como investigador? El mapa es bello como son todos los mapas y abre, también como todos los mapas, la fantasía.

Viernes. Abrí el marco con el certificado de la policía federal, le puse una foto de H. P. Lovecraft y lo colgué. Abajo de Lovecraft, el documento habilitante del 78. Mi verano es libros de saldo y cirujeo.

Sábado. Intento leer L´Adalgisa de Gadda que tengo en italiano. Me cuesta. ¿De qué habla Gadda? Por momentos me irrita y me sale pensar: ¿por qué no te quedaste, Carlo Emilio, en Buenos Aires? Desgrabo entrevistas todo el día.

Domingo a la noche. Día de descanso. Vemos Shadow of the vampire y un poco de Nosferatu en la casa de Mia Antonella en Constitución. Después, antes de las diez de la noche, vamos a comprar helado. El barrio está lleno de sombras. A mitad de cuadra tres hombres jóvenes fuman paco y escuchan la música de la degradación.