Lunes. Nuestras primeras lecturas de niñez y adolescencia son importantes. Todos tenemos un libro que nos marca en la infancia y una serie de libros, una pequeña biblioteca, que también nos marca en la adolescencia. En general, esa breve biblioteca está dividida en dos. Una primera adolescencia donde la lectura es todavía exploratoria y una segunda parte donde ya somos más grandes y nos dedicamos a profundizar y expandir lo que nos gusta leer. Volver a Hemingway para mí es volver a ese momento de lectura más puntual y algo febril. Por lo general, tendemos a mezclar estas etapas, que describo de forma esquemática. También subestimamos esas primeras impresiones y esos recorridos y los olvidamos o deformamos.
A veces nos sentimos ingenuos al regresar a esos materiales y nos avergüenza el éxtasis suave en el que nos sumergían, sobre todo si después nos convertimos en lectores profesionales o dedicados. El ejercicio de recuperar esos encuentros inaugurales demanda esfuerzo y no es simple. No se trata solo de volver a los estantes a ver esos libros o revistas que quedaron ahí, como un tesoro mudo, a la espera. También hay que animarse a recuperar sensaciones, exponer nuestra forma de leer en ese momento, apasionada y rudimentaria, y dejar que el yo actual, más entrenado, la examine. Pese a esas diferencias, hay algunas historias que resisten el pasado del tiempo, historias que podemos volver a leer ya como adultos y que nos muestran otros reflejos y matices. No solo nos leemos a nosotros en esos viejos libros. No solo nos recuperamos a nosotros leyendo esos viejos libros. También hay obras que por olvido o porque nuestra biografía cambió se transformaron en una novedad espectral, en un camino que tenemos la sensación de haber recorrido pero del que recordamos poco. Nadie lee dos veces el mismo libro. Cuando vuelvo a Hemingway, vuelvo a ser joven otra vez. Vuelvo a verme leyendo pero también Hemingway es otra vez joven. Y los personajes –esta sensación es muy vívida– se ríen un poco de eso, aunque parezcan indiferentes a nuestra mirada. Thomas Hudson ve crecer a sus hijos en una isla del Caribe. Roger Davis pelea a golpes de puño y duda sobre su vida. Cuando los conocí, pescando en su bote junto a los hijos de Hudson, me identificaba con ellos. Pero ahora que tengo casi cincuenta años pienso que son más jóvenes que yo y que los entiendo mucho más, y también en algún punto los superé, al menos en edad y en algunas experiencias también. También mi diálogo con Hemingway es diferente. Antes, yo no era ni siquiera un grumete, ni siquiera era un aprendiz de escritor. La primera vez que leí Islas en el golfo intuí muchas cosas, pero muchas otras se me pasaban. Hoy, que conozco mis fortalezas y mi debilidades como escritor, que sé qué puedo hacer y qué no puedo hacer, qué me sale y qué me excede, siento que admiro de otra manera a Hemingway. Lo leo pensando en qué puedo tomar de su talento, cómo puedo aprovecharlo y, pese a conocer la historia, y saber a dónde van los personajes, todavía me sigue cautivando lo que se cuenta. Pasan los años, pasan décadas, y yo todavía quiero seguir leyendo. Envidio, desde luego, al joven Terranova que descubre ese mundo por primera vez. Pero también disfruto el encuentro, como quien se reencuentra con un amigo antiguo que le cuenta nuevos detalles de historias conocidas que van cambiando porque esos nuevos detalles hacen que todo cambie. Otro autor al que vuelvo, con el que siempre me estoy reencontrando es Robin Wood. Ayer, buscando una revista que necesitaba, me demoré con el tomo que la Biblioteca Clarin de la Historieta le dedica a Robin Wood. Esa biblioteca es un proyecto del que todos los argentinos nos vemos beneficiados y debemos estar agradecidos. Si bien el libro dedicado a Nippur no tiene la presencia y el confort de las revistas Columba, es mucho más chico, lo cual hace que las viñetas se aprieten, sí ofrece un catálogo excelente de las aventuras del guerrero de Lagash y una lectura más concentrada y de bolsillo que no es resulta desdeñable. La tapa, con la cara de Nippur, dura, seria, también está lograda. Wood fue muchas cosas. Para mí, la puerta de entrada a un mundo de historia universal que me permitía alejarme del progresismo blando de Buenos Aires, un progresismo que por sus propias limitaciones políticas y su propio fracaso ideológico había censurado cierta idea de épica. Volver a Nippur, al Wood de Nippur, es volver a ese descubrimiento, pero también refrescar la sensación de formación de un yo lector al cual le interesaba la aventura, el coraje, la violencia, la ética y podía ir por arriba de las miserias cotidianas y las estupideces banales de la existencia. Nippur fue, para muchos, la Ilíada antes de Ilíada. Héctor y Aquiles antes de Troya. Y también La Odisea antes de Homero y los viajes y la historia antigua antes de la universidad, al costado de una escuela que siempre era un poco decepcionante en estos temas. Hay dos secciones de la biblioteca, acotadas y serenas, que todo escritor debe organizar durante su vida. Los libros que le dan ganas de escribir, a los que puede ir buscando inspiración, en forma y en contenido. Ese estante de la biblioteca general se mueve todo el tiempo porque mientras escribe, el escritor tiene ahí su caja de herramientas, sus mapas, su lubricidad y su alimento. Y después, está la zona de las lecturas de iniciación, las que nos llevan en el viaje a los primeros momentos de nuestra vida literaria. Si el escritor tiene suerte esas zonas quizás coincidan y abran una conversación que abrace con fuerza su destino ya no como lector sino como habitante del mundo moderno.
Martes. Ayer visité una feria de cosas usadas por Parque Chas, cerca de la casa de Robles. Revolví un poco. Había libros, pero nada interesante. Compré dos discos de vinilo, una versión del Requiem de Mozart y uno de Gulda tocando conciertos de Mozart y Beethoven. Ambos muy baratos. Hoy un vinilo nuevo puede salir diez mil pesos y el de Gulda me salió doscientos cincuenta. Antes de pagar e irme, le saqué una foto a un tocadiscos antiguo. Al lado, entre el desorden, había una foto de Alberto Olmedo. El actor sonreía, cómplice para siempre.
Miércoles. Me cuesta escribir sobre la Antártida porque tengo la sensación de que solo puedo decir cosas obvias que todo el mundo conoce. (Lo cual no puede ser más errado.) Cuando visité Malvinas casi no escribí sobre ese viaje. ¿Por qué? Voy a revelarme contra ese sentimiento y esta vez voy a escribir. Das Ich und das Es.
Jueves. Releer es la clave. Releer siempre es la clave de todo en la vida.