Lunes. Durante mi estadía en las Shetland del sur trabajé a conciencia para responder, de forma más detallada posible, qué se comía y por qué en la Antártida argentina. Pero luego no hice nada. Tengo fotos de platos, recetas, ingredientes, anotaciones de todo tipo sobre el trabajo de cocinero y ayudantes, sobre cómo se preparaba la cena y el almuerzo, sobre cómo se guardaban y cuidaban los víveres. ¿Voy a hacer una nota? También tengo que terminar mi pieza sobre Carlos Astrada el sur del sur. Metafísica y gastronomía, entonces, esperando al escriba. ¿Por qué no pedir ayuda a una inteligencia artificial? En ese caso sería Esperando a robot.

Más tarde. Almirón, uno de los veteranos del Bahía Paraíso, me escribe un mensaje cordial: “Ya tengo el título para tu libro –me dice–. Viaje al continente blanco.” Desde luego, es irónico y bastante gracioso. Ellos son parte de la historia de la Antártida. Saben diferenciar amigos de turistas. En una de las guías patagónicas que consulté encontré con sorpresa estos versos de Lugones: “Lleven a los niños que las vean./ Haced que se ennoblezcan de montañas./ Yo, que soy montañés, sé lo que vale/ La amistad de la piedra para el alma.”

Martes. Terminé de leer el primer tomo de los diarios de Piglia. Linda lectura, fluye, me interesa lo que leo y me dejo interesar, pero no puedo evitar señalar una vanidad, sosegada, remitida, puesta a raya, pero igual visible. Piglia escribe que Walsh elogió sus cuentos… Como hasta ese momento escribió solo un libro, dice que el único libro que importa es el primero. Hacia el final, mucho name dropping innecesario, casi irritante. Igual ese aire tanguero del narrador que todo el tiempo se pregunta ¿qué significa narrar? me cautiva. Las fealdades del diario lo hacen verosímil, lo hacen más real, pero me hubiera gustado que la revisión se transformara en reescritura y quedara menos rustico. ¿O la revisión fue la que introdujo esos ripios? Difícil época para publicar diarios, incluso después de muerto.

Miércoles. Hace unos días murió Chitarroni. Elogios vacíos en las redes. No tenía mucha obra. Dos o tres libros, marcas como editor, aciertos y un lento pasar desapercibido. El afecto que despertaba resulta genuino pero no alcanza para una necrológica que le haga justicia. Era tarea de María Moreno pero Guillermo David me dijo que ya no puede escribir. Sigo con Disco Wilcock. En el medio de las lecturas críticas –sensibles, sagaces– de la obra de Wilcock, una escena barroca. Barco que lo lleva a Europa. Un viaje hacia la civilización. ¿Y qué encuentra Wilcock? Una india travesti con una esvástica tatuada que se trenza en una psicodélica danza del cuchillo con un efebo ofendido. Se disputan menos al Wilcock viajero y personaje que la atención del lector. ¿Acierto o desacierto? No lo sé, pero sigo leyendo. Entonces, acierto.

Más tarde. Libro de Pola Oloixarac. Galería de celebridades argentinas. Sensaciones raras. Picardía y golpes bien dados. Un poco de desprolijidad que no queda mal, pero desprolijidad al fin. Algunos errores cometidos muy a propósito. Como pieza de desprecio a la barbarie peronista resulta interesante y única en una generación de escritores timoratos y alejados de la política. Eso hace que el libro sea importante, incluso diría ineludible. (Va a perdurar más el libro que muchos de los hombres y mujeres que toma como objeto de análisis y escarnio.) Momentos muy altos en la mayoría de las piezas. Buenas ideas describiendo a Larreta enamorado y a Vidal y su vestuario. Los retratos de Milei, de Scioli y Lousteau son excelentes. (El de Lousteau parece en contra pero es a favor.) El golpe a Macri como lector bobo de Kipling sorprende por lo certero. ¿Cómo es el libro en lo formal? Ahí hay una clave. Género en sí mismo, la escritura va hacia la discusión rápida de café, sin llegar a la barricada, pero ¿no son los bares y las sobremesas argentinas el escenario de trinchera en que se juega nuestro logos político? Pola interpreta, sentencia y con una frase despacha y taxonomiza. No hay grandes explicaciones. No hay moral de los escrúpulos. Hay que ir rápido, a ritmo. Y toda esa sabiduría de la forma se agradece. (Solo un lector muy malo vería en ese estilo un error, cuando es uno de los grandes aciertos del libro.) Ahora bien, los ensayos buenos, casi todos, se ven afectados y condicionados por los ensayos malos que son pocos, hasta donde leí, solo tres. El de Patricia Bullrich, el de la selección campeona y el de Kicillof. Los tres por razones diferentes. El de Kici porque es bastante claro que Kici la supera. Hay una ligera y desconcertante envidia, incluso. El gobernador le gana a Pola en su terreno, con bombachas estampadas, sensualidad, méritos UBA y erudición. (Si hay envidia, si no hay enganche claro, Pola no debería meterse a pegar.) El de la selección porque, si más, Pola no entiende de fútbol. El tema con Patricia Bullrich me parece algo más delicado. Tiene tela para cortar y hacerse una fiesta de hermenéutica e ironización pero opta por convertir los ridículos que envuelven a Bullrich en motivos de elogio. ¿Todos sus pifies y exabruptos son ponderables? El tratamiento que le da a Cristina es inteligente. La mirada que le imprime a la relación Alberto-Cristina, de antología. El ensayo sobre Máximo aparece como directamente incontestable. Máximo es eso que ella dice. (Y lo que señala no solo trae incomodidad en la oposición.) Cuando la serie cae en la autodenigración se pierde, uno de los problemas clásicos del analista y el charlista contemporáneo de clase media. (¿Podríamos decir confundir neurosis con paisaje?) Sí, el problema del gorilismo mágico y astuto de Pola es dejarse tentar, cada tanto, por la idea de que la Argentina fracasó como proyecto nacional. Cuando, en realidad, es una nación que, con sus traumas y errores, siempre se las arregla para salir adelante, dominar la región y dar la nota internacional. También es verdad que la realidad histórica frena enseguida una lectura pesimista. Con Perón tuvimos aviones a reacción. (El libro no se va tan atrás, aunque cada tanto resbala en esas apreciaciones de tía liberal.) Yo diría que Pola mejora y se luce cuando se acerca al gorila ilustrado, orgulloso de su país y de sus saberes, y señala la estupidez abundante y ambición del político de turno, cualquiera sea su extracción partidaria.