Jueves. Visita a la Biblioteca Nacional con Robles. Pasamos a ver a Roberto Arno. Hablamos de los inicios de Internet para una investigación de Robles. Después recorrimos la muestra Bestiario nacional, criaturas del imaginario argentino y tomamos un café en la plaza del lector. Examinamos el dualismo, bien y mal, y discutimos a Platón. Robles estudió filosofía y necesariamente sabe más de filosofía que yo. Pero defiende a Platón y a mí me toca atacarlo. Para eso recurro a Aristóteles, que me gusta más, es más pragmático, no lo gravita la afectación socrática. Después él me da una breve clase sobre La ciencia de la lógica. Al rato nos vamos al Cabildo y vemos una exposición de Ral Veroni. Almorzamos en una fonda enfrente del Nacional Buenos Aires.

Más tarde. Vemos con Carmelo la versión animada de Alicia que hizo Disney. Nos gusta, la disfrutamos. En un momento él empieza a relacionar los personajes con sus amigos. Después decimos que su escuela es un poco como ese mundo de inversiones y locura. Después compré El loco impuro de Roberto Calasso por doscientos pesos en una librería de viejo del barrio. Está muy bien escrito, con frases largas y erudición. Lo empecé a leer de casualidad pero no puedo seguir, necesito concentrarme en mis proyectos actuales. No puedo derivar tanto. El peligro es quedar al garete, pero qué tentación… Leer sin ataduras. Leer sin necesidad. Leer por el placer de leer de forma exploratoria, intuitiva, desinteresada, civil.

Viernes. El forro de mi saco está roto. Tiene tantos años que ya ni sé cuándo se rompió. Busqué un sastre en el barrio y encontré uno en una de las galerías gótico-punk. Fui y me atendió un boliviano muy amable. Me dijo que él lo podía cambiar el forro pero que yo me tenía que ocupar de comprar la tela. Así que me tomé el subte hasta Primavera Junta, encontré el local de telas y compré dos metros de una especie de seda azul para hacer el forro. El hombre que atendía me dijo que ya no se hacían sacos de lana tan buenos como el mío. Todo es sintético o mezclado con sintético ahora, agregó. Le conté que el saco se lo había hecho a medida un sastre judio de Villa Crespo a mi padre. ¿Weimberg? me preguntó. Juntos buscamos en el interior del saco y encontramos una etiqueta que decía Wein Sastrería. Claro, el viejo Weinberg, murió hace años, me aclaró el vendedor de telas. Volví a la galería de Flores, el sastre boliviano me tomó una seña y me dijo que el saco iba a estar listo para dentro de dos semanas.

Sábado. Veo Blood & gold en Netflix. Un pueblo alemán durante el final de la guerra, un grupo de las SS comandado por un cruel oficial que fuma de forma lenta y tiene la mitad de la cara estropeada, un soldado que se rebela y los pelea, una campesina con un hermano opa, un cura, todos buscan un botín de oro judío… Al principio es la misma historia de siempre. Pero las escenas de combate están bien y el guionista decide sacrificar algunos personajes importantes. Luego, hay un aumento de la violencia que, por desgracia, se ve abandonado por una trama previsible. Netflix está condenado a hacer una y otra vez la misma película, a contar las historias que Hollywood contó una y otra vez. No me parece mal, ni bien. El narrador siempre es un Sísifo. Es el despunte contemporáneo del clasicismo y la vocación por la variación. Algunas escenas de Blood and gold hacen cierta diferencia. Quizás los habitantes del siglo XXI necesitan versiones actuales –esto es hechas con los medios de hoy– de todas las historias del siglo XX. Pero yo conocí el siglo XX, y todavía lo recuerdo, y necesito algo más.

Más tarde. Quizás el loco impuro sea un pleonasmo.