Lunes. Ordeno mi semana: imprimir fotos, corregir diario, rechazar invitaciones. (Para escribir hay que quedarse en casa. No se puede salir y escribir. Pero al mismo tiempo, escribo todo mal. ¿Por qué? ¿Por qué odias mis trenes, señor?)
Martes. Hay libros que son buenas ideas, pero tardan en empezar, o nunca empiezan. Hay libros que nos gustan pero igual dejamos de leerlos. Hay escritores que nos acompañan cuando los leemos, mientras otros hablan solos y nos ignoran.
Más tarde. Hablamos con Napolitano de Jünger. ¿Cómo se corrige un diario? Como cualquier otro texto.
Miércoles. Llenar un formulario también es escribir pero requiere una concentración diferente. No se trata de crecer sino de achicarse.
Jueves. De la colección de microlibros que la Biblioteca Nacional sacó hace algunos años elijo Páginas para una autobiografía de Ricardo Piglia y Cosas de mujeres de Fogwill. (Uno obsesionado con leer y leerse, el otro con el deseo y la libido.) Los separo, los dejo en mi escritorio, los pongo en el bolsillo de mi saco, y finalmente termino por leerlos. Fogwill y Piglia era muy diferentes y no se soportaban mucho, pero en mi bolsillo conviven. También en la selección de la Biblioteca Nacional. En el librito de Piglia hay un escena donde se desquita con Aira. Dice algo así como: “En cualquier McDonald´s de Buenos Aires un gil escribe y se piensa que es escritor…”
Sábado. Presentación de la nueva novela de Mavrakis en la Feria del libro con el doctor Rosé. Interesante, aunque incompleto, idea y vuelta sobre inteligencia artificial. Incompleto porque responden a nuestras dudas, lo cual tiene mucho valor, pero nuestras dudas son sobre todo mezquinas y banales. La mesa empezó con la huelga de guionistas de Netflix y su miedo a ser reemplazados por robots. Mavrakis dijo que el centro del debate es que son los guionistas los que se portan como máquinas, no las máquinas las que copian a los guionistas. De ahí la mesa fue y vino sobre el tema de la creatividad, el error y la lectura. Todo muy bien explicado. Por mi parte, el debate se orienta al mercado y no a lo que me pasa a mí cuando escribo. ¿Por qué no puedo dejar de escribir? Yo también lo hago en una máquina digital, con teclas mecánicas… No soy un copista japonés, un calígrafo, un monje, un anacrónico. Y la pregunta sigue ahí. ¿Por qué escribimos? ¿Por qué seguimos produciendo ese resto complejo de signos que tanto nos afectan? ¿Qué nos lleva a esa práctica excrementicia? Lo que pasa después, su comercio, su circulación, su apreciación, es un problema consecuente, pero distinto. Si un robot me dijera: “Bueno, amigo, ya está, es hasta acá, de ahora en más todas las variaciones de tu letra y tu vida serán escritas por otro, por una máquinas, y será de otra manera, más perfecta y eficiente…” ¿No estaría liberando a la humanidad del martirologio de crear con palabras? La novela de Mavrakis va por otro lado. Es una sátira del mundo contemporáneo y la circulación del capital y su mezcla con el cuerpo y la imagen, una novela de especulación que muy pronto será una novela realista. Cuando eso pase, yo todavía seguiré esperando a mi robot. Después de la mesa, fuimos a tomar un café y apareció Pola que me regaló su nuevo libro. (Lo empecé a leer y es intenso y complejo. Me dieron ganas de reseñarlo. A esta altura, ese desafío me sorprende.)