Viernes. En bicicleta hasta la casa de Robles. Tomamos un café y después almorzamos. Somos amigos y nos vamos haciendo viejos hablando de libros y de Internet. Es una de las formas de la felicidad que conozco.

Lunes. Reviso el diario que escribí durante mi viaje. Hay algo del género que se me impone. No sé por qué. En algún momento pensé que se trataba de pereza. Pero estoy muy lejos de ser perezoso. Más bien se trata de un vínculo, bastante sereno, con la experiencia y que yo asocio, quizás demasiado rápido, con la verdad. Un diario de viaje, un diario de lecturas, un diario privado, un diario público. El género se lleva bien con el siglo XXI. Debería hacer una lista. Desde el Diario de gastos de Sarmiento hasta las redes sociales, que repiten todas las formas de dietario moderno.

Martes. Ayer pasé por lo de Matias Raia a buscar Disco Wilcock de Moyano. Por muchos motivos, un libro sorprendente. Moyano intenta salir del ensayo típico para trabajar con la obra de Wilcock. Se niega a entrar en el almacén de la academia. De lo que leí, el resultado es lúdico y preciso, pero ese miedo al puntero y a la taxonomía desluce un poco las excelentes lecturas que expone. ¿O yo soy un lector clasicista? Como fuere, la poesía de Wilcock en italiano, seleccionada por Moyano, me genera alegría. Saber que hay alguien leyendo eso, valorándolo, estudiándolo… El comienzo con Mitre traduciendo a Dante resulta pertinente. Sí, Moyano tiene miedo de convertirse en un crítico adusto. Es comprensible. Pero ¿cómo escapar a ese destino? Otra cuestión central: le gusta demasiado Wilcock, le cree mucho. Hasta donde leí, le cree todo. Y Wilcock ¿no era antes que nada un histérico? Un histérico genial. Ahora ¿se puede amar un histérico sin condiciones? El problema ahí me parece más denso: ¿quién no se enamoró de una histérica o de un histérico alguna vez? Disco Wilcock es un acontecimiento editorial, se ve una dedicación muy grande, y es lejos lo mejor que se escribió sobre Wilcock en clave crítica y biográfica. Quizás todo se reduce a las formas –siempre ajenas, siempre privadas– del amor.

Miércoles. Leo una novela inédita de Jorge Chiesa. Tiene todo lo que le pedimos a una novela hoy, es entretenida, fluye y los personajes están descritos con una ligera acidez y una cuota de maldad que los hace muy reales.

Jueves. Caresano dice: “hay un pasaje de Bloy que resume muy bien las humildes posibilidades de un egresado de la carrera de Letras.” El pasaje que no tiene desperdicio: "hablo de esa retórica inmutable e indestructible, adherida a la mucosa universitaria, que babea siempre las mismas fórmulas sobre treinta siglos de civilización.” Quizás sea un poco injusto porque ¿quién no se sonó los mocos? ¿Quién no babeó un poco su propia civilización? Pero, al mismo tiempo, qué potente decirlo así y qué real.

Viernes. Unos versos que cita Moyano de Wilcock nos invitan a juntar el rojo y el azul –Prova a accostare il rosso all'azzurro– porque también en esa diferencia se encuentra la muerte. Ya lo decía el poeta, hay que hacer siempre lo mismo pero ir cambiando un poco, como para no aburrirse.